Agustín Ijalba es escritor. Durante dos años mantuvo la columna de análisis de la realidad Por arte de birlibirloque En este espacio publicará Retales todos los lunes. Retales dejó de actualizarse en febrero de 2007.
Es precisamente la vida la que empieza a resultar demasiado cara por ahí fuera. Son días marcados por la penuria. Los rostros de los chavales huyendo de las balas agolpadas a sus espaldas escuecen demasiado. Y se hacen insoportables a nuestra conciencia, a toda conciencia que se detenga por un instante a pensar. Intuimos que es en ella donde coincidimos el común de los hombres que habitamos el planeta. Pero las uñas están demasiado hundidas en la carne: huelen todavía a la sangre recién derramada, y sabemos por ellas que la ira se adueña con demasiada facilidad de esas mismas conciencias que deberían reunirnos alrededor de la palabra, alejados del odio y la ignominia.
Leo lo que D. Rumsfeld dijo hace un mes: no hay nada gratis para ningún país ni, en realidad, para ninguna persona. Por eso el mundo civilizado tiene que estar a la ofensiva (El País, 8-9-2004). Cambio el sentido de su frase, la saco del contexto, le quito los restos de saliva de Rumsfeld, y la hago mía: no puede salirle gratis la barbarie. Tendrá que pagar de algún modo por ella. Por eso debemos estar a la ofensiva. Por eso debemos exigir desde la razón, desde esa misma razón que dominaba el horizonte de la civilización ilustrada: basta ya, basta. Basta de mentiras.
El verbo empuja a la acción, cabe decir incluso que es la acción misma. Encendamos hogueras en los nodos de la red, al igual que antaño se encendían en lo alto de los acantilados para avisar del peligro al navegante, para mantener despiertos los sentidos del vigía. Pienso que encender hogueras debería ser algo más que una invitación a la metáfora. Pero al instante detengo la mirada en otro llanto, en otra cara, en otra muerte, y escéptico me pregunto: ¿Podemos esperar de nuestras palabras algo más que un destello fugaz?