10 normas tan claras como volátiles, quince realizadores y una puerta abierta a otro tipo de cine. Little Secret Film es un “ejercicio de riesgo cinematográfico extremo” que ha comenzado el día 1 de febrero de 2013 con quince películas rodadas en 24 horas y estrenadas simultáneamente en la red. En Libro de Notas nos hemos propuesto hacer un ejercicio de crítica extrema y examinarlas todas con lupa en las próximas semanas. Empezando desde ya.
Por Álvaro Arbonés
Si digo que tal o cual cosa que no me gusta estoy protestando. Si me preocupo además porque eso que no me gusta no vuelva a ocurrir, estoy resistiendo. Protesto cuando digo que no sigo colaborando. Resisto cuando me ocupo de que tampoco los demás colaboren.
Ulrike Meinhof
Si existe algo sobrevalorado en la interpretación fílmica clásica, ese algo es la realidad. La pretensión de capturar la realidad del mundo tal cual es —te miro a ti, Dziga Vertov—, aun cuando ha conseguido interesantes artefactos fílmicos, contiene el problema de que la realidad del mundo siempre está en otro lado: una película siempre cuenta una historia, una verdad mediada, desde que asume una posición a través de su producción. Si pretendiéramos conseguir un cine objetivamente real tendríamos que dejar la cámara aparcada ante aquello que queramos retratar sin intermediación alguna, además de suponer que no hay ahí ya una elección mediada a través de una subjetividad. En tanto Salida de misa de doce del Pilar de Zaragoza no es considerado el fin de todo discurso cinematográfico, seguramente la realidad objetiva no es algo deseable a priori en el cine. ¿Qué buscamos entonces en un cine real? Un cine que nos muestre las condiciones fácticas del mundo, la realidad de lo que sucede en el mundo a través de una selección metódica de aquellos eventos más importantes para aquello que nos pretenden transmitir: una realidad subjetiva. Es en éste sentido donde Cinema verité, verité pone en juego sus cartas.
¿Por qué Cinema verité, verité no es sólo cine real, sino que es cine real, real? Porque asume la posición de la imposibilidad de contar una historia que se pretenda como real en un sentido objetivo, acepta el flujo connatural del montaje narrativo propio del cine. Las constante intromisiones de la propia Elena Manrique dentro de la película en su papel meta-fílmico de creación, precisamente como una Dziga Vertov más interesada por saber como fluye la narrativa que por la propia experimentación fílmica, nos remite a esa realidad de la película: la película es sólo real en tanto asume una posición, sostiene una tesis que se deja ver en su propia forma, se conforma como una experiencia subjetiva del mundo. La historia es fragmentaria, experimental si se prefiere, porque lo real, lo verdadero, no es lo que institucionalmente se ha decidido como verdad —por ejemplo, la narratividad fílmica clásica—, sino aquello que cada cual elige asumir como las reglas con las cuales quiere jugar.
No es casual que la inspiración de la película sean los textos del Comité Invisible o de Ulrike Meinhof porque, a diferencia de lo que afirma la propia Manrique en uno de los interludios metatextuales de la película, hay una intención muy clara en la película: violar toda normatividad fílmica instaurada como ley. Ejerce una cierta clase de terrorismo cinematográfico.
Si ésta es un acto de guerrilla, un intento de cristalizar la revolución que está ocurriendo ya cada día, no es sólo por negarse a reproducir las condiciones fácticas de realidad del sistema sino porque, a su vez, anima al resto a que no lo hagamos. Cuando Manrique elige hacer una película que viola consciente, y satíricamente, todos los principios del cine narrativo no está protestando, está resistiendo. Es por eso que su película se nos presenta como una propuesta audaz e incendiaria, más allá de ser un mero retrato de tres historias ligadas por su propio carácter narrativo; lo interesante aquí es como Manrique subleva las ideas clásicas de la narrativa, nos obliga a aceptar otras posibles formas no institucionalizadas de hacer cine. Pero también de ver cine. Porque para ver Cinema verité, verité, antes que nada, debemos aceptar nuestra condición de micro-revolucionarios que permanente queda escondida en el armario: hay que liberar lo imposible, recordar de nuevo que la verité puede ser aquello que deseemos que ésta sea.
Sólo entonces entenderemos porque todo acto de resistencia es un acto de amor, porque detrás de la experimentación aun queda cine en estado puro.