Escucho que un magnate británico ha salvado a una burra chipriota, ya vieja e inútil, de una muerte horrible, y se la ha llevado a las islas para ofrecerle cobijo, comida y el derecho a una muerte digna. Con ella se ha traído a su burrito, para que no se quedara indefenso. Al parecer, es tradición en Chipre arrojar por los acantilados a los burros viejos que ya nada pueden hacer por inútiles, y semejante tradición provocó un revuelo en la conciencia del millonario inglés, que rápidamente dispuso lo necesario para evacuar a tan indefenso animalito.

Otras noticias, reiteradas a lo largo de los últimos años con extraña similitud, nos dicen que en un país del continente africano llamado Etiopía mueren salvajemente de hambre seres humanos, no tanto por viejos como por inútiles, dada su malnutrición, incapaces de entender por qué se encuentran de pie frente a un acantilado de miseria. No logran enternecer el ánimo de ningún multimillonario que los acoja en su cuadra y les dé de comer y les ofrezca el derecho a una muerte digna. No somos especies protegidas en peligro de extinción, ni parecemos burritas chipriotas, nos dicen con sus miradas perdidas más allá de las cámaras de la televisión.