Agustín Ijalba es escritor. Durante dos años mantuvo la columna de análisis de la realidad Por arte de birlibirloque En este espacio publicará Retales todos los lunes. Retales dejó de actualizarse en febrero de 2007.
Ahora que el tabaco descubre sus credenciales adictivas, reclamo un lugar al sol para la marihuana. Ahora que vemos a cientos de oficinistas agolpados a las puertas de sus empresas haciendo volutas de humo con fruición, o a otros tantos funcionarios despistados que tratan de fumar en los lavabos y que esconden cigarrillos en las celosías como antaño, justamente ahora, desde mi condición de ex fumador, reclamo la legalización de la marihuana.
Ahora que la sociedad oficial descubre las maldades de las hebras de tabaco, con las que sin embargo se han construido grandes fortunas, precisamente ahora, cuando más se debate acerca de la bondad de fumarse un cigarrillo, reclamo la legalización de la marihuana. Si el tabaco crea adicción, si la nicotina engancha a quien la consume, si el cigarrillo del desayuno nos parece, en plena efervescencia del vicio, un ritual sagrado imposible de olvidar, ¿por qué rechazar la bondad de una hierba que expande el ánimo, relaja las costumbres, ayuda a sonreír y facilita las relaciones humanas?
¿Qué intereses se ocultan en la prohibición de usar una hierba a la que incluso han llegado a reconocer eficacia terapéutica? Doy fe, habiendo fumado asiduamente ambas hierbas, de que el tabaco es mucho más difícil de dejar atrás que la marihuana. El tabaco ata irremediablemente. La marihuana no. A los sumo, la echas de menos cuando no la tienes. Sé de gente atacada por el deseo compulsivo de fumar que haría cualquier cosa por un cigarrillo. Por un porro, sin embargo, no he visto a nadie perder la paciencia de esa manera. ¿Por qué, entonces, semejante distinción? ¿Acaso por los efectos alucinógenos? Prohibamos entonces la fabricación y el consumo masivo de alcoholes de alta graduación.
¡Ah, no! Desde luego que no. Reconocemos que beber una copa de brandy facilita la digestión y ayuda a sobrellevar el frío del invierno. Y reconocemos también que su uso no lo prohibimos porque haya personas que se exceden en su ingesta. ¿Por qué entonces no valoramos con el mismo rasero a la marihuana? ¿Por qué, insisto, hacemos semejante distinción? Vivimos inmersos en una sociedad hipócrita, incapaz de discernir sus propias contradicciones, y el cultivo de una planta abundante en el Mediterráneo y en otras muchas zonas del planeta, como el cannabis, seguirá proscrito.
Reclamemos, pese a todo, su legalización. Aunque sólo sea por hacerles ver a quienes se oponen que quien fuma marihuana no está abocado a perder la noción de las cosas y el control de sus actos. Antes al contrario, tratemos de convencerles de que muchos de los problemas que hoy nos acucian habrían sido resueltos, desde luego, si quienes tuvieron que adoptar decisiones críticas se hubieran relajado en sus sillones y se hubieran liado un cigarrillo de marihuana: bajo sus efectos, habrían visto las cosas de otra manera…
2006-01-23 18:15 Exacto. Nada más que decir.