Agustín Ijalba es escritor. Durante dos años mantuvo la columna de análisis de la realidad Por arte de birlibirloque En este espacio publicará Retales todos los lunes. Retales dejó de actualizarse en febrero de 2007.
La rebeldía nace con el mar en calma, cuando la brisa más y mejor se desliza por la roca y silba en los acantilados, cuando la luna es más llena aún si cabe, y se refleja inmensa y libre entre las olas. La rebeldía surge entonces de lo más profundo del ser, y en sus estertores busca siempre el aliento de la victoria.
Hay momentos en los que el ser humano se debate entre ser humano o no ser nada. Y la encrucijada le empuja a responderse como hombre, a afirmar su propia naturaleza de ser libre, de ser lanzado hacia un futuro que de suyo es impredecible. Porque sobran razones. Y la razón no admite esperas.
Vivimos momentos históricos graves. Hay una verdad oficial que se quiebra en sus costados, y a su sombra sufrimos todos las heridas de los rescoldos. No caben tibiezas: el instrumento del poder será siempre el terror. Y el terror llama al terror para sostenerse. ¿Cuántas muertes más son necesarias para abrir los ojos? El ilusionista nos llamará desde el estrado pidiendo comprensión y apoyo a sus tesis. El asesino múltiple seguirá colocando bombas bajo nuestros asientos. Y seguiremos muriendo atónitos y sin respuestas.
Pero hay al menos una verdad que los delata. A ambos. Son producto de las masas, y viven de ellas.
Quizás la rebeldía nazca del mar en calma porque es en él donde la libertad individual más y mejor se afirma. Es en esa orilla plagada de muertos inocentes donde el hombre se siente solo, y sabe que es él, sólo él, el encargado de enderezar el rumbo de la nave. Nada más hiriente para el poder que la sabiduría del ser humano que se niega a ser nada. Y grita desde el acantilado que ya basta. Que hay otro mundo más allá de las mentiras y de las bombas que lucha por sobrevivir. Y nos llama.