Agustín Ijalba es escritor. Durante dos años mantuvo la columna de análisis de la realidad Por arte de birlibirloque En este espacio publicará Retales todos los lunes. Retales dejó de actualizarse en febrero de 2007.
El calor en la orilla no era tan agobiante, pero ahora ya qué importaba. Su piel negra contrastaba sobre la arena con una tonalidad entre desesperada y roma, y su textura había perdido definitivamente el brillo que le daba a su mirada esa inquietud primera, esas ansias por sobrevivir que le lanzaron más allá de un horizonte imposible de definir.
La inocencia bebe la sal de los océanos y perece en sus orillas. Moribunda, habita los lugares abiertos a los placeres del mediodía, mientras occidente ahíto duerme la siesta. Algún día será la última y vendrán a despertarlo por el mismo lugar por el que ahora llegan los muertos. Pero mientras tanto, la tristeza sólo conoce el otro lado, el de allí, el que está más allá de cualquier mirada, el que ni siquiera los prismáticos de la indulgencia alcanzan a ver.
La realidad es terca y sabe insistir. Aparece en los lugares más insospechados y siempre es una, aunque disfrazada de multitud: hoy en las ramblas sobre un cuerpo plagado de cicatrices, mañana en los pasillos del metro con un rictus de pena sin consuelo, ayer con los jirones de la piel escocida tras los bombardeos, y entre ellas el hambre, la palidez de los rostros demacrados, la lepra, el dolor fruto de la atrocidad y el desengaño, o el odio indescifrable, cainita, cuanto más viejo más sanguinario.
Toda esa tristeza, hasta hacerla infinita, se resume este mediodía en el gesto de la muerte hundida sobre la arena, mientras unas manos amigas tratan de unir las comisuras de unos labios que ya no hablarán jamás, sobre la fría piel de una mentira que hunde sus raíces en una marea de siglos.