En el siglo XXI, con la “revolución de la mente” (tras la “revolución del músculo” que supuso la revolución industrial), la educación ocupa el lugar central de todos los procesos humanos. Cada 26 del mes en curso, Manuel Ángel Vázquez Medel, Catedrático en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla, ofrecerá nuevas claves educativas para pensar, sentir, comunicarnos y actuar en la nueva sociedad de la comunicación y de los saberes compartidos.
Estética de la formatividad (1954) es el título de una importante obra del pensador italiano Luigi Pareyson, discípulo de Jaspers e introductor en Italia de las corrientes existencialistas y de la hermenéutica, y maestro de Umberto Eco y Gianni Vattimo. Pensaba, por cierto, Pareyson que “la única educación posible es la educación estética”, y que “la esfera estética es el camino necesario hacia la moralidad, ya que sólo como ser estético, el ser humano es verdaderamente humano”.
Pareyson —inspirado en Croce— afirma que el arte es interpretación de la verdad y “formativo”: expresa una forma de hacer que, “a la vez que hace, inventa el modo de hacer”. No se basa en reglas fijas, sino que las define conforme se elabora la obra y las proyecta en el momento de realizarla. Así, en la formatividad la obra de arte no es un “resultado”, sino un “logro”, a través del cual la obra ha encontrado la regla que la define específicamente.Qué duda cabe que, sin dimensión estética, quedaríamos despojados de la raíz misma de la humanitas, ya que lo humano consiste, precisamente, en una peculiar capacidad para la indagación y la experiencia de la verdad, la bondad y la belleza, y aquellas son inalcanzables sin esta. Esta sola reflexión nos debería hacer conscientes de hasta qué punto la educación estética (entendida, como siempre, de manera abierta, dinámica y creativa) es fundamental en todo proceso educativo, en todas sus fases y etapas y de modo transversal a todas las disciplinas. Además, la experiencia estética tiene un plus de motivación, muy necesario en nuestros días.
Se ha dicho que educar es “formar”: dar forma a esa configuración amorfa y caótica de nuestro complejo sistema mundo-mente-cuerpo. La lengua natural —y otros lenguajes no verbales— nos ayudan a conformar el mundo que tenemos delante, y ello nos produce una agradable sensación de conformidad. Es cierto que el peligro está en deformar, más que “conformar”, y en el hecho de que la conformidad resultante, sin la imprescindible dimensión crítica se vuelva conformismo.
Esa _acción formativ_a que suponen los procesos educativos (tanto en la educación llamada “formal” como en la “no formal”) es a la vez lo más necesario para socializar a los seres humanos, pero también lo más peligroso, en la medida en que introducimos en la mente de los sujetos de la educación no sólo contenidos o ideas, sino valores, pautas de conducta, hábitos… que desde fundamentos dogmáticos pueden ser gravemente deformantes.
Advertidos de la sabiduría y delicadeza que es preciso aplicar en un adecuado proceso formativo, cabe también aplicar, por analogía, el concepto de formatividad que Pareyson desarrolla en el ámbito de la estética y el arte, a la propia educación. Algo imprescindible, si tenemos en cuenta la radical singularidad de cada ser humano, que no puede ser anulada o menoscabada en nombre de la necesidad niveladora de socializar a partir de similares conocimientos y valores. Esto es: quien ayuda a formar a un ser humano, no puede aplicar reglas inflexibles, sino atender a las peculiaridades de cada sujeto para potenciar al máximo sus potenciales.
Dicho lo cual, cuando nos encontramos a un ser humano, mal formado, la acción educativa es de necesaria “reforma”, que nunca se logrará del todo si no hay una participación activa del sujeto implicado. Aquí, en ocasiones, la cuestión no es sólo construir las bases de una interacción rica con el mundo, sino reformarlas a fondo, tarea casi siempre difícil y en muchas ocasiones casi imposible.
Educar es un arte que se aprende, se ejercita, se corrige, se actualiza… Por ello el educador sabe que él es el primero que debe seguir desplegándose en nuevos y abiertos aprendizajes.
Pero si formar exige dosis diversas de in-formación, con-formación, e incluso de adecuadas re-formas, la educación en el siglo XXI no tiene más remedio que afrontar un imperativo fundamental: hemos de formar para que los sujetos activos en el mundo de la vida sepan trans-formarse dinámicamente. Porque no habrá tarea más importante que trans-formar la realidad insostenible en la que vivimos y aportar, desde la esperanza y la creatividad, nuevas formas, nuevos moldes, nuevos recipientes y nuevos cauces. Como hemos repetido muchas veces, no podemos ya echar el vino nuevo en odres viejos.
2011-07-28 20:03
Más que de Croce el tema abordado por Pareyson me hace pensar en el texto de Kant sobre el talento y el genio. Y estoy deacuerdo con el hecho de que la creatividad y la estética son factores de nuestra humanidad. Diría más gracias a la industrialización y a la informatización el ser humano ha conseguido obtener esa capacidad/posibilidad de dedicarse a ser más humano o no. Me explico : hoy las maquinas han recogido a través la codificación el saber memorizado en el cuerpo, ese saber vinculado a la costumbre y al acto repetitivo. Externalizando ese saber el ser humano puede dedicarse si lo desea a elaborar nuevos saberes más creativos y estéticos estableciendo a cada novedad nuevas normas. Pienso que el educador tiene no solo el deber pero también la obligación constante de Re-forma pues esta implica el re-ordenar la realidad bajo nuevas reglas y permite así al ser humano re-apropiarse nuevos saberes y desarrollar la esencia de la humanidad que lo define.