Agustín Ijalba es escritor. Durante dos años mantuvo la columna de análisis de la realidad Por arte de birlibirloque En este espacio publicará Retales todos los lunes. Retales dejó de actualizarse en febrero de 2007.
Tal vez no andemos perdidos si pensamos en la realidad como una más de nuestras construcciones mentales. Ortega alzó la realidad sobre el gozne que le prestaban las distintas perspectivas. Sumadas todas, alcanzó a conformarla ontológicamente. Y nos advertía: cada perspectiva forma ella misma parte de la realidad, de esa misma realidad a la que da cobertura, y al unirlas a ambas pareció que lograba la alquimia perfecta. Abría la puerta al conocimiento de lo real sin necesidad de abrir la puerta, pues de tan cerca que habita nos conforma. Así, la realidad se mostraría a cada individuo según su concreto y particular punto de vista, pero a fuerza de correr un grave riesgo, ya que sería ese mismo punto de vista el que decidiría acerca de lo que es o deja de ser real.
Confusión fatal: la realidad es ella misma un concepto, y ser capaces de hablar y razonar y filosofar acerca de ella no nos otorga ningún derecho a ir más allá de nuestra propia perspectiva. ¿Hay acaso otras perspectivas que no llegan a nombrarla, aunque también la conformen? ¿Acaso la mirada del gato sobre su presa no es también realidad? ¿No son reales el sillón y la mesa frente a frente, sin ningún ojo que los mire? Las cosas no siempre responden a nuestras llamadas, y a menudo vagan por el universo desnudas, sin ropajes ni conceptos. Acercarse a ellas es enloquecer, nos recordó Nietzsche. Pero tal vez valga la pena aproximarse a mirar, aunque sea de soslayo, y recuperar el momento previo a la metáfora inicial que nos domó para siempre. Ser a la misma altura que son las cosas, y ser con ellas. No insisitir en la búsqueda de puntos de vista que nos ratifiquen en la diferencia. Porque más allá de la obviedad, el hecho de ser diferentes no hace que la realidad difiera.