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Mondo Píxel PG por John Tones y Javi Sánchez

Mondo Píxel PG supone, como el Parental Guidance de su título indica, un punto de vista alternativo y guiado acerca de los videojuegos. Cada viernes, John Tones y Javi Sánchez, miembros del hervidero de visiones con seso sobre lo interactivo Mondo Píxel, contarán en LdN cómo se ha convertido el ocio electrónico en una volcánica explosión de inquietudes pop. Sus ramificaciones en cine, tebeos y música, su influencia en nuestra vida diaria, su futuro como forma de ocio y olla a presión cultural. Cada semana en Mondo Píxel PG.

Es un clásico

Los abajo firmantes participan desde un par de números, pero especialmente desde el último, en la redacción de la revista Retro Gamer, dedicada a los sistemas de videojuegos clásicos (que tampoco está muy claro qué es eso, teniendo en cuenta que a un jovencito default ya le parece que un juego de primera hornada de la actual generación de consolas ya se le ha quedado viejo). Tarifan la revista a partes más o menos equidistantes entre Sánchez y Tones, Jaime González y Adonías el Implacable.

En esta columna se ha hablado del tema de Lo Retro con insistencia casi metódica, y a nadie le ha resultado extraño: es perfectamente normal que se traten los clásicos dentro de una columna dedicada a la actualidad, entre otras cosas porque las compañías exhuman continuamente sus catálogos para recuperar tesoros del pasado aún rentables. Y nuestro blog (y esta columna) incluye el Píxel en su nombre, que es la unidad de medida minima del videojuego añejo, aunque no están dedicados expresamente a los juegos de hace treinta años, pero resulta perfectamente normal tener el Píxel ahí bien clarito. El interés por los videojuegos pasados de moda, casi siempre impracticables en sistemas modernos, a menudo impracticables así, en general, forma parte de la naturaleza intrínseca del periodismo moderno de videojuegos.

Acudan al kiosco, no obstante, y pregúntense cuántos medios de información consagrados a lo vetusto encuentran en otros campos: ¿Publicaciones sobre corte y confección durante la posguerra? ¿Sobre métodos de jardinería durante los setenta? Ni siquiera salgan de lo cultural: ¿revistas dedicadas exclusivamente a cine clásico, a rock de los cincuenta, a tiras de prensa de hace siete décadas? Admitimos que puede haberlas dedicada a música clásica, pero no entendida como “antigua” o “caduca”, sino como género en sí mismo. La rareza de una publicación como Retro Gamer, pues, se multiplica, pero lo insólito es que no resulte disonante dentro del contexto de la información sobre videojuegos.

La semana pasada, Tones estuvo deambulando por Berlín, corroborando que, en efecto, no hay esvásticas por ningún lado, están prohibidísimas. Pero además, como ese tema lo liquidó rápido, aprovechó para acercarse por el Museo de la Computación, que dedica la práctica totalidad de su exposición a los juegos clásicos. Lo más interesante de una visita breve y con notables lagunas, pero perfecta para inciarse en los videojuegos vetustos, es el acceso a máquinas de arcade que el aficionado solo ha podido catar en fotografía y a distancia. Aunque la exposición estaba medio vacía y se podía jugar a todo prácticamente de inmediato, una máquina quedaba inaccesible: el mítico Gauntlet en su mueble original.

Gauntlet es un juego de 1985, de perspectiva cenital y que presenta laberintos llenos de monstruos (lleno es lleno: hay miles de bichos de toda índole) y que hereda la esencia de los rolazos clásicos pero lo traduce a la mecánica de juego de acción: mecánico, caligrafiado con la masacre a ritmo enloquecido y el rapiñar tesoros en busca de una salida. El juego permitía cuatro jugadores simultáneos (la auténtica esencia del mismo, ya que los disparos dañan también a los compañeros, con los consiguientes piques monumentales), y el precioso mueble original propiciaba el control a ocho manos.

No pudimos probarla porque había una cola inmensa de niños alemanes turnándose para jugar. Dejando de lado la conveniencia de molestar o no a un niño alemán, lo cierto es que ninguno de ellos parecía molesto con el rudimentario acabado gráfico del juego, los simplísimos controles (un botón para disparar, señora) o lo repetitivo de su mecánica, que agota al spectrumista más acérrimo. Disfrutaban a gritos de un mecanismo básico que reduce a una esencia casi abstracta el elemento competitivo de cualquier juego (con prefijo video- o no) desde tiempos inmemoriales.

En la propia Retro Gamer nos reímos del Síndrome Del Bocadillo de Nocilla, que anula el sentido crítico y convierte en maravilla de retroamor cualquier juego anterior al 94, pero nostalgias injustificables aparte, hay una cuestión ciertamente indiscutible: aunque los videojuegos hayan evolucionado de forma monstruosa desde sus primeros días, una cosa sigue estando clara. Si el jugador se divierte, el juego es bueno. Y porque en el fondo las cosas son tan sencillas, que las comprende de un niño alemán a un lector español de Retro Gamer de treinta y bastantes, el píxel es eterno.

John Tones y Javi Sánchez | 31 de mayo de 2013

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