La idea nogueriana (entre otras cosas) de prohibir una teta. Esta teta no puede ser. Estas dos tetas no, nada, a casa. “Oiga, que no son tetas cualesquiera. Son tetas en un torso amputado”. Nosotros, que somos unos cínicos y unos bestias, somos muy de pensar “Bueno, mejor incluso, ¿no?” Pero lo que nosotros pensemos o no tiene poco que ver con el pitote que se montó ayer cuando Deep Silver, creadores del juego de acción pseudorrolera Dead Island, de masacre de zombis y salvamento de civiles en una isla paradisíaca, anunciaron una edición especial de la secuela del juego, Dead Island: Riptide, que incluía (la reproducción de, ojo) un torso femenino amputado con un bikini con la bandera de la Union Jack. La prensa especializada, y hablamos de prensa regentada por pajerazos de pro, como Destructoid o Joystiq, se echaron las manos a la cabeza. Jim Sterling, gerifalte de Destructoid que está haciendo un denodado esfuerzo por mutar indefectiblemente hacia una icónica Señora Mayor, afirmó que cualquiera que comprara ese artículo era un sociópata. Tras un pequeño revuelo, Deep Silver lamentó profundamente las ofensas causadas y convocó una reunión de urgencia del equipo, que en el momento de escribir estas líneas aún no ha decidido si la edición va a ponerse o no a la venta.

No podemos evitar contar lo de siempre, por enésima vez, porque viene a cuento y porque toda persona de bien tiene que llevar tatuada la anécdota dichosa en la memoria cuando se habla de estos temas. Cuando la Subcomisión del Senado que en 1954 preguntó a William Gaines, editor de los comics de horror de la EC, si una portada en la que un hombre sujetaba la cabeza de una mujer mientras el cuerpo decapitado de la desgraciada reposaba en el suelo le parecía de buen gusto, Gaines respondió que sí señor, claro que sí. Que le parecía de buen gusto… para una portada de un tebeo de terror.

Vaya por delante que el busto en cuestión no nos parece, ni remotamente, de buen gusto. Gaines hacía referencia a que su portada le parecía de buen tono porque no se veía ni el muñón cercenado ni un charco de sangre en el suelo. Deep Silver no solo ha sobrepasado con el hórrido busto en cuestión las líneas de lo permisible trazadas en la arena, sino que las han borrado con meadas de borrachos, si nos siguen la metáfora. Pero aunque el propio Gaines posiblemente habría torcido el gesto con una mueca de disgusto al ver el torso pichiquiteado, sí nos quedamos con algo de su brillante respuesta: con el “… para una portada de un tebeo de terror”.

Ya saben que aquí adoramos el género, y no solo porque nos gusten los bichos, los monstruos, la gente que baila con sierras mecánicas en los amaneceres texanos y la oportunidad de meterle mano a alguien aprovechando un catapún en la penumbra de una sala de cine. Nos gusta el terror porque, desde que tenemos consciencia de él, nos ha servido para medir los límites de lo que se debe y no se debe mostrar, y lo que estamos o no dispuestos a visualizar: el cine de terror sirve para hablar de la muerte, dejar de temerla y aprender a temer otras cosas, como los cambios físicos y psicológicos, la podredumbre de las enfermedades, la decadencia moral, los abismos de la locura y miles de temas más que no se tratan, por norma (al menos no explicitamente) en, bueno, no sabemos, en Hay una cosa que te quiero decir. Por ejemplo.

Tenemos una visión contradictoria del fenómeno zombi por aquí. Después de aquella horrenda viñeta, por obvia y por zafia, de The Walking Dead (estupenda serie, por otro lado, qué duda cabe) en el que el protagonista le gritaba al lector que nosotros somos los muertos andantes, echando por tierra medio siglo de películas de muertos vivientes en las que nadie se había atrevido a verbalizar algo que estaba muy claro desde el clásico en blanco y negro de Romero, todo parece haberse banalizado a base del exceso y el abuso de zombis nazis, zombis que se usan como oleadas de tiros al plato y enemigos multitudinarios, más proclives al desahogo cómico que a la auténtica esencia del cine de terror de agitar conciencias e inquietar estómagos. Los videojuegos han contribuido a esa banalización y ese desgaste del muerto viviente, que ha pasado de ser el monstruo metafórico contemporáneo por excelencia a ser el favorito de los niños por torpe, por lento y, bueno, por niño también un poco.

Por eso apreciamos que un juego que no es más que un whack-a-mole con zombis y cuerpo a cuerpo como es el primer Dead Island decida pasar de todo para promocionar su secuela (no sabemos si es una maniobra publicitaria o no, ese no es el punto) y devolver los juegos de terror a un sitio donde no solemos verlos demasiado: a donde molestan e incomodan. A un sitio donde podemos olvidarnos de cabezas que estallan con espectacular gloria technicolor de Triple A y podemos experimentar un pequeño escalofrío al pensar “Se han pasado”. Porque los beneficios de pasarse de la raya nunca deberían ser despreciados del todo.