Agustín Ijalba es escritor. Durante dos años mantuvo la columna de análisis de la realidad Por arte de birlibirloque En este espacio publicará Retales todos los lunes. Retales dejó de actualizarse en febrero de 2007.
En una esquina del periódico aparecía su esquela, justo el día en que se cumplía el primer aniversario de su muerte, y junto a su esquela un pequeño poema que añoraba los momentos que pasaron juntos. Como firma, un nombre, tan sólo un nombre.
Murió rodeado de los suyos, convenientemente sedado pero aún consciente, con un rictus de nostalgia en su mirada apenas entreabierta, que se perdía en el fondo en penumbra de la habitación. Al expirar, algunos de sus hijos le oyeron decir un nombre, tan sólo uno, y se miraron extrañados mientras dejaban que sus cuerpos se rindieran al llanto. ¿Qué mujer es esa que nombró al morir?, se preguntaban al cabo del rato unos a otros.
Nadie supo. Indagaron en sus papeles, releyeron sus cartas, buscaron entre sus objetos más personales, pero nunca alcanzaron a comprender. La muerte se llevó para siempre su secreto. Hasta que un día leyeron en el periódico la esquela con una dedicatoria, que fue repetida año tras año. Aún hoy, cuando han pasado casi veinte años de su muerte, sigue apareciendo el mismo texto. Llegado el día del aniversario, sus allegados abren el periódico por la página de las esquelas para leerlo de nuevo, en una acción casi mecánica que han convertido en un ritual para salvar su memoria.
Como la añoranza (la de los cabellos blancos, la de los guantes de lana) año tras año su nombre acude puntual a la cita, atenta a la llamada de quienes buscan una esquela y un poema, siempre el mismo, siempre en la misma página.