Agustín Ijalba es escritor. Durante dos años mantuvo la columna de análisis de la realidad Por arte de birlibirloque En este espacio publicará Retales todos los lunes. Retales dejó de actualizarse en febrero de 2007.
Ayer por la mañana fui a un vivero a comprar plantas, y en la entrada leí un cartel publicitario que rezaba así: un pensamiento a cincuenta céntimos. Otro anuncio, más pequeño y descolorido, probablemente pasado de campaña, decía a su lado: tres pensamientos al precio de dos. Por un euro, pensé, podría comprar hasta tres pensamientos. Y tres pensamientos en un día, al paso que van las cosas, puede considerarse toda una proeza.
¿Pero cómo llegar a medir los pensamientos? ¿Son mensurables? ¿Puedo cuantificar el número de pensamientos que produce mi mente a lo largo de un día? Trazar el límite entre un pensamiento y otro es hacer que las ideas pasen por el aro de la conciencia y se pesen en la balanza del intelecto, mientras posan sus cuartos en el hueco que les dejan las neuronas. No, me digo. Contar pensamientos, como quien cuenta ovejas saltando cercados, se me antoja una tarea de sonámbulo encubridor de vacíos.
Reconozcamos por lo menos que pasear pensamientos, un domingo por la mañana soleado y hermoso, a finales de noviembre, es desde luego una especulación otoñal. Como otoñales son las hojas que se pliegan en pequeñas matas alrededor de una flor de aspecto aterciopelado, que se despliega entre el violeta y el amarillo, hermosa entre las flores, capaz de inundar de pensamientos la cabeza del paseante que se detiene y contempla, reflexivo, un extraño anuncio publicitario.
Hay ideas que sirven para vender pensamientos a cincuenta céntimos. Y hay ideas que se quedan en pensamientos que aparentemente carecen de contenido, por los que nadie daría un céntimo. Estos últimos son los que me interesan. Pues sólo ellos son capaces de mover el mundo. Sólo ellos nos permiten regresar, al nacer el día, a recoger los restos del naufragio en el que todas las noches se debaten los sueños, depositados en la almohada aún caliente de nuestras conciencias escondidas.