Agustín Ijalba es escritor. Durante dos años mantuvo la columna de análisis de la realidad Por arte de birlibirloque En este espacio publicará Retales todos los lunes. Retales dejó de actualizarse en febrero de 2007.
La pólvora deja un rastro de olor característico tras la deflagración. Es agradable a los sentidos, y si la quema es abundante, puede incluso llegar a embriagar las pituitarias. La alquimia del azufre, el nitrato potásico y el carbón, al contacto con una fuente de calor, provoca un estallido grave y seco, según la cantidad que se use. Y tras el estallido, una nube de humo espeso se eleva sobre los rostros extasiados.
La pólvora se usaba ya en China recreando sonrisas, y combinada con colores diversos deleitaba a la concurrencia en los días de fiesta y las celebraciones importantes, transformada en fuegos de artificio. Pero su uso también destilaba dolor y llanto. Junto al rojo y el verde de las palmeras en las noches de verano, las murallas se desplomaban sobre cuerpos mutilados, y la lluvia de colores se transformaba en gemido entrecortado.
Es un tópico festero que los valencianos tienen a bien usar cuando se mencionan las fallas, pero es cierto que el uso pacífico de la pólvora transforma su fiesta y hace que la mirada de los niños se ilumine al lanzar los petardos. El azar ha querido que la proximidad de otras explosiones, ocurridas en Madrid ahora hace un año, nos recuerden que la muralla sigue desplomándose sobre los cuerpos mutilados, y que no hemos avanzado tanto como para recrearnos frente al espejo. La pólvora sigue causando dolor y llanto, el mismo que antaño. Viejos compañeros de partida, la pólvora sabe no obstante que cambiar de bando y transformar el dolor en risa depende de un hilo muy fino que cuelga de una mano, y esa mano es la tuya y la mía, siempre la misma mano, siempre la nuestra.
2005-03-07 13:53 Leo cada lunes tu columna, sin fallar nunca. La de hoy, como todas, es magnífica. Como nunca digo nada, sólo quería aprovechar para felicitarte y darte las gracias por tus textos.