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Mondo Píxel PG por John Tones y Javi Sánchez

Mondo Píxel PG supone, como el Parental Guidance de su título indica, un punto de vista alternativo y guiado acerca de los videojuegos. Cada viernes, John Tones y Javi Sánchez, miembros del hervidero de visiones con seso sobre lo interactivo Mondo Píxel, contarán en LdN cómo se ha convertido el ocio electrónico en una volcánica explosión de inquietudes pop. Sus ramificaciones en cine, tebeos y música, su influencia en nuestra vida diaria, su futuro como forma de ocio y olla a presión cultural. Cada semana en Mondo Píxel PG.

La Isla del Mono

Hasta el día de Navidad se puede adquirir, por el módico precio de lo que les dé la gana, la segunda entrega del Humble Indie Bundle. O, lo que es lo mismo, cinco juegos independientes para PC (al completo: Windows, Mac, Linux) de calidad indiscutible, que cualquier miembro de Mondo Píxel les recomendaría sin dudarlo, si comparten ustedes alguna de las ideas que hemos lanzado en esta columna. Los juegos vienen sin ningún tipo de protección antipiratería y, si alguien fuera tan generoso como para pagar más algo más de 6 euros, se le regala el primer Humble Indie Bundle, otros seis juegos magníficos. Pero si alguien quiere pagar un mísero céntimo de euro, se lleva el pack igual. Para colmo, los propios creadores dan a elegir si se les da el dinero a ellos, o a dos ONGs nada sospechosas —incluyendo Child’s Play, el megaproyecto de Penny Arcade para facilitar juegos y consolas a niños hospitalizados.

Esta misma semana, con cierta sincronicidad, se ha rechazado en el Congreso la Disposición Legal Segunda de la Ley de Economía Sostenible, conocida como Ley Sinde, que proponía grosso modo la posibilidad de que ciertas páginas webs de dudosa legalidad pudieran cerrarse por vía administrativa, en lugar de la judicial. La Ley Sinde era un completo desastre por varios motivos, no siendo el menor de ellos que Julian Assange pueda presumir de que Wikileaks, al fin, ha tenido un efecto: gran parte de la furia social contra ella se retroalimentó con la filtración de los cables de las embajadas norteamericanas. Estos desvelaron, en las semanas previas a la votación, que era un ley “apadrinada” por Estados Unidos, una medida fomentada y tutelada por un estado extranjero a cambio de no sé sabe bien qué servidumbres o prebendas asociadas, como si se hiciera cierto el chiste de Spain is not Spain y fuéramos un estado satélite soviético inverso. Implicaciones políticas aparte, el intento del gobierno de poner la venda sin diagnosticar la herida —esto es, sin la muy necesaria reforma de la Ley de Propiedad Intelectual, que sería lo suyo— ha fomentado el debate social, al margen del Congreso. Por primera vez todos —artistas, gestores, políticos, asociaciones, intelectuales, ciudadanos— discuten con absoluta libertad de ideas y en igualdad de términos para el espectador/internauta. Algo muy bello pero, aunque a Sánchez le joda, nosotros veníamos a hablarles de la ley desde la perspectiva de los videojuegos, no desde la política social. Aunque no dejen de leer el esclarecedor texto de Don Lindyhomer.

Como el sector ha sido, hasta hace nada, el hermano tontito de la industria cultural, cuando las SGAEs de este mundo han ido a defender lo suyo al software se le ha dejado de lado. Lo que la música y el cine ha sufrido es algo que los creadores de Windows, Photoshop y todos los que sacaban juegos para los millones de PlayStation 2 pirateadas saben desde hace mucho, desde que tu amigo venía a casa en los ochenta y te copiabas la cinta del último juego de MSX. Y sí, les ha hecho daño, y sí, algunos han caído y otros han sobrevivido y volveríamos a entrar en el debate. Pero no, no perdamos de vista los videojuegos. Les hablábamos del Humble Indie Bundle por dos razones. La primera, porque estamos firmemente convencidos de que Braid, Machinarium, o World of Goo (éste del primer Bundle) son juegos in-dis-pen-sa-bles de los que apenas se ha hablado por su condición de independientes, y que valen más la pena que cualquier Call of Duty de setentaytantos eurazos. Y la segunda, por algo que pasó con el primer HIB.

Las condiciones del primer pack eran similares: paga lo que quieras, sin protección anticopia y distribuye el dinero como mejor te parezca. La página de la que podían descargarse los juegos no tenía tampoco ningún tipo de protección y los .torrents fluían alegremente. Con datos puros en la mano, los artífices de la iniciativa descubrieron que apróximadamente habían tenido un 25-30% de descargas ilegales. Es decir, de cada cuatro personas que se bajaron los juegos de la página oficial, una prefirió bajárselos sin pagar un céntimo de euro o de dólar. También, reconocían los indis, está el caso de los que no podían pagar por vivir en países que no aceptaban los medios de pago u otras especulaciones. Su reflexión final era fantástica: “con este proyecto hemos ganado dinero. ¿Deberíamos gastarnos parte de ese dinero en mandar a nuestros abogados indis tras estos clientes? ¿Averiguar sus direcciones IP? ¿Implementar medidas de protección? No, preferimos gastarnos el dinero en hacer buenos juegos, prestar atención a nuestros clientes, y confiar en que pase lo mejor. Y, por ahora, nos funciona bien”.

Los creadores independientes de juegos saben en qué universo viven: no tienen detrás un gran grupo, ni dinero para marketing, y se venden con las herramientas que Internet y la propiedad de su trabajo como independientes les proporcionan. El HIB fue uno más de los intentos por atraer a todos esos jugadores “piratas”, que llevaron hace un par de años a que los analistas declararan muerto el mercado de PC (el que más ha subido desde que las plataformas de distribución digital decidieron meterle hacha a los precios, por cierto), y la triste constatación de que hay gente, ahí fuera, a la que se la suda todo, que no están dispuestos a pagar un sólo céntimo por el trabajo de otros y que, hay que decirlo desde ya, inutilizan el concepto de “lucro cesante” con el que a nosotros se nos impuso el canon digital, las acciones públicas cuasi camicia nera de la SGAE y, casi casi, la ley Sinde.

Entre los detractores de la Ley Sinde hay cuatro tipos bien definidos: unos, los propietarios de las páginas de enlaces que se sacan las lentejas poniendo anuncios de Enlarge your penis, póker online, y demás colgando el trabajo de otros, que encima se permiten el lujo de ir de Robin Hood por la vida, cuando no son más que las némesis exactas de los Teddy Bautista, Ramón El Legalmente Innombrable y similares: gente que va a por lo suyo tengan razón o no. Dos, la gestalt de intelligentzia online compuesta por hacktivistas, defensores de la Red Neutral, creadores open source y Creative Commons y ciudadanos preocupados por la deriva democrática de sacar a los jueces del lugar que les corresponde. Tres, el internauta ocasional y anónimo que, puestos a generalizar, ahora estará envolviendo sus regalos de Navidad, puede que incluyendo juegos o películas, pero que también se baja sus series y sus cositas; que incluso va al cine de vez en cuando, y el más ofendido por la creciente criminalización de sus hábitos cuando pensaba que, precisamente, el canon digital los legitimaba. Y por último, el de la estadística de los indis: el miserable que no paga un céntimo de euro por adquirir un pack de juegazos hechos por ese sector de creadores que conoce Internet, que tiene dos dedos de frente, y que han hecho todo lo posible para que su trabajo sea bueno para todos. Ése último no nos gusta que se queje. Como decía uno de los responsables del HIB, “en parte, ese 25% de usuarios me da igual, porque ha quedado claro que nunca van a comprar mis juegos. Al resto, nos ha quedado claro que cuando tratas a la gente como personas en vez de cómo a criminales, responden”.

John Tones y Javi Sánchez | 24 de diciembre de 2010

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