Agustín Ijalba es escritor. Durante dos años mantuvo la columna de análisis de la realidad Por arte de birlibirloque En este espacio publicará Retales todos los lunes. Retales dejó de actualizarse en febrero de 2007.
La nostalgia paraliza los sentidos y nos descoloca. Los días cabizbajos llevan el aroma de la melancolía, y andamos a todas horas sin saber muy bien qué hacer o adónde mirar.
El solsticio del invierno nos convoca al recogimiento. Con la navidad, un olor a leña quemada reparte añoranzas por las calles de los pueblos, y presos del calor que reina en nuestras casas, miramos a través del balcón hacia cualquier lugar y hacia ninguno, ausentes tras el vaho que se reparte por los cristales, esperando el dedo infantil que dibuje un corazón y un nombre, siempre el mismo: soledad, la de los cabellos de nieve, la de los guantes de lana.
Nos acurrucamos bajo siete mantas frente al enemigo exterior, que cobra forma de frío invernal. La familia huele a mantas viejas, a crujir de nueces y a higos secos. Cenar abundantemente, hasta el hartazgo, y buscar luego el reposo frente a la barbarie. He ahí la gran hazaña del animal que se siente indefenso frente a los elementos de una naturaleza que le es hostil por indiferente.
Y también es el tiempo del engaño sutil, que hace de la necesidad virtud: los hay que aprovechan esa languidez para colarse de soslayo y repartir doctrina. Al calor de las chimeneas se abren los poros de nuestras conciencias, y con ellos las neuronas se dilatan. Pusilánimes, nos dejamos guiar por estrellas virtuales hacia lejanos orientes que se prestan a la farsa.
Por estas fechas, siento una extraña parálisis que atrofia mis miembros. Se detiene la acción y me invade la parsimonia con un reclamo de pereza infinita. Tumbado en el sofá, los días se repiten hasta el exceso, como en un inmenso pleonasmo.