Agustín Ijalba es escritor. Durante dos años mantuvo la columna de análisis de la realidad Por arte de birlibirloque En este espacio publicará Retales todos los lunes. Retales dejó de actualizarse en febrero de 2007.
Domo los efluvios del sueño apoyado en la barra de un bar, mientras observo el fluir cansino de mis neuronas por el dorso del alcohol. Sé que la vida no se agota en este licor espeso y dulce como la ambrosía, que dicen fue bebida de los dioses, pero hago como si éste fuera mi último trago, el último eslabón de una cadena sin eslabones. Hay zonas de mi paladar que se hicieron insensibles al llanto, e ignoran por ello las pautas que me advierten del dolor.
Tal vez la llave que tantas puertas abrió recite más adelante mi última plegaria, y justo antes de doblar la esquina apoyaré mis brazos y me dejaré llevar por cualquier melodía que me preste su aliento, y desde su espesura diré adiós. En el aroma del perdedor siempre habrá un respiro para la penúltima copa, una marca indeleble que fulmine la estadística y revierta el destino a favor del que nunca quiso despedirse del todo y sigue ahí, pegado a la evanescencia de una pulsión extraña, apenas una emoción.
La vida se me escapa sin darme tiempo a pensarla, por ello me duele tanto la ausencia que se cubre de la amarillez de la nostalgia, los efluvios de un pasado intangible que me recuerda como nunca más seré yo. Yo como ahora me pienso. Yo como sólo yo sabría ser yo: pegado a un presente que se conjuga entre los reflejos fantasmales del alcohol, sentado en el viejo rincón donde todas las copas se hacen una y rezan la misma liturgia. Soy como la pesadilla de un rostro ajeno que pretende ser yo. Y que muestra la pericia de un fantasma irredento, borracho y senil, casi como un dios impostor, padre de la falsa percepción de las cosas que acontecen a mi alrededor, cuando por fin decido ser yo quien busque encajar la silueta impasible de mi acento en el barrizal de la ficción.