Agustín Ijalba es escritor. Durante dos años mantuvo la columna de análisis de la realidad Por arte de birlibirloque En este espacio publicará Retales todos los lunes. Retales dejó de actualizarse en febrero de 2007.
Cuando una persona que ocupa un cargo público hace algún gesto rentable políticamente, su gabinete de prensa se encarga al minuto de conseguir que su acción cobre relevancia social mediante una fotografía, un breve reportaje televisivo o, al menos, una crónica escrita en uno de los medios locales o nacionales más influyentes.
Nadie pone en entredicho tales prácticas, muy útiles para mantenerse en el poder. La gestualización acaba siendo un arte de masas, consumido entre tortillas de patatas y cervezas por miles y miles de ciudadanos que leen los periódicos o simplemente ven la televisión. El político se convierte así en un gestualizador compulsivo, que diariamente busca el lugar y la hora más aptas para su lucimiento personal. Cuando no encuentra nada útil para ello, llama urgentemente a sus colaboradores para que le den ideas, para que le busquen los espacios y los personajes necesarios, para que se muevan sin demora en busca de una imagen salvadora con la que cubrir fielmente la dosis cotidiana de popularidad inducida.
Una concejala del Ayuntamiento de Valencia, de cuyo nombre prefiero no acordarme, residente en barrio pijo y de buena familia, dedicada a los llamados “asuntos sociales”, decidió un buen día que hacía falta mostrar unas buenas dosis de compromiso social (muy posiblemente, su particular medidor de popularidad le mostraba ciertas carencias que había que solventar con urgencia), y allí que se fue bajo el puente a dar mantas a los emigrantes que dormían al raso en las frías noches de diciembre. Pero hete aquí que detrás de ella se llevó a un fotógrafo (no, ella no se lo llevó; misteriosamente apareció en el lugar y hora oportunos…) e inmortalizó el gesto: ella con una manta en sus brazos, él tiritando de frío y con una tristeza infinita, ella que le acerca la prenda de abrigo, él que la recibe con sus manos negras y con su negra cara y con su negra tristeza. Ambos serios, demasiado serios y distantes como para que uno de ellos hallara cobijo.
Debo imaginarme la realidad después de la foto. Debo saber dónde durmió cada uno de ellos, dónde dejaron sus objetos personales antes de arroparse contra el frío, debo imaginarme a quién o a quiénes dieron las buenas noches, cuánto frío sintieron uno y otro, cuántas fotos necesitó la concejala para saberse en su lugar, para cerciorarse de que el otro era negro y dormía bajo el puente. Debo preguntarme, por fin, cuánto tardó al día siguiente en buscar la página del periódico donde aparecía escrito su nombre, al pie de la foto, dando fe de que ella sí había estado en su sitio.
2005-12-22 18:45 ¡Qué triste cuando algo así es cosa de un asesor de imagen, de una imagen que hay que cuidar! ¡Y qué triste pensar en que nos hemos acostumbrado a eso!
Vivimos en un mundo de imagen, donde se hace política de imagen: Poco importan las ideas, poco importa el mensaje, poco importa lo que se haga de verdad, siempre y cuando la imagen sea políticamente correcta, y el “minuto de oro” se aproveche al máximo.
Al más puro estilo estadounidense ya da igual quién tenga razón, sólo cuenta la imagen, el icono vacío, eso sí, que quede bonito