Agustín Ijalba es escritor. Durante dos años mantuvo la columna de análisis de la realidad Por arte de birlibirloque En este espacio publicará Retales todos los lunes. Retales dejó de actualizarse en febrero de 2007.
Mientras andamos nuestros caminos, pensamos a menudo en detener el paso para mirar alrededor, para observar la vida desde un lugar ajeno a la vida misma, como si estuviéramos sin estar. Ausentes de todo y ensimismados, miramos la sombra de lo que fuimos. Sólo entonces un rastro de hojas secas se enreda entre los pies y nos delata, furtivos de nosotros mismos.
Pero no son las hojas caídas, es la metáfora del camino la que nos delata. Insistimos en trazar nuestras vidas linealmente, y vemos un antes y un después donde no hay antes ni después, sólo un presente tozudo y pertinaz, obstinado en la persecución de fantasmas. Hay un alrededor que nos configura aquí y ahora. Hay lo que escribo y leo y pienso mientras escribo, leo y pienso.
La virtualidad de mis palabras hace que se dejen llevar hacia los ojos que quizás mañana las lean o no, que quizás nunca sepan ni siquiera que fueron escritas para ellos, que quizás no alcancen a ser más allá de la pantalla de mi ordenador. La posibilidad misma de ser leídas no las hace distintas a las que dejo en el cajón. Aquí y ahora, todas alcanzan la misma condición, y yo con ellas: somos sin más capacidad de ser que la que nos ofrece el momento en el que las digo y me digo con ellas.
Los hubo audaces que se adentraron hasta alcanzar el límite de la razón, y desde la periferia quisieron sustituir la línea por el círculo, pero con él seguíamos dándonos de bruces contra el abismo. Metáfora sobre metáfora, no nos daba la salvación. ¿Para qué, de qué, la salvación? Quizás la observación nos lleve de vuelta a casa: el azar que a partir de Mallarmé rige nuestro ritmo vital debió advertirnos de la sencillez con que se resuelven las cosas. Y más allá del azar, tal vez la necesidad.