10 normas tan claras como volátiles, quince realizadores y una puerta abierta a otro tipo de cine. Little Secret Film es un “ejercicio de riesgo cinematográfico extremo” que ha comenzado el día 1 de febrero de 2013 con quince películas rodadas en 24 horas y estrenadas simultáneamente en la red. En Libro de Notas nos hemos propuesto hacer un ejercicio de crítica extrema y examinarlas todas con lupa en las próximas semanas. Empezando desde ya.
Por Henrique Lage
Deberíamos estar todos de acuerdo en que el cine evoluciona mucho más rápido de lo que la crítica le exige. Esto es porque hubo un tiempo donde logísticamente era imposible hacer un cine del presente, y la crítica se encontraba ahí para descifrar, cual jeroglíficos egipcios, los acertijos del pasado. Pero con la revolución digital tan avanzada es imposible situarse en el análisis de la vanguardia al mismo ritmo que los autores, es por ello que la crítica se ha vuelto o bien especulativa, haciendo cábalas y apuestas con tanto rigor como quien lee los posos del café, o bien arcaica, con el afán del bibliotecario que necesita adecuar la obra al estante correspondiente, en lugar de preguntarse si no se habrán abierto nuevas categorías.
Vivimos en la ilusión del fin de la historia, en la creencia en un posmodernismo que sentencia la ausencia de novedad en el arte. De ahí surgen muchas opiniones que he leído sobre #littlesecretfilm, necesitadas de restringir el proyecto a una definición concreta, de comparar con otros, de esperar resultados en base a la experiencia previa y no al visionado de las obras. Pero, sobre todo, en tiempos donde cualquiera puede tomar una cámara, que ha fomentado la creencia de que no hay validez alguna en que otro haga lo mismo. Añadamos que el público más numeroso de #littlesecretfilm es, no nos engañemos, otros profesionales o aspirantes del medio, que acuden de brazos cruzados y con la libreta sobre la mesa, a apuntar lo que comentará luego de cada visionado.
Todo ello lleva a la confusión. Se ha calificado repetidamente a #littlesecretfilm como un movimiento, cuando el planteamiento adecuado debería ser el de un reto. Un movimiento aglutina unos ideales y un estilo, un manifiesto común y unificador, pero #littlesecretfilm está planteado desde cierta diversidad, y sus normas son más bien un formato de producción que una tendencia artística, algo como en 5 condiciones (De Fem benspænd. Lars Von Trier & Jørgen Leth, 2003). Ciertamente, los quince primeros largometrajes presentados muestran que la propuesta ha sido heterogénea, dando lugar a distintos tipos de películas. Y como en todas las propuestas, hay quien se la ha tomado como un ejercicio, como un trabajo riguroso, como un divertimento o como una tarea.
Anfibia (Hugo Álvarez Gómez, 2013) ha pasado más desapercibida que el resto de películas —aupadas por una promoción un tanto invasiva— en tanto que no carga su peso en un lenguaje propio de las redes sociales ni en la complicidad de desmontar referentes. Anfibia, en sus 38 minutos de duración, busca ser más directo y vivo que otros #littlesecretfilms. Es esa pretensión de intensidad donde es más difícil perderse: más allá del planteamiento narrativo, nos encontramos con un tono precipitado, in media res, atravesando las distintas capas desde el núcleo hasta la superficie. Porque lo que vertebra a Anfibia es un tren de la bruja a plena luz, un viaje acompañando a Carolina —absoluta desconocida desde el comienzo— primero a través de un piso que parece reunir al Polanski de Repulsión (Repulsion. 1965) o de su aventura de la mano de Roland Topor en El quimérico inquilino (The tenant. 1976) y la insistente filmografía de Takashi Shimizu.
Pero si la inmediatez de #littlesecretfilm ha de ser especialmente útil es para trazar un diálogo con la actualidad del que el digital, como decíamos antes, no puede separarse. El viaje interior de Carolina tiene esos ecos apocalípticos de nuestro tiempo, del que oculta su llegada al abismo entre las paredes del hogar, lejos de ojos curiosos. Entre declamación y declamación y la incapacidad para encontrar aquellas sutilezas que engrandecen el cine, Anfibia se topa de bruces con “La réprodution interdite” (1937) de Magritte en la que el pintor jugaba con el reflejo del poeta Edward James: el cine de género y la reflexión sobre una identidad, que aquí solo puede tener su espejo en la figura de la empresa, esa sombra en nuestra realidad diaria. En su diáfono monólogo, la muerte de este “sapo” que todos nos hemos tragado es una liberación del tipo de vida doméstica y empresarial que hemos cultivado durante los años en que el Estado de Bienestar era intocable. Ahora, tanto en el cine como en nuestra vida social, no hay vuelta atrás, y una toma de conciencia, una apuesta por empezar de nuevo, es la última puerta que nos queda por atravesar.