Mondo Píxel PG supone, como el Parental Guidance de su título indica, un punto de vista alternativo y guiado acerca de los videojuegos. Cada viernes, John Tones y Javi Sánchez, miembros del hervidero de visiones con seso sobre lo interactivo Mondo Píxel, contarán en LdN cómo se ha convertido el ocio electrónico en una volcánica explosión de inquietudes pop. Sus ramificaciones en cine, tebeos y música, su influencia en nuestra vida diaria, su futuro como forma de ocio y olla a presión cultural. Cada semana en Mondo Píxel PG.
En esta santa casa, como cualquier jugador con cierta veteranía (nada, con unos añitos de mili es suficiente) y que haya dedicado dos minutos a mirarse al espejo y lamentar la desastrada imagen que éste devuelve, somos dolorosamente conscientes de las contradicciones que atenazan al jugador habitual. A todos se nos hincha el pecho con la reivindicación del videojuego como un medio digno y una forma de expresión no ya comparable, sino que directamente ha adelantado por la izquierda y con corte de mangas incluído a cualquier otro medio audiovisual de las últimas décadas. Pero luego todos, todos y cada uno de nosotros estamos obsesionados con franquicias, sagas, personajes y géneros que, sentimentalismos aparte y de un modo honesto y sincero, solo tienen valor real en un segmento muy bajo de su producción.
Las entregas de premios son el paradigma, quizás, de esa contradicción. Somos perfectamente conscientes de que espectáculos como los recientes Video Game Awards de Spike TV son un montaje completamente respaldado por las grandes marcas de la industria para promocionar los videojuegos del año que viene. Pero aún así comentamos los premios otorgados al último año, que es el cebo, y conjeturamos sobre los invariablemente mentirosos o directamente intolerables trailers que la ceremonia escupe.
Y nos hacemos eco de toda la basura mediática que nos cascan las compañías. Tony Hawk, estrella durante una década de los videojuegos de skate y caido en desgracia por culpa de la desmedida ambición de Activision, se deja ver por la ceremonia para anunciar la única forma de salvar los muebles de su serie: relanzar en formato alta definición un best of de las dos primeras entregas de la zombificada saga.
Una animación (hecha por el estudio que programó el juego, es decir, con el total beneplácito del desarrollador) del Joker salida de la saga Batman Arkham… muestra indisimuladamente el guion de un hipotético Batman Arkham World. Sabemos que no es posible: las novedades no se anuncian de esa forma. Pero los periodistas entramos en el juego porque, qué demonios, es Batman, es el Joker, es Arkham, es una fieshta. Un día es un día.
El equipo de Platinum anuncia que está ultimando un Metal Gear que no parece un Metal Gear. Los fans de Metal Gear dicen que maldita sea, si no lo desarrolla el creador de la serie, Hideo Kojima, no es un Metal Gear. Los fans de Platinum decimos que qué demonios hace desarrollando Platinum una entrega de una saga que huele a muerto como Metal Gear. A Konami le da lo mismo: el caso es que se habla de Metal Gear.
Todos pecamos. Nosotros los primeros porque, insistimos, un día es un día, esto es una fieshta, y aunque no oirán salir de nuestros labios la expresión “los Oscar del videojuego” (ya ni siquiera los Oscar son los Oscar del cine), la sensación es esa. Concedamos esta noche, besémonos bajo el muérdago con las compañías, why can’t we be friends por una vez, chachos.
Pero al día siguiente, como cuando te levantas en una casa desconocida al lado de un travesti que la noche anterior te recordaba muchísimo a Samus Aran (¿a ustedes no les ha pasado?; como se nota que no vivieron las noches de gloria de fiestas del sector hace un par de años), te miras en el espejo y dices “Es la última vez que bebo”. O, en este caso, el equivalente “Es la última vez que me hago eco de noticias endogámicas, no vuelvo a hacer el ouroboro del píxel”. Te das un masaje de Ron Gilbert y de Ben Kuchera, respiras hondo y sí, te sientes sucio, pero preparado para recuperar algo de dignidad.
Entonces te vuelves a mirar al espejo y decides, dos semanas antes de jugar una sola partida, que Batman Arkham Impostors va a molar porque, eh, son batmans gordos. ¡Batmans gordos! ¡Menuda ideaca! Y en ese momento te das cuenta de que si siempre has apoyado la muerte de la crítica objetiva y el ensalzamiento de la experiencia personal como clave para un periodismo de videojuegos saludable, ahí hay que estar a las duras y a las maduras. Y petarlo.
Y vuelta a empezar.