Libro de notas

Edición LdN
El detective del País Borroso por Francisco Serrano

En el último estante de una librería de viejo se encontraron siete cuadernos de tapas rojas escritos a mano, acompañados de notas, extrañas láminas, recortes de periódicos desconocidos y esbozos de artefactos imposibles. El manuscrito narra las peripecias de un detective privado en un mundo sin duda diferente al nuestro, poblado de monstruos y eventos fantásticos. Francisco Serrano se ha arrogado la tarea de dar forma y sentido a estas memorias en “El detective del País Borroso” y Mireia Pérez a ilustrarlas ocasionalmente.

Gul: Parte Tercera

El matrimonio que cuidaba de la mansión se apellidaba Avalon. Así se presentaron, como señor Avalon y señora Avalon al recibirnos, sin nombres propios. Ella fue la que me encontró tendido en el sofá del salón de las cabezas de oso y los huesos de ballena, envuelto en el abrigo y con los pies mojados. Era una mujer pequeña, con el pelo blanco recogido en un moño. La entreví sin querer despertarme del todo plantada junto al sofá, contemplando el espectáculo muy seria. ¿Café o té?, dijo. Cerré los ojos con fuerza y cuando los volví a abrir seguía en el mismo sitio, con la misma expresión. Té, dije. Por favor.

¿Tostadas francesas?

Sólo té, por favor.

¿Zumo de naranja?

Té, sin más. No se moleste.

Le traeré zumo también, dijo y se retiró con un frufrú de telas.

Durante unos minutos intenté volver a dormir pero fui incapaz. La cabeza me daba vueltas y me dolía el estómago. Me incorporé en el sofá y me desprendí del abrigo. Alguien había encendido por fin la calefacción y me notaba sudado, agrio. El mentón cubierto de una saliva que hedía a whisky y vómito. Estiré el cuello para mirar por la puerta de la biblioteca y comprobé que mi abuelo todavía no había comenzado a trabajar en su labor de expurgue. La noche anterior al volver del jardín, helado y medio borracho, me había sentido demasiado cansado y enfermo como para subir a mi habitación, así que me puse el abrigo encima y me senté en el sofá con la esperanza de entrar en calor y sentirme mejor. Ahora me sentía mucho peor. La señora Avalon trajo una bandeja con el té y el zumo y la dejó en una mesita junto al sofá.

Muchas gracias, señora, le dije.

¿Necesita algo más?

No, no, muchas gracias.

Ella asintió pero no se movió de donde estaba. Bebí el zumo de un trago, aunque mi estómago se retorció, y después tomé la taza de té y soplé antes de dar un sorbo.

Salió anoche al jardín, dijo la señora Avalon, con un tono que era cualquier cosa menos interrogativo.

Oh, dije. Sí. Salí a dar un paseo.

Entiendo.

No podía dormir.

Ella asintió con gravedad y siguió sin moverse.

¿Quién hizo las estatuas del jardín?

Son obra de varios artistas, dijo la señora. Estaban aquí antes de que el señor comprara la casa. La mayoría de un joven llamado Pinkman. Joven cuando las hizo, quiero decir. Después llegó a ser reconocido por su pintura y su obra escultórica quedó bastante olvidada.

No me suena, la verdad.

Quizá debería haber dicho polémico, en lugar de reconocido. Ya ha caído en el olvido, como casi todo lo que hizo, pintura y escultura.

Lo cierto es que no esperaba mantener ese tipo de conversación con la anciana ama de llaves de la casa. La mujer hablaba con una voz firme, bien modulada.

¿Fue a la cripta?, dijo de repente.

¿Qué? No, no. Fui a ver el mar.

El mar.

Vi que había un cementerio… Tiene que ser muy antiguo porque el bosque no es viejo, ¿no?

No debería internarse en el bosque.

¿Por qué?

La señora respiró por la nariz antes de responder. Animales salvajes, dijo. Miró a su alrededor y señaló las cabezas disecadas. Osos.

¿Hay osos por la zona? ¿En serio?

Puede haberlos. Sobre todo de noche. No salga a los jardines, no vaya al bosque.

Claro. Lo tendré en cuenta. Anoche me pareció ver…

¿Qué le pareció ver?

No sé. Nada en particular.

Ella asintió y entonces, sin añadir nada más, se retiró.

Todavía pasé un rato allí, sorbiendo el té caliente, mirando por el ventanal del salón hacia los jardines y el bosque. La nevada había sido fuerte y todo estaba blanco, las estatuas cubiertas de nieve como si hubieran tendido sobre sus hombros estolas y chales, las copas de los árboles negros blanqueadas como una quemadura en la retina.

Entonces vi a mi abuelo salir del bosque, la chaqueta de cuero cerrada hasta el cuello, humeando como una chimenea por su respiración en el frío y el cigarro que mordía. Cruzó los jardines hasta la casa, sin dedicar una mirada a las estatuas. Apuré el té de un trago, me puse el abrigo y salí al porche trasero. Estaba pisando con fuerza en los escalones de piedra para sacarse el barro y la nieve sucia de las botas. Gruñó un saludo y siguió a lo suyo hasta quedar satisfecho. Después me miró y dijo: ¿Qué te pasa? Estás amarillo.

No me encuentro bien.

Ya, dijo. Se sacó la colilla de la boca del cigarro de la boca, la miró y la tiró de un papirotazo a la nieve.

¿Qué hacías en el bosque?

Dar un paseo.

La señora Avalon me ha dicho que hay animales salvajes, dije. Osos.

¿Eso te ha dicho?

Sí. Y anoche me pareció ver sombras entre los árboles.

Mi abuelo sacó un cigarro del bolsillo interior de su chaqueta y se lo puso en la boca. Sombras, murmuró.

Sombras fluidas.

Vaya. Sombras fluidas.

¿Es éste un lugar, ya sabes, especial?

Encendió el cigarro y largó una bocanada de humo. No tanto como a esa vieja supersticiosa le gustaría.

¿Es una entrada?

No. Nada de eso. Este lugar no está conectado con el otro lado. Probablemente no viste nada.

¿Y qué hacías tú en el bosque, entonces?

Ya te he dicho que estaba dando un paseo.

¿De quién son las tumbas del cementerio? Tiene que ser muy viejo. Se lo he preguntado a la señora Avalon pero no me ha respondido…

Las tumbas son de los muertos, muchacho, de quién van a ser, dijo y entró en la casa. Me quedé pasmado durante un segundo y luego seguí allí, porque no tenía otra cosa que hacer y el aire me reanimaba un poco. Un rato después vomitaría el zumo y el té, pero ya en el baño de mi habitación, y me prometería no volver a beber whisky jamás. Por supuesto, no tardaría mucho en volver a ver las sombras y descubrir algo de su auténtica naturaleza.

Francisco Serrano | 07 de marzo de 2013

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Gul: Parte Quinta [07/04/13]
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Gul: Parte Cuarta [21/03/13]
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Gul: Parte Tercera [07/03/13]
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Gul: Parte Segunda [21/02/13]
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Gul: Parte Primera [07/02/13]
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Hongo: Parte Octava [07/07/12]
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