Mondo Píxel PG supone, como el Parental Guidance de su título indica, un punto de vista alternativo y guiado acerca de los videojuegos. Cada viernes, John Tones y Javi Sánchez, miembros del hervidero de visiones con seso sobre lo interactivo Mondo Píxel, contarán en LdN cómo se ha convertido el ocio electrónico en una volcánica explosión de inquietudes pop. Sus ramificaciones en cine, tebeos y música, su influencia en nuestra vida diaria, su futuro como forma de ocio y olla a presión cultural. Cada semana en Mondo Píxel PG.
Del tema de la columna de hoy ya ha hablado el equipo de Mondo Píxel en otras, innumerables ocasiones, porque nos ha fascinado desde siempre: el irreal, abstracto, siniestro mundo que proponen los videojuegos antiguos a causa de sus limitaciones técnicas. Ya apuntamos algo de ello cuando comentamos Tron Legacy, pero ha sido otro juego de reciente factura el que nos ha devuelto a esa asfixiante certeza de que hay un mundo gráfico que palpita en el corazón de cada videojuego y para el que las últimas corrientes de animación y grafismo fotorrealistas solo suponen un levísimo enmascaramiento.
Space Invaders: Infinity Gene es el último remake que se ha programado del clásico absoluto de los matamarcianos de Taito de 1978. Obedece a una revitalización de la saga que se produjo hace unos pocos años gracias, por una parte, a esta oleada de retrofilia que nos invade y que ha convertido a los marcianos del juego original en iconos pop de primera categoría, y por otra, al éxito de un par de soberbias actualizaciones de la mecánica original para Nintendo DS y PSP en 2008, llamadas Space Invaders Extreme 1 y 2. Ambas supusieron la culminación de una estética que se había predecido en la película Tron, se había propuesto en el aún no superado videojuego para Dreamcast y PS2 Rez (2001) y había eclosionado definitivamente (siempre con un ojo puesto en los matamarcianos clásicos) en la moda de los shooters abstractos, con el soberbio Geometry Wars para Xbox 360 (2005) en cabeza. El subtítulo que ostentaba la versión 360 de Geometry Wars era muy explícita, y de hecho, resume considerablemente el contenido de esta columna: Retro Evolved.
Space Invaders: Infinity Gene parte de la misma intención que sus antecedentes subtitulados Xtreme: dotar a la estética de los videojuegos clásicos de cierto aire moderno, es decir, planteando en 2008 cómo nos hubiera gustado que fueran los últimos años de los setenta y primeros ochenta. Como el marciano de Space Invaders está asimilado por la señalética mass-media (al igual que sucede en los remakes actuales de Pac-Man), cuanto menos se toque al icono original, mejor. De este modo, tenemos una nave y unos alienígenas de naturaleza monocroma, una mecánica variable pero inmutable en su esencia (marcianos en un extremo de la pantalla, normalmente arriba, acercándose en oleadas a la nave del jugador, normalmente abajo), y lo que varía es la ambientación: en los Xtreme, música tecno, colores ácidos, parajes abstractos y focos parpadeantes de luz. Una observación de ese espacio que Tron y Rez intuían que residía en la zona sin gráficos de los juegos.
Es una zona que en los primeros videojuegos abundaba: una zona que ha tenido su propio vocabulario (como la traducción al lenguaje vectorial del clímax de La guerra de las galaxias en el videojuego Star Wars —1983—), su propia obra de arte abstracta (Tempest, aún hoy inexplicable experimento de 1980), su propio cartoon de sábado por la mañana (el desolador Q-Bert de 1982), su propia lección de aritmética (el puzzle Qix en 1981) y por supuesto, su propia poética, ejemplificada en dos juegos: Pac-Man (1982) y Asteroids (1979), en los que el terreno de juego se pliega sobre sí mismo, y un extremo de la pantalla conecta con otro, exacta y diametralmente opuesto. Hay un milisegundo en el que la nave de Asteroids y el protagonista de Pac-Man desaparecen de la pantalla, y en ese instante habitan en una zona negra, oscura, desconectada de todo e inalcanzable e inimaginable por cerebros no binarios como los nuestros.
No podemos saber qué extraña perturbación espacial conecta la izquierda del laberinto de Pac-Man con la derecha, o cuál es el límite espacial exacto del reducido campo de juego de Asteroids, o que hay más allá de la línea de horizonte de Star Wars, o qué neo-arcano simbolismo yace en los inquietantes pasillos circulares de Tempest, pero podemos imaginarlo. Y eso es lo que hace Space Invaders: Infinity Gene, que deja de lado la excitante luminosidad de los Xtreme y se zambulle de cabeza en ese espacio negro y denso como el alquitrán donde habitaba la primerísima entrega de la saga, pero también donde vivían extraños experimentos visuales, ciertamente nunca vistos antes por el hombre, como los señalados en el párrafo anterior. Agujeros negros que devoran la luz, los iconos antropomórficos, las fantasías clásicas de ciencia ficción y los monstruos de Dragones & Mazmorras, y los escupen convertidos en frío código negro. Negrísimo, pero perfecto para ocupar los espacios en blanco.