10 normas tan claras como volátiles, quince realizadores y una puerta abierta a otro tipo de cine. Little Secret Film es un “ejercicio de riesgo cinematográfico extremo” que ha comenzado el día 1 de febrero de 2013 con quince películas rodadas en 24 horas y estrenadas simultáneamente en la red. En Libro de Notas nos hemos propuesto hacer un ejercicio de crítica extrema y examinarlas todas con lupa en las próximas semanas. Empezando desde ya.
Por Henrique Lage
Todo lo que he podido ver de #littlesecretfilm no es sólo una declaración de amor al cine per se, sino que contiene, dentro, interesantes discursos sobre lo que el cine supone para cada uno de sus autores. Esos discursos pueden formar parte de obras más o menos logradas, pero en realidad muestran una necesidad de que un reto como este suponga una seña de identidad, un desafío sobre otros modelos más conservadores.
Muy pocas veces vemos, desde el propio cine, una desmitificación de la cinefilia. De hecho solemos asistir a lo contrario, al codazo al espectador en una búsqueda de complicidad que mucho tiene a veces de ilegítimo pero, sobre todo, que obedece de una comunicación entre un autor y un espectador que comparten el entendimiento de un lenguaje común, cuyo uso acaba por desplazar otras maneras de expresarse y empatizar. Cuando el cine solo habla sobre sí mismo, acaba congratulándose de haberse conocido, y ese hermetismo termina siendo un método perezoso de llamar la atención.
Por las imágenes de Los desórdenes sentimentales desfilan trazos de Manhattan (Woody Allen, 1979), Vivre sa vie (Jean-Luc Godard, 1962) o Irma Vep (Olivier Assayas, 1996). No son solo referencias gratuitas, sino que establece esa identidad reconocible a través de la que juzgar la propia película. Es algo muy habitual en gran parte del cine de autor que tanto se reivindica hoy en día, que tiene que ver con incorporar todo ese discurso de un modo totalmente transparente, de que el contenido sea, en sí mismo, una imagen de lo que se espera que sea la película: en lugar de presentar la película tal y como es, se presente a través de otros, es decir, a través de sus aspiraciones.
La película se circunscribe a ese movimiento del cine español que, desde una tradición más o menos cómoda, reflexiona sobre el medio y sobre la cinefilia aspirando a un estilo basado en la proximidad con el personaje, sin cinismos, en cuanto pone el peso en sus emociones y su intimidad. Esa intimidad se aprecia en secuencias de sexo que se graban con naturalidad y confianza, lejos de esa desnaturalización que huye de la erótica de los sentimientos por el temor a implicarse demasiado.
Así, el motivo detrás de Los desórdenes sentimentales es contraponer las diferencias entre el autor con los pies en la tierra, el autor que busca y extrae de su entorno y encuentra su interés en los pequeños momentos y el soñador empecinado, ocupado en una intelectualización fría y frustrante de lo que debe ser y significar una película aún a costa de todo y de todos. De ahí nace el discurso superficial, la búsqueda de proyectar una imagen como autor, de encajar en ciertos círculos gracias a esa identidad que lleva como máscara. Marcamos una diferencia en quien entiende el cine como oficio, con todo el respeto que ello le merece, y quien lo ama con los defectos y decepciones que lleva consigo, sin valerse del medio para satisfacer una vida, sino usando la vida para alimentar su cine.
Es su principal defecto uno de sus elementos significativos: la improvisación de los actores conlleva una falta de precedentes en los personajes que nos ubique adecuadamente en contexto. Las figuras que atraviesan la pantalla sufren sus penas sin que nosotros hayamos podido hacer un retrato completo. Esa dispersión provoca, también, que los elementos de la película no avancen fuera de cada una de sus escenas, en una progresión adecuada, situando a ciertos personajes al borde de la caricatura para reforzar toda la idea que hay detrás, pero que no fluye como lo haría en un guión más cerrado y estructurado.
En esa contradicción, esa tierra de nadie, es donde parece flotar Los desórdenes sentimentales. Una relación de amor y odio entre lo que se quiere ser y lo que se consigue ser. Y mientras hablamos de low cost o de una desesperada situación en el sector que está pidiendo una reinvención total, la película centra su atención en cuestionar, al margen de etiquetas críticas a veces tan artificiosas, qué cine estaremos dispuestos a aceptar y cuál a perder.