10 normas tan claras como volátiles, quince realizadores y una puerta abierta a otro tipo de cine. Little Secret Film es un “ejercicio de riesgo cinematográfico extremo” que ha comenzado el día 1 de febrero de 2013 con quince películas rodadas en 24 horas y estrenadas simultáneamente en la red. En Libro de Notas nos hemos propuesto hacer un ejercicio de crítica extrema y examinarlas todas con lupa en las próximas semanas. Empezando desde ya.
Por Álvaro Arbonés
Aunque decir que la fuerza que rige el universo es el amor esté más cerca de la boutade que de alguna forma de pensamiento razonado, no deja de ser verdad a un determinado nivel: el amor es el acto regidor del mundo, de todas las relaciones humanas que nos son dadas. Es por ello que la elección temática de Jordi Costa del amor como motor universal —partiendo además de la idea de que la película es parte de esa universalidad, que la forma está íntimamente ligada al contenido por necesidad— condiciona un discurso entretejido a través de un extraño pero estimulante marasmo de alusiones, tanto internas como externas; Piccolo Grande Amore sólo puede ser comprendida si es interpretada como una red de referencias. Toda la película consiste en la búsqueda incansable de un sentido que cierre todas las pistas que se han esparcido por el camino, pero no sólo en los términos de cerrar la narración fílmica en sí, que también, sino en la necesidad de todos los personajes de encontrar una justificación última que dote de sentido al totum revolutum surrealista y cruel que suponen sus miserables vidas.
Es en ese sentido donde se nos descubre como pieza regidora el por necesidad psicótico personaje de Ignatius Farray, tan excesivo que acaba rozando la auto-parodia, y encontrando en ese ángulo muerto la perfecta caracterización de su personaje, el cual sería, en último término, la irónica representación del crítico: es el personaje que intenta dotar de sentido a algo que, a priori, no tiene porque tener sentido alguno. A través de la teoría de que el amor rige el universo, encadena una serie de datos inconexos entre sí para poder dar forma de un modo completo al complejo cuadro que se forma ante sí; la canción italiana conecta con el giallo y éste con la representación de la diosa madre, lo cual forma para él un análisis hermenéutico que excede cualquier representación intuitiva inmediata. Una verdad que nosotros aceptamos tácitamente, sin cuestionarnos, porque damos por hecho que los personajes sólo saben afirmar la verdad de lo que viven al espectador. Craso error.
Lo mismo podríamos, y deberíamos, aplicar sobre la película en sí, la cual va construyendo sus referentes a través de la conexión improbable entre las diferentes historias que son sólo inconexas en una apreciación a priori de las mismas —lo cual podrá ser tachado por muchos de montaje tarantiniano, por acudir al referente más inmediato, pero que estaría más cerca del guiño cómplice al giallo que tan bien homenajea—. La situación de los demás personajes, las que pertenecen a El Club para la Apreciación de la Gran Canción Italiana, sería equivalente a la del personaje de Ignatius y, lo que es más relevante, sirven de contrapunto: donde el ejerce el papel de crítico, de desvelador de la verdad, ellas ejercen el papel de artistas, de narradoras de los acontecimientos tal cual ocurrieron. Las tres mujeres, las tres brujas, las tres musas, nos cuentan su historia a través de ese juego combinado de referencias que suponen el cruce entre sus historias y las canciones que cantan con una rotundidad incontestable que, al encontrarse, forman una historia completa; sus historias se completan con sus canciones, pues cada una de las historias es como la hiperbólica interpretación de cada una de las canciones que cantan. Es así como conforman un conjunto que parece pretender encontrar en su contubernio esa verdad inasumible que nos fue prometida desde la sinopsis, hay una fuerza que rige el Universo: el Amor… es decir, lo peor que podría pasarnos, pero que no deja de ser nada más que, acudiendo a Walter Benjamin, la demostración de que todo acto de cultura es también un acto de barbarie, de que toda canción de amor es también una canción de barbarie.
El problema es que, aunque de hecho el amor rija el universo, a su vez nos vemos obligados a afirmar que también rige el universo algo mucho más prosaico y ya antes explorado por el propio Costa: la barbarie, el fracaso, el humor. No hay conspiración en el universo entonces más allá de las conspiraciones mundanas, del amor, de las personas, que siempre son miserables y frutos del solipsismo mínimo que nos concede nuestra vida interior; que te abandone tu mujer no es parte de una conspiración cósmica, sino la comedia del mundo haciendo que te enamoraras de una mujer con una percepción extremadamente destructiva del amor: he ahí que sea lo peor que puede pasarnos, porque no hay amor sin la posibilidad de la barbarie.
Como bien sabe Costa, pues así lo afirma en Una risa nueva, el deber de la comedia provocadora consiste en “enfrentar al espectador con el insondable abismo de una Comedia entendida como agujero negro, como foco de absorción de todo humanismo y civilización”. Y si todo acto de amor es un acto de barbarie, parece evidente el resultado.
Hay una fuerza que rige el universo: el Humor… es decir, lo peor que podría pasarnos.