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Retales por Agustín Ijalba

Agustín Ijalba es escritor. Durante dos años mantuvo la columna de análisis de la realidad Por arte de birlibirloque En este espacio publicará Retales todos los lunes. Retales dejó de actualizarse en febrero de 2007.

Giuseppe

Fotografía de José María Azkárraga
Giuseppe Fedele
José María Azkárraga me dice que Giuseppe se despide. Y con él, una forma de vida, una manera de estar en el mundo. Se despide el último peluquero del que durante tantos años fuera mi barrio. Giuseppe Fedele vino de Italia un día y se plantó en la calle de la Unión de Valencia con unas tijeras en una mano y en la otra un peine, y a todos nos invitaba con una sonrisa socarrona a cruzar la puerta y sentarse en ese gran sillón de barbero, entre aromas de Floid y polvos de talco a granel. Nunca llegó a hablar bien el castellano, pero poco importaba ante la graciosa expresividad de sus gestos.

Su persiana deja atrás los recuerdos de mi primer Interviú, cuando cortarse el pelo sonaba a excusa para deleitarse ante unas fotos que te ponían en disposición a ser trasquilado sin pega. Mudó de local una, dos, tres veces, pero jamás se movió del barrio, y el barrio siempre se lo agradeció. Fui cliente casi fiel, pues terminé por mudarme y cada vez se hizo más difícil acudir con puntualidad a mis citas. Hará unos años volví, guiado por los pasos de mi amigo José María, que me habló de él como si fuera yo quien le hablara. Giuseppe seguía al pie del sillón, triste ya por la muerte de su mujer, pero firme y tenaz con la misma sonrisa de siempre, quizás algo ajada por la pena.

Durante estos últimos años, cortarse el pelo en su peluquería de la calle Samaniego era un rito. Las horas se detenían al entrar y te esperaban sentadas en el zaguán. Al colocarme el delantal frente al espejo no me reconocía. Aparecía frente a mí un individuo cada vez más calvo y canoso, con la piel más y más arrugada, y su rostro me era extraño. Siempre me vi con el Interviú en las manos, con ese pelo tan rizado e impenetrable que hacía suspirar a Giuseppe cuando iniciaba su faena con el suave sonsonete de la tijera. Hoy pienso si al cerrar la persiana por última vez habrá recogido el espejo y lo habrá guardado a buen recaudo, plegado bajo siete llaves, no sea que un día los fantasmas se fuguen y nos devuelvan la mirada que se quedó allí, para siempre clavada.

Agustín Ijalba | 09 de enero de 2006

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