En el siglo XXI, con la “revolución de la mente” (tras la “revolución del músculo” que supuso la revolución industrial), la educación ocupa el lugar central de todos los procesos humanos. Cada 26 del mes en curso, Manuel Ángel Vázquez Medel, Catedrático en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla, ofrecerá nuevas claves educativas para pensar, sentir, comunicarnos y actuar en la nueva sociedad de la comunicación y de los saberes compartidos.
El pasado 15 de mayo marcó un hito simbólico en la toma de conciencia y en la movilización ciudadana en España: decenas de miles de personas se echaban a la calle reclamando “¡Democracia real, ya!”. Expresión de un malestar por una crisis que están pagando quienes nada han tenido que ver con ella, puso desde el principio la dimensión educativa en su centro. En parte porque el número mayor de sus participantes eran jóvenes. Jóvenes estudiantes y jóvenes condenados a un paro sin horizonte de futuro que alcanza casi a uno de cada dos. En parte, también, porque los peores temores en la construcción de un verdadero Espacio Europeo de Educación Superior se están cumpliendo, y lo público también queda amenazado ante recortes inconcebibles y el temor de una involución en muchos ámbitos de la democracia universitaria.
A pesar de que muchos han insistido en que la democracia de que disfrutamos es real, aunque sea imperfecta, habría que recordar que la libertad formal es conditio sine qua non para la democracia: su condición necesaria. Pero no es condición suficiente. Libertad sin igualdad y justicia social y sin una red de vínculos que hagan efectivo el principio de fraternidad y solidaridad, caracterizan una democracia que no realiza el sencillo pero directo principio que ya apuntara Abraham Lincoln: “La democracia es el gobierno del pueblo, por el pueblo, para el pueblo”.
El pueblo (demos) es, pues, el verdadero agente y artífice de la construcción democrática (por propia definición). Sin embargo, ante una ciudadanía nada formada ni crítica, mediatizada por los medios de comunicación controlados por el poder económico, intoxicada constantemente con la apelación constante al consumo, no es posible hablar de democracia.
La educación se convierte, pues, en el pilar o cimiento mismo de la democracia. Y el derecho al conocimiento y al saber articula una tríada imprescindible de la democracia junto con el derecho a la vida que supone la alimentación digna y el derecho a la salud.
La educación que venimos propugnando aquí es también una educación en valores y, muy especialmente, en valores cívicos: valores para compartir el ágora, para hacer habitable la polis; valores que hagan efectiva la fuerza de la razón y la emoción humanas y no la razón de la fuerza, que en ocasiones se impone contundentemente y en otras de maneras más sutiles pero no menos contundentes.
Se trata de educar para el futuro, siendo conscientes de dónde estamos y de dónde venimos. De educar, pues, sin miedo, con flexibilidad, con plasticidad, con adaptabilidad, con creatividad y, por supuesto, con espíritu crítico y autocrítico.
En las próximas semanas y meses, quienes han acudido a las calles y plazas invocando cambios importantes hacia una democracia más real y participativa deberán acreditar que no sólo tenían una voluntad firme y decidida, sino una constancia y una perseverancia a prueba de todo desaliento. Y deberán saber que un gran pacto de Estado y de toda la sociedad por una educación de calidad, dinámica, abierta al futuro, será la piedra angular de toda transformación.
Ya no valen las dicotomías cambios sociales/ cambios personales. Nuestra personalidad es social, y la sociedad es la red que vincula a los individuos y los construye como sujetos abiertos a otros sujetos.
Si de verdad queremos un giro radical, de 180º, un cambio de rumbo, una revolución pacífica y respetuosa, deberemos impulsar una educación para el cambio que tendrá en su núcleo el fomento de la inteligencia racional y la inteligencia emocional; de la inteligencia individual, pero también de la inteligencia colectiva. Una educación en la que el principio de libertad, desde el respeto al otro, estará vinculado al de responsabilidad; en el que las riquezas y productividades no sean medidas por parámetros de una economía inhumana que pone la vida al servicio de la especulación y la acumulación, y tenga en cuenta factores de productividad social; en el que el diálogo y la tolerancia sean los instrumentos para la construcción de una única humanidad planetaria sin fronteras, caracterizada por la diversidad cultural en convivencia armónica.
¡Claro que son utopías! Por desgracia: lo son en sentido también etimológico, puesto que no se encentran aquí y ahora. Pero no son horizontes inalcanzables. Y, en cualquier caso, el avance hacia ellos justifica la dignidad de la existencia humana.
2011-05-27 00:08
Claro que de acuerdo¡, aunque no solo los jóvenes deben ser constantes y mantener sus reivindicaciones, sino todos.
Siento que hay un gran cabreo que al final va dando todo el gobierno a la derecha, pero no hay una conciencia de que la clave está en la educación….
Es una utopía pero por dignidad, como dices, hay que actuar como si no supieramos que es imposible….a lo mejor así lo conseguimos
En fin…