Hay al menos un rincón de la realidad que nuestra razón no alcanza a comprender. Enfrentados a ella nos sentamos a menudo junto al abismo de lo ignoto, y sumidos en la más absoluta de las ignorancias, no nos resistimos a preguntar: ¿Debe acaso la razón comprender todos los ángulos en los que se descompone la realidad? ¿No es a menudo caprichosamente inclasificable?

Discernir la estrategia capaz de acercarse a esa realidad que nos habita y que habitamos, buscar las preguntas necesarias para avanzar en el conocimiento del mundo y de nosotros en el mundo, es una labor que impone la razón a quien decide utilizarla para enfrentarse al dilema desgarrador de la existencia. En el aprendizaje de esa estrategia es donde se forjan los pensamientos y las ideas más brillantes, es donde se plasma esa máxima kantiana que tanta luz ha dado a la humanidad en los dos últimos siglos de su historia. ¡Atrévete a pensar! He ahí la clave de bóveda donde se resume el triunfo de la razón frente a la barbarie.

Al creyente católico, sin embargo, la razón no le sirve como herramienta, antes bien diría que casi le resulta un estorbo. Pero el creyente católico defiende que la razón no sólo está de su parte, sino que la suya es la única verdadera. ¿Cómo explicarlo? No desde luego con razones…

Asistimos a debates en los que el creyente católico reclama del no creyente una actitud activa frente a acciones políticas y legales que, supuestamente, atacan la naturaleza misma del hombre como ser moral. La moralidad católica exige que la plaza pública se ajuste a sus dictados, y no duda en predicar más allá de los púlpitos para tratar de convertir a los pecadores hacia su fe. Una fe que, por cierto, reniega del atrevimiento de la razón y se refugia en los brazos de una doctrina sustentada en una verdad absoluta y revelada.

Hay una perversidad en todo ello que debería reclamar nuestra atención: en las épocas históricas en las que la moral católica era la moral oficial, el liberal era un renegado, y hoy es el católico el que se reclama liberal. Rescato algunas citas de la Carta sobre la Tolerancia de Jonh Locke, uno de los padres del liberalismo político, pequeño libro cuya lectura recomendaría gravemente a todos aquellos que hoy se autoproclaman católicos liberales. Os dejo con ellas:

No es la diversidad de opiniones (que no puede evitarse), sino la negativa a tolerar aquellos que son de opinión diferente (negativa innecesaria) la que ha producido todos los conflictos y guerras que ha habido en el mundo cristiano a causa de la religión.

La libertad de conciencia es un derecho natural de cada hombre, que pertenece por igual a los que disienten y a ellos mismos […] a nadie debiera obligársele en materia de religión, ni por la ley ni por la fuerza.

Nadie, ni las personas individuales, ni las Iglesias, ni siquiera los Estados, tienen justos títulos para invadir los derechos civiles y las propiedades mundanas de los demás bajo el pretexto de la religión.

El cuidado del alma de cada hombre le corresponde a él mismo y debe serle dejado a él sólo.