En el último estante de una librería de viejo se encontraron siete cuadernos de tapas rojas escritos a mano, acompañados de notas, extrañas láminas, recortes de periódicos desconocidos y esbozos de artefactos imposibles. El manuscrito narra las peripecias de un detective privado en un mundo sin duda diferente al nuestro, poblado de monstruos y eventos fantásticos. Francisco Serrano se ha arrogado la tarea de dar forma y sentido a estas memorias en “El detective del País Borroso” y Mireia Pérez a ilustrarlas ocasionalmente.
Los avistamientos comenzaron un par de días después del incidente en el Café Bar Templo. La noticia saltó primero en foros de Internet y diarios electrónicos sensacionalistas. Un criatura voladora recorría la ciudad. Un consternado ciudadano escribía que a última hora de la tarde unos horrorosos graznidos habían hecho temblar el cristal de sus ventanas. Al asomarse a la ventana vio cómo una especie de pájaro arrebataba del balcón de sus vecinos a la mascota de la familia, un pequeño perro pequinés. Esa misma noche se produjeron otros avistamientos. Una criatura alada y negra que recorría los balcones y se posaba apenas un instante en las farolas para graznar y hacer estallar los cristales de todo el vecindario. Las descripciones variaban. De tres a cinco metros de envergadura. Plumas negras. Escamas como de obsidiana. Pico de tucán. Fauces de cocodrilo. Garras engarfiadas de reptil o halcón.
Al día siguiente se multiplicaron los avistamientos y las denuncias de mascotas desaparecidas. Gatos, perros, periquitos enjaulados y olvidados en el balcón, nada escapaba a la voracidad de la criatura. Se multiplicaron también las fotografías pésimas, borrosas, sombras en los tejados, entre las antenas de televisión, los remolinos de plumas negras en las azoteas y las gotitas de sangre y una tira de pellejo ensangrentado de gato persa. Una familia aseguró haber tenido que defender en El Retiro el carrito de su bebé de una especie de serpiente emplumada, escamosa y con collarín negro de plumas como un buitre. Todos los avistamientos se sucedían a la hora del crepúsculo y en la noche.
Por mi parte no hice nada. El inspector Avendaño me llamaba cada noche y comentábamos los avistamientos, la delicada histeria que recorría a ciudad. Los informativos de televisión ya se habían apropiado del tema. Ofrecían recompensas por imágenes de la criatura. Entrevistaban a los dolidos propietarios de mascotas desaparecidas. En el fondo nadie creía nada. Hubo avistamientos en ciudades periféricas. Hubo avistamientos en Londres, París, Moscú. Por qué no, me dijo Avendaño por teléfono. Por qué no todo el mundo.
Pasó una semana. El tema alcanzó su punto crítico. Un niño había caído del cuarto piso de un edificio de viviendas. Según su madre jugaba en el balcón cuando la criatura intentó llevárselo y, en el forcejeo, lo dejó caer. El niño murió. La madre fue detenida sospechosa de infanticidio. Era una esquizofrénica diagnosticada, pero eso no importó para los medios. Después de eso los rumores aumentaron. Se decía que helicópteros negros patrullaban la ciudad por la noche. Se barajaron teorías. Yo disfrutaba las más atrevidas. Un pájaro mecánico. Un dinosaurio alado. Un ave roc en migración hacia la Atlántida. Una cigüeña negra mutante. Los tertulianos se indignaron. Reclamaron la intervención del ayuntamiento, el gobierno autonómico el gobierno nacional. El ejército, el SEPRONA, los cazafantasmas, algo. Nadie tenía claro de quién podía ser competencia un pájaro gigante de existencia dudosa. El concejal de Medio Ambiente dio una improvisada rueda de prensa en las escaleras del ayuntamiento. Hemos recibido ayuda especializada, dijo. Pronto el problema estará solucionada. Entre los brazos de los periodistas y sus micrófonos y grabadoras reconocí un rostro, unas facciones serias, unos labios fruncidos, unos ojos claros. Verónica. La mujer que me disparó en Mauritania. La Directora de la División Especial del CSIC. Los cazadores de monstruos.
A las dos semanas del incidente en el Café Bar Templo recibí una llamada de Avendaño: Unos vigilantes de seguridad creen que han encontrado el nido de la criatura, dijo.
¿Dónde? Cuando me dijo la dirección me eché a reír. ¿En serio? Justo ahí. En el centro de la ciudad. ¿Está confirmado? Para eso te pagamos a ti. Ven ahora mismo. ¿Lo sabe alguien más? Supongo que tu amiga lo sabrá en menos de una hora.Salí casi al instante. Veinte minutos después estaba en Gran Vía, contemplando las noventa y nueve plantas del Edificio de Telefónica. Arriba, en las cuatro últimas plantas, los viejos hangares de la Brigada de Ornitópteros y Dirigibles de la Guardia Civil, se escondía la harpía.