Libro de notas

Edición LdN
El detective del País Borroso por Francisco Serrano

En el último estante de una librería de viejo se encontraron siete cuadernos de tapas rojas escritos a mano, acompañados de notas, extrañas láminas, recortes de periódicos desconocidos y esbozos de artefactos imposibles. El manuscrito narra las peripecias de un detective privado en un mundo sin duda diferente al nuestro, poblado de monstruos y eventos fantásticos. Francisco Serrano se ha arrogado la tarea de dar forma y sentido a estas memorias en “El detective del País Borroso” y Mireia Pérez a ilustrarlas ocasionalmente.

El Fantasma: Parte Segunda

Escuchaba su respiración en la oscuridad. Seguía lloviendo. Por las cortinas a medio correr se colaba la luz del semáforo de la avenida, un resplandor alargado y estriado por las contraventanas que parpadeaba y se apagaba a intervalos. Salí de la cama, incapaz de dormir. Me puse los pantalones y la camisa. Caminé descalzo por el apartamento. Hacía mucho frío y lamenté no haberme puesto los zapatos. Lo percibí en el pasillo. Se me erizaron los pelos de la nuca, pero no llegué a verlo. Encendí la luz de la cocina y busqué en los armarios la caja de Red Balk. Encontré una taza de Bob Esponja que me pareció apropiada, la llené de agua y la metí en el microondas. Los fluorescentes del techo se atenuaron. El microondas traqueteó como si fuera a pararse. Si vas a aparecerte espera a que me haga el té, dije al pasillo oscuro. La silueta ya era visible. Al mirarla directamente la sensación era similar a ponerse unas gafas graduadas para otra persona. Saqué la taza del microondas y le puse la bolsita de té. Me apoyé en la encimera y soplé un poco. Hacía tanto frío que tirité un poco. Bueno, qué, dije. ¿Puedes hablar?

El fluorescente bajó de intensidad hasta casi desaparecer. La silueta entró en la cocina, más definida, nítida, y fue como si arrastrara una galerna de frío y oscuridad consigo. Mi aliento se hizo visible y se confundió con el vapor del té. ¿Puedes verme?, dijo la silueta. Su voz era grave y tuve la impresión de que no se transmitía por el aire. Una especie de vibración, de pulso, que notaba con los huesos, resonando en el interior del cráneo.

Sí, puedo verte, dije. Más o menos.

¿Quién eres?

Un amigo, dije.

No, dijo la silueta. Tú no tienes amigos.

Soplé el té. Vale, dije. Odio cuando hacéis eso.

¿Hacer qué? ¿Quiénes?

Saber cosas molestas. Vosotros, los fantasmas.

La silueta tembló. ¿Eso soy? ¿Un fantasma?

Hasta donde yo sé, sí. Puro ectoplasma.

No lo sabía, dijo la silueta.

Es frecuente, no te preocupes. Yo soy…

Eres un detective, dijo la silueta. Te ocupas de los que son como yo y de otras cosas peores.

¿Sabes dónde estás?

En el apartamento de Rebeca Dahlmann.

¿Recuerdas tu nombre? Esto es importante.

Sí.

¿Quieres decírmelo?

No. Carece de importancia.

¿Qué te pasó?

No lo sé. No recuerdo nada. Sólo la recuerdo a ella.

¿Por qué?

Fuimos amantes.

Así que ése es el problema.

La amé pero ella no me amaba.

Probé el té y me escaldé la lengua. Mierda, dije. Oye, no se lo tengas en cuenta. Es algo que le pasa a todo el mundo todo el tiempo. No todas las relaciones pueden salir bien, ¿lo entiendes?

Tú también te has acostado con ella.

No dije nada. La silueta aumentó de tamaño. La sensación de distorsión, de náusea, aumentó. Aparté la vista.

Te has acostado con ella pero no la amas, dijo.

Supongo que no soy un tipo romántico como tú, dije.

Mientes de nuevo, dijo. Amas a una mujer. A una mujer muerta.

No sigas por ahí, fantasma impertinente, dije. Me forcé a mirar hacia la silueta. Se redujo y recobró nitidez. No estamos hablando de mí, ¿de acuerdo?

No hay nada de qué hablar, dijo.

Me temo que sí, dije. Tienes que irte.

Un sonido estridente y desagradable retumbó en mi cabeza. Tardé unos segundos en identificarlo como risa, una risa horrible, trágica, profundamente amarga.

No sé qué te haría Rebeca, pero no se merece esto. La pobre está desquiciada, hecha polvo. Se ha acostado conmigo. Imagina lo desesperada que tiene que estar.

Detective, dijo la silueta. No entiendes nada.

El frío aumentó hasta hacerme tiritar y las puertas de los armarios temblaron como en un terremoto. Cálmate, dije. No vas a conseguir nada así…

La silueta creció hasta oscurecer toda la habitación. Durante un segundo no vi nada, no sentí nada, ciego y sordo en un vórtice de frío, de gelidez absoluta. Cuando pasó estaba de rodillas, todavía con la taza en la mano. Un poco de té se había derramado por mi muñeca y estaba frío, como sacado del frigorífico. La temperatura volvía a ser normal y un par de baldosas del suelo se habían agrietado y otras chasqueaban al dilatarse. Los pies descalzos me dolían como si me clavasen alfileres.

Me incorporé y dejé la taza en la encimera. Justo en la periferia de la visión permanecían retazos de esa distorsión, la miopía ajena, y cerré los ojos con fuerza. Y allí, en la oscuridad punzada de colores, vislumbré una imagen nítida y de una familiaridad extraña. Un joven sentado frente a un televisor, con el torso desnudo, en un piso cochambroso. Tenía el interior del codo marcado de pinchazos y la mirada perdida, más allá de su televisor, en cuya pantalla en blanco y negro se desarrollaba una película de vaqueros. López Dubois, dije. La imagen y el nombre estaban relacionados, pero no sabía decir de qué manera. Volví a la habitación por el largo pasillo. Rebeca dormía aún. Me senté al borde de la cama y ella se removió y se volvió hacia mí. Apenas podía verle la cara. ¿Qué pasa?, dijo con la voz pastosa.

¿Quién es López Dubois?, dije.

Abrió tanto los ojos que pude ver la esclerótica relumbrar con la escasa luz que entraba por la ventana, un círculo blanco como un sol eclipsado en su mismo centro. No lo sé, dijo.

Mentía.

Francisco Serrano | 07 de julio de 2011

Comentarios

  1. Gil
    2011-07-07 17:28

    Ahhh es fantástico!! Continuara?

  2. Alberto
    2011-07-11 14:56

    Más les vale. MÁS LES VALE.

  3. Frunk
    2011-07-11 17:53

    ¡Continuará! ¡Continuará!


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