Ya les contábamos el año pasado lo que es el E3, esa feria donde se decide lo que nos espera en Navidades y se nos ponen los dientes largos —o podridos— para años venideros, siempre según la industria y su particular concepción del hype. Evidentemente, la feria nos dará para varias columnas (sobre todo teniendo en cuenta que, mientras escribimos ésta columna, Tones todavía está sufriendo ese delirio angelino de las relaciones públicas en sus muy murcianas carnes). Pero la noticia hoy, entre el sorprendente precio de la nueva portátil de Sony, Vita —muy fiel a su escuela de compensación genital de meter todas las zarandajas y el músculo posible en un sólo cacharro—, o el desconcierto de una Microsoft que no sabe muy bien qué quiere hacer con Kinect, ha sido el anuncio de la última excentricidad de Nintendo, Wii U, que saldrá dentro de un año y medio. Exactamente el tiempo que necesitaremos todos para entender qué puñetas es, aparte del monstruo nacido de una noche loca entre la Wii y la DS.

Les explicamos rápidamente la situación: Nintendo lleva más de 15 años haciendo lo que le sale del colón. Mientras el resto de consolas implantaba lectoras de CD-ROM, Nintendo 64 se aferraba al cartucho. Cuando el DVD era un estándar de películas, su GameCube utilizaba un formato propio que no permitía la reproducción multimedia. Mientras todo el mundo tenía claro que había llegado la era de la alta definición y el juego por internet, Iwata y sus amigos decidieron que lo que había que hacer era ponerle un mando estúpido a la GameCube y volver a venderla con el nombre estúpido de Wii.

El problema es que la Wii se comió el mundo. O, mejor dicho, lo empachó. Nintendo llegó a ser la primera empresa japonesa en capitalización bursatil cuando, unos pocos años atrás, muchos dudaban de su futuro como fabricante de consolas de sobremesa. La apuesta les salió más o menos bien: vender un cubo con un palitroque, decorado con sus joyitas propias —*Super Mario Galaxy* es, como mínimo, inmortal—, un cubo que se iba llenando progresivamente de mierda intrascendente, pero que tenía a todo el mundo contento, especialmente a los inversores. Los mismos que no conocen esta historia que les acabamos de contar, a los que se les han debido caer los gemelos en el malta 20 años al ver el cacharrito de Wii U y sus impresionantes funciones para pintar en el sofá, huyendo en desbandada del accionariado de la japonesa.

Los aficionados ya estamos muy acostumbrados a comentar “¿qué demonios es ESO?” cada vez que Nintendo presenta algo nuevo. Incluso picaremos en algún momento. Y sus consumidores acérrimos, ni se lo imaginan. Son una masa entregadísima, a medio camino entre la iluminación zen del manzanito y el sufrimiento resignado del atlético. Les da igual todo mientras tengan su ración de Mario, Zelda y Pokémon. Es una gente capaz de soportar que les presenten un híbrido de Telesketch, iPad y PDA finisecular que se conecta a la tele y nadie sabe para qué sirve. ¡Maldita sea, es que es lo que le han hecho!

O eso creemos. Tones, espectador privilegiado del asunto, comentaba tras la presentación que hasta después de la conferencia —recordemos, el evento más importante de comunicación pública a nivel mundial—, nadie tenía muy claro si Wii U era una consola nueva, un periférico para la Wii clásica, ambas cosas, ninguna de las anteriores es correcta… La misma conferencia en la que el creador de Mario dedicó sus quince primeros minutos a pedirle a una orquesta que fueran tocando sonidos míticos del Legend of Zelda —joder, la idea de un prejubilado japonés diciendo “ponme el temita de abrir el cofre”—. Puede que no sepamos qué es Wii U, pero Sánchez ha recordado con una lagrimita los tiempos de dominación mundial de Super NES y Game Boy, cuando Sony ya estaba por anunciar su PlayStation original y Nintendo soltó un severo “nos la suda”, descolgándose con dos engendros (la N64 y Virtual Boy, una protoportátil 3D, una aberración, un… Algún día les hablaremos de ESO) que les llevaron de la gloria multimillonaria a su mundito feliz particular.

Que hagan el amago de repetir esa historia quince años después es para quitarse el sombrero. ¿O conocen ustedes muchas multinacionales con complejo de autodestrucción? “No, papá, no seré banquero como tú, yo lo que quiero es ser artista”. En ésas están: buscando la belleza romántica del videojuego en tiempos del iPad. Triunfen o fracasen, nosotros les aplaudimos.