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Quiero una segunda opinión por Santiago Viteri

La salud, la enfermedad y sus tratamientos son una fuente inagotable de noticias, suplementos especiales y comentarios con la vecina. Una gran cantidad de entendidos de salón y “expertos” en salud opinan sin criterio mientras que la clase médica suele responder con tecnicismos incomprensibles que solo aumentan la confusión. Por eso, Santiago Viteri (médico especialista en Oncología), escribirá una columna sencilla sobre medicina el 29 de cada mes. Porque él siempre tiene una segunda opinión y si hace falta, muchas más.

Su nombre escrito en letras de oro

En la ciencia médica muchas enfermedades, síndromes, signos o incluso zonas anatómicas han sido bautizadas con epónimos, es decir con nombre propios. Algunos ejemplos conocidos son la enfermedad de Alzheimer o la enfermedad de Parkinson. En la mayoría de estos casos el nombre utilizado es el de un investigador al que se pretende honrar por sus logros científicos o sus descubrimientos en relación con el concepto bautizado. En otras ocasiones el nombre proviene de referencias literarias o incluso mitológicas como en el síndrome de Pickwick que se refiere a la somnolencia diurna que padece un personaje de la primera novela de Dickens o el delirio de Sosias que se trata de un trastorno psiquiátrico que hace que el enfermo crea que todas las personas que le rodean han sido suplantadas por sus dobles idénticos, en referencia a un mito griego. Curiosamente, hoy en día casi nadie recuerda quienes fueron las personas que merecieron el honor de ser recordados por las generaciones venideras de médicos per secula seculorum. Sabemos sus nombres, pero no quienes eran ni que hicieron para ganarse nuestro reconocimiento diario.

Ciertamente es una pena que hayamos olvidado los esforzados trabajos de Alois Alzheimer y Franz Nissl por conocer la estructura del cerebro humano, pero hay un caso especialmente terrible y vergonzoso de olvido que quiero reseñar hoy en esta columna.

El síndrome de Hallervorden-Spatz es una enfermedad muy rara que consiste en la degeneración de varias áreas del cerebro llamadas el globo pálido, el núcleo rojo y la sustancia negra. Se caracteriza por una rigidez de movimientos similar a la de la enfermedad de Parkinson, movimientos espasmódicos de las extremidades y retraso mental y emocional progresivo. Julius Hallervorden y Hugo Spatz fueron ambos psiquiatras y patólogos alemanes en la primera mitad del siglo XX. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial ambos ocupaban puestos directivos en hospitales e instituciones científicas y durante aquella época realizaron espectaculares estudios sobre la estructura del cerebro humano lo que les permitió realizar grandes avances en el conocimiento de las enfermedades degenerativas cerebrales.

Pero el clamoroso olvido del que hablaba se debe al origen de los más de 700 cerebros sobre los que Hallervorden y Spatz realizaron sus trabajos. Los cerebros estudiados provenían de un programa de “eutanasia programada” auspiciado por el régimen nazi que tenía por objetivo el asesinato masivo de niños y adultos enfermos mentales. Hallervorden y Spatz sabían de donde provenían los cerebros y son considerados criminales de guerra nazis. Sin embargo continuaron con éxito sus carreras científicas tras el fin de la guerra. Por ese motivo la comunidad científica promueve hoy la eliminación de sus nombres y una nueva denominación para la enfermedad antes conocida como síndrome de Hallervorden-Spatz.

Todas estas interesantes historias que conviene conocer pueden encontrarse en la estupenda página Who named it donde están recopiladas las biografías correspondientes a los epónimos más comunes en medicina.

Santiago Viteri | 29 de agosto de 2008

Comentarios

  1. Alber
    2008-08-29 13:20

    Sobre este tema que comentas (y sin tener nada que ver con la medicina), hay una anécdota bastante chula referida al escritor Gabriel Aresti. Ya se sabe que cuando un escritor se muere, lo primero que hacen es ponerle su nombre a una calle. Bien, pues Aresti detestaba esta posibilidad. Una ver le preguntaron qué le parecería que lo hicieran en su caso y respondió algo así: “No se me ocurre nada más horrible que alguien comente: ‘¿Qué es de tu vida, hombre?’. ‘Nada, vivo ahí, en Gabriel Aresti 12, con mi señora, los niños y mi suegra’”. Por desgracia, a Aresti le salió mal la jugada.

  2. santi
    2008-08-29 13:43

    De hecho tiene un poema que trata sobre eso. Lo estoy buscando porque no me acuerdo bien, pero uno de los versos traducido dice algo así como:
    “no quiero que un marinero borracho pueda decir,
    vivo en aresti 12, con mi cuñada vieja
    la coja.”

  3. santi
    2008-08-29 13:49

    Encontré el verso, pero no el poema entero:

    “No quiera Dios que pongan mi nombre a una calle de Bilbao. /
    (No quiero que un barbero borracho pueda decir: /
    Yo vivo en Aresti con la cuñada /
    vieja de mi hermano. Ya sabes. Con la coja)”


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