Mondo Píxel PG supone, como el Parental Guidance de su título indica, un punto de vista alternativo y guiado acerca de los videojuegos. Cada viernes, John Tones y Javi Sánchez, miembros del hervidero de visiones con seso sobre lo interactivo Mondo Píxel, contarán en LdN cómo se ha convertido el ocio electrónico en una volcánica explosión de inquietudes pop. Sus ramificaciones en cine, tebeos y música, su influencia en nuestra vida diaria, su futuro como forma de ocio y olla a presión cultural. Cada semana en Mondo Píxel PG.
Se ha hablado mucho en la última semana del sopapo crítico y de ventas que se han llevado dos juegos que se contaban entre los grandes lanzamientos de la actual generación de consolas, dos títulos con nombres propios respaldándolos, y que intentaban rascar algo de cascaruja del bolsillo de los jugadores antes de la llegada de ese maelstrom pre-neo generacional llamado GTA V. Los juegos son Lost Planet 3 y Killer Is Dead. El nombre propio que exhibía el primero era, por supuesto, el de la franquicia a la que pertenece, una aventura de tiroteos en un planeta helado poblado por bicharracos gigantes y, en segundo plano, Capcom, que aunque ya no es garantía de nada, y menos desde que se desvincula del desarrollo de los juegos cediendo el trabajo a estudios occidentales (en este caso, por ejemplo, los Spark Unlimited, dueños de una carrera de producciones absolutamente horrorosa), aún despierta cierta confianza entre los jugadores de largo recorrido gracias a mitos como Street Fighter, Megaman, Resident Evil y muchísimos otros.
El nombre propio que vertebra la segunda obra es Suda51, autor japonés instalado dentro de los márgenes del mainstream y caracterizado por cierta iconoclastia zumbona poco habitual en los juegos de alto presupuesto. Es uno de los pocos creadores que, trabajando con grandes compañías pero canalizando su obra a través de un studio propio, Grasshopper Manufacture, permanece afín a un modo provocador de entender los videojuegos, pero no como autor, sino como género industrial: es uno de los pocos diseñadores que, en estos tiempos de polarización total de los juegos hacia los extremos Triple-A / independencia absoluta, permanece fiel al concepto de las series medias, los juegos de presupuesto intermedio que tantas alegrías han dado a la industria hasta ayer mismo. Ha creado juegos protagonizados por cheerleaders aniquiladoras de zombis y por pajeros que compran sábles láser por eBay, su narrativa es voluntariamente confusa, ambiguamente misógina y japonesa al doscientos por cien. Más que un autor es un provocador instalado en el sistema. Técnicamente, ninguno de sus juegos roza la excelencia, todos ellos son sorprendentes, refrescantes y necesarios.
El periodismo especializado y los propios jugadores han colocado ambos juegos en el mismo saco conceptual cuando ha llegado el momento de los análisis y las temidas notas (nosotros mismos lo estamos haciendo con esta columna, aunque la intención no sea exactamente la misma): ambos han sido masacrados por la crítica, y a la gente le gusta fingir sorpresa. ¿Un autor cuyos juegos se anticipan con meses de margen y una franquicia de eficacia comprobada, ambos hundiéndose en las listas de ventas (incluso en Japón, de donde proceden Suda y Capcom) y recibiendo notas horrorosas?
Lo cierto es que ambos juegos están mal. Pero hay diferencias. Los dos tienen severas deficiencias técnicas, pero por encima de ello, ambos exhiben una cierta desgana que procede de dos raíces distintas. Por una parte, Capcom quiere explotar sin innovar una saga que está agotada desde su primera (y estupenda) entrega. Por otra, Suda51 recupera tropos de muchos de sus juegos anteriores (principalmente, Killer7 y No More Heroes) y los alinea en una historia que no tiene ni la desvergüenza de Lollipop Chainsaw ni la inventiva de Shadows of the Damned. Y aún así, insistimos, hay diferencias.
Lost Planet 3 es un juego erróneo desde su punto de partida, está concebido en un despacho y no en la cabeza de un creador, esté atravesando una resaca lamentable o no. Lost Planet 3 ha olisqueado el mercado, ha detectado dos o tres tendencias pasadas (los toques roleros en un juego eminentemente de acción), presentes (el multijugador postizo) o futuras (los mechas del demonio) y los ha embutido en un chorizo incapaz de sostener en pie mecánicas e influencias tan dispares. Suda51, simplemente, no ha estado a la altura de otras veces, pero su juego sigue siendo (indies aparte) una de las propuestas más corrosivas, coloristas y churriguerescas que se pueden insertar en una consola actual. Fallida, pero que sabe vibrar en una onda alejada de secuelas y segundas tomas, de los juegos teledirigidos y los conceptos reciclados.
Todo esto viene a que, en frío, no recomendaríamos ninguno de los dos juegos a ciegas, pero Killer Is Dead, con todo, tiene la suficiente vida, ingenio y sensibilidad en su interior como para merecer algo de atención. Los notistas, los exégetas de la crítica objetiva, los cronistas que el único valor que detectan en Suda51 es que sus personajes tienen nombres raros, pondrán a ambos juegos al mismo nivel. Pero no nos engañemos. Aún hay clases. Hasta para hacer mal las cosas.