10 normas tan claras como volátiles, quince realizadores y una puerta abierta a otro tipo de cine. Little Secret Film es un “ejercicio de riesgo cinematográfico extremo” que ha comenzado el día 1 de febrero de 2013 con quince películas rodadas en 24 horas y estrenadas simultáneamente en la red. En Libro de Notas nos hemos propuesto hacer un ejercicio de crítica extrema y examinarlas todas con lupa en las próximas semanas. Empezando desde ya.
Por Daniel de Partearroyo
A finales de 1922, Ernst Lubitsch dejó el cine del Viejo Continente para irse a Estados Unidos a jugar con el tren eléctrico más grande del mundo. Su primera película en Hollywood fue Rosita, la cantante callejera (1923), un proyecto concebido como vehículo para la joven estrella Mary Pickford. Pero la actriz no quedó muy complacida con el escaso interés que el cineasta alemán parecía mostrar hacia sus requerimientos durante el rodaje, dejando para la posteridad una afortunada descripción de Lubitsch como «un director de puertas». Muchos años después, Billy Wilder se encargaría de refrendar la sentencia: «Lubitsch era capaz de sugerir más a través de una puerta cerrada que otros directores con la bragueta abierta». Como si quisiera poner en práctica la cara opuesta de esa dualidad, Nuestro porno favorito se centra durante sus 11 minutos (es la pieza más corta de la primera tanda de películas adscritas al manifiesto #littlesecretfilm) a hablar de puertas que se abren y braguetas cerradas por completo.
Nuestro porno favorito es una nueva aportación a la obra caleidoscópica de Los Pioneros del Siglo XXI, la entidad creativa formada por Carlo Padial como director y Carlos de Diego como productor, dúo responsable de algunas de las piezas más valiosas del boom de humor audiovisual low-cost español propiciado por la emergencia de YouTube y la democratización de los canales enunciativos. Las formas narrativas atribuidas tradicionalmente al documental reportajístico, con pequeños fragmentos de entrevistas intercalados entre registros de la actividad de las personas escogidas, son herramientas habituales en la exploración de los límites del humor y la construcción de personajes que llevan ejercitando Los Pioneros desde hace un lustro (la pulverización del formato talk show será su otro gran caballo de batalla y esqueleto de obras maestras). Esa dedicación al quiebro de expectativas en el retrato de personas pintorescas trasciende los límites del mero sketch humorístico y se puede rastrear, con distintos niveles de ficcionalización, en obras como Josele, el último perro callejero (2009), Tertulians (2010), Mauri, adicto a la diversión (2010), Antonio Velasco, pintor español (2011) o Biología es rock & roll! (2012), por nombrar sólo un puñado. En Nuestro porno favorito encontramos una nueva variación del recurso, con la supuesta entrevista a un grupo de actores especializados en un género cinematográfico que llevaría la máxima de Lubitsch hasta el extremo más absurdo (o buñueliano): películas donde sólo se ve a gente abriendo y cerrando puertas mientras se disculpan con una sucesión de las fórmulas de cortesía más habituales.
Para este pequeño sainete de bisagras y disculpas, Padial ha recuperado la presencia de Josep Seguí, prodigio de la dicción y figura indispensable en muchos de los mejores trabajos de Los Pioneros. Su relato de la construcción de un Quijote a partir de trozos de papel de periódico mojados es un momento culminante. Se une a las experiencias traumáticas que se cuentan delante de las cámaras otros de los actores entrevistados, como el nacimiento de una muy razonable aversión a las cenas de empresa o el descubrimiento de una inesperada vocación para dibujar figurines infantiles. Es decir, historias desconectadas y ocurrencias aisladas que no hacen nada más que añadir confusión y digresiones dadaístas a puerta cerrada cuya acumulación, en vez de seguir un esquema de humor absurdo secuencial a lo Monty Python o Mr. Show, colabora en la creación de un tono enrarecido y sensación opresiva.
Igual que ocurre en el brillante primer largometraje de Padial, Mi loco Erasmus (2012), la atmósfera sonora y el montaje fragmentario contribuyen a crear una reacción de desasosiego ante lo mostrado. Cala en las imágenes hasta hacernos pensar en las posibles dimensiones perversas del trabajo, en apariencia inocente, de esos actores. ¿Cuál es el límite para que la fascinación ante algo devenga, como le ocurre a Didac Alcaraz en Mi loco Erasmus, en obsesión enfermiza? ¿Lo que hacen los protagonistas de Nuestro porno favorito tiene como objetivo un espectador que, como dice uno de los actores, pueda disfrutar más de su trabajo que ellos? ¿O en realidad son ellos los más interesados en gozar de la inercia de esos gestos, esas cortesías artificiales y a destiempo en las que se recrean para escapar de un infierno existencial hostil que se manifiesta fuera de la habitación? Con poco más, estaríamos hablando de una adaptación insólita de A puerta cerrada, de Sartre. Pero lo bueno es que, como ocurre con toda la obra de Los Pioneros, el sentido nunca está cerrado y permite interpretaciones tan serpenteantes como esa mientras, sobre la superficie, basta con seguir encontrando algunas de las píldoras narrativas más imaginativas y sugerentes del audiovisual español. Si alguna vez tuviera que justificar la existencia de YouTube ante un pelotón de fusilamiento, tengo claro que la presencia de Los Pioneros estaría asegurada en los primeros puestos. Mis disculpas.