Agustín Ijalba es escritor. Durante dos años mantuvo la columna de análisis de la realidad Por arte de birlibirloque En este espacio publicará Retales todos los lunes. Retales dejó de actualizarse en febrero de 2007.
En las montañas de Benigembla (pronúnciese la “g” como “ch”), un pequeño pueblo del interior de Alicante, murieron varios desertores durante la guerra civil española. Cuentan que fueron perseguidos durante varias jornadas, hasta que al final los abatieron a los pies de la Penya Blanca. Según me dicen en el bar del pueblo, han abierto recientemente una pista forestal hasta los pies del cerro, que se eleva imponente tras una larga caminata. Hoy he paseado por la zona. El paisaje es abrupto, rico en matas de romero, aliaga y brezo. A ratos, el sonido de alguna fuente te despeja la sed y te acompaña en el camino. Hay olivos y almendros en los bancales, y ya en plena montaña, algarrobos, carrascas y pinos.
A medida que asciendes, a tu espalda se abre una vista inmensa que te sorprende por lo cercana: el mar se descubre allá abajo, abierto sobre la playa de Denia, tan cercano, que si cierras los ojos intuyes el rumor de las olas. Pero hay un mar que sí está lejos, te dice el eco de los fusiles que regresa tras tantos años a oírse entre los riscos. Hay una distancia de años entre aquel mar, que observó la muerte por última vez una fría mañana de invierno, y este otro mar que se mece en el recuerdo, en una mañana también de invierno, pero que llena de sol los rostros malheridos en mi memoria.
Las abejas liban entre las flores el llanto de sus novias, de sus hermanos, de sus padres y vecinos. La lluvia parece que ha borrado las huellas del dolor. Pero queda indeleble la extrañeza de saberse uno más junto a los desertores, de saberse uno más de los cadáveres que descendieron a lomos de mulas famélicas mientras los chiquillos salían a las veredas de los caminos a curiosear y a mirar la vida de soslayo, mientras les tiraban piedras.