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Educación y transhumanización por Manuel Ángel Vázquez Medel

En el siglo XXI, con la “revolución de la mente” (tras la “revolución del músculo” que supuso la revolución industrial), la educación ocupa el lugar central de todos los procesos humanos. Cada 26 del mes en curso, Manuel Ángel Vázquez Medel, Catedrático en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla, ofrecerá nuevas claves educativas para pensar, sentir, comunicarnos y actuar en la nueva sociedad de la comunicación y de los saberes compartidos.

La educación para la alteridad, antídoto contra la estupidez

El pensador e historiador económico italiano Carlo Maria Cipolla, en su libro Allegro ma non tropo (1988) formuló una ingeniosa y razonable teoría acerca de la estupidez humana. Cipolla identifica dos factores a considerar cuando se explora la conducta humana:

  • Beneficios y perjuicios que un individuo se causa a sí mismo
  • Beneficios y perjuicios que un individuo causa a los otros

Creando un gráfico en el que se coloca el primer factor en el eje x y el segundo en el eje y se pueden obtener cuatro grupos de individuos:

  1. Inteligentes (benefician a los demás y a sí mismos)
  2. Incautos (benefician a los demás y se perjudican a sí mismos)
  3. Malvados (perjudican a los demás y se benefician a sí mismos)
  4. Estúpidos (perjudican a los demás y a sí mismos)

Por tanto, “una persona es estúpida si causa daño a otras personas o grupo de personas sin obtener ella ganancia personal alguna, o, incluso peor, provocándose daño a sí misma en el proceso”.

Es evidente que uno de los objetivos fundamentales de la educación es potenciar la inteligencia racional y emocional de los educandos, hasta donde ello sea posible, y ofrecer pautas, criterios y orientaciones para su aplicación al mundo de la vida, evitando las actitudes y comportamientos estúpidos, que no sólo son dañinos para la sociedad, sino incluso para sí mismos.

De entre las muchas competencias y capacidades que es preciso impulsar en el proceso educativo, hay algunas que son básicas. Tal vez no haya ninguna más básica que esta: que el alumno adquiera un sentido ético de su comportamiento, y calibre el daño o beneficio que sus acciones implican, tanto para sí mismo como para los demás.

Tal vez la clasificación de Cipolla sea excesivamente simplista, y habría que distinguir entre el incauto y la persona altruista y generosa, del mismo modo que no estaría mal distinguir al malvado del egoísta o, incluso de quien dentro de los inevitables antagonismos de la vida busca honradamente su propio beneficio. No siempre nos es dado actuar según el principio gano yo/ganas tú, y cuando esto no es así puede haber razones para asumir generosamente un cierto grado de perjuicio personal si el beneficio ajeno es muy superior, sin caer en una postura incauta, del mismo modo que también puede ser legítimo aspirar a un beneficio personal importante, que pueda acarrear un pequeño perjuicio a otros, o incluso, simplemente, optar por nuestro beneficio frente al perjuicio ajeno cuando resulta absolutamente inevitable y es justo, sin incurrir en la maldad (piénsese, por ejemplo, en las consecuencias de facto en una oposición; en la competencia comercial; en la rivalidad por la conquista de la persona amada, etc.). Giancarlo Livraghi ha matizado convenientemente muchos aspectos de la teoría de Cipolla en su ensayo El poder de la estupidez.

Con todo, la originalidad del planteamiento de Cipolla está en destacar la incomprensible tendencia de algunos seres humanos a actuar de modo lesivo para sí y para otros, cuando podrían comportarse de otra manera.

Sus cinco leyes básicas sobre la estupidez son demoledoras:

  1. Siempre e inevitablemente cualquiera de nosotros subestima el número de individuos estúpidos en circulación
  2. La probabilidad de que una persona dada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica propia de dicha persona
  3. Una persona es estúpida si causa daño a otras personas o grupo de personas sin obtener ella ganancia personal alguna, o, incluso peor, provocándose daño a sí misma en el proceso.
  4. Las personas no-estúpidas siempre subestiman el potencial dañino de la gente estúpida; constantemente olvidan que en cualquier momento, en cualquier lugar y en cualquier circunstancia, asociarse con individuos estúpidos constituye invariablemente un error costoso.
  5. Una persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que puede existir.

También en nuestro país, José Antonio Marina ha dedicado dos libros específicamente al tema: La inteligencia fracasada. Teoría y práctica de la estupidez (2004) y Las culturas fracasadas. El talento y la estupidez en las sociedades (2010). Como se ve, Marina ha llevado más allá del individuo su teoría de la inteligencia creadora, y piensa que también se producen dinámicas colectivas en las que todos tendemos a la estupidez. Tal vez era eso lo que quería decir Antonio Machado en sus versos. “Qué difícil es/ cuando todo baja/ no bajar también”.

Sería difícil negar que nos encontramos en un momento de acusada tendencia a la estupidez planetaria. Si la disonancia cognitiva (incompatibilidad entre cogniciones simultáneas, o entre el pensar y el actuar) es un grave problema personal, cuando se vuelve algo generalizado adquiere tintes de tragedia. Nunca los seres humanos hemos tenido tan claras evidencias de cómo podemos y debemos actuar para remediar nuestros grandes males. Nunca se ha actuado con tanta estupidez para mantener estructuras y dinámicas económicas inhumanas e insostenibles, que conducen a grandes desgarrones colectivos, a la destrucción y a la muerte. Y nunca se ha llegado a un diferencial más alto de estupidez por no aceptar que sólo a través de la educación y la cultura, entendidas de modo muy abierto, conseguiremos una humanidad sostenible.

A nivel colectivo, como a nivel individual, la inteligencia estructural o teórica no basta. Hace falta proyectarla al mundo de la vida a través de la inteligencia ejecutiva, de la inteligencia en acción.

Pero la clave fundamental para librarnos de ser estúpidos o malvados es ponernos en el lugar del otro. Ser capaces, a través de la empatía, de conectar con ese otro-yo para el que no sólo no debo desear los males que no quiero para mí, sino que debo procurar los bienes que yo mismo ambiciono. Es evidente que si aplicáramos este enfoque se disolvería el racismo, la xenofobia, la misoginia, la homofobia… y todo tipo de rechazo al otro, al diferente, por incapacidad de apertura y comprensión, de alteridad, de otredad.

Hoy sabemos que la alteridad tiene bases y fundamentos biológicos. El extraordinario hallazgo de las neuronas-espejo nos ha colocado ante las claves de nuestra mente para reproducir y sentir el dolor o el gozo del otro.

Se denominan neuronas espejo a una cierta clase de neuronas que se activan cuando un animal o persona desarrolla la misma actividad que está observando ejecutar a otro individuo, especialmente un congénere.

Las neuronas del individuo imitan como “reflejando” la acción de otro: así, el observador está él mismo “realizando” la acción del observado, de allí su nombre de “espejo”. Tales neuronas habían sido observadas primeramente en primates, y luego se encontraron en humanos y algunas aves. En el ser humano se las encuentra en el área de Broca y en la corteza parietal.

En las neurociencias se supone que estas neuronas desempeñan un importante rol dentro de las capacidades cognitivas ligadas a la vida social, tales como la empatía (capacidad de ponerse en el lugar de otro) y la imitación. De aquí que algunos científicos consideren que la neurona espejo es uno de los más importantes descubrimientos de las neurociencias en la última década, a partir de los trabajos sobre primates realizados en los ochenta y los noventa por Giacomo Rizzolatti, Leonardo Fogassi y Vittorio Gallese en la universidad de Parma.

En 1996, a través de grabaciones de una sola célula en los macacos, los investigadores informaron del descubrimiento de un tipo de células del cerebro denominadas “neuronas espejo” (Gallese, 1996). Situadas en el área F5 de la corteza premotora, estas neuronas espejo disparaban no sólo cuando el mono realizaba una acción, sino también cuando el mono observaba a otro realizando la misma acción. Las neuronas del mono reflejaban, como en un espejo, la actividad que estaba observando. Posteriormente, cartografiando las regiones del cerebro humano mediante la Resonancia Magnética funcional (RMf), se descubrió que las áreas humanas de las que se suponía que contenían neuronas espejo también comunicaban con el sistema límbico, o emocional, facilitando la conexión con los sentimientos de otra persona, probablemente reflejando estos sentimientos. Se cree que estos circuitos neuronales constituyen la base del comportamiento empático, en el cual las acciones en respuesta a la aflicción de los demás son prácticamente instantáneas. Como dice Goleman, “el que este flujo de la empatía a la acción ocurra de modo tan automático hace pensar en unos circuitos dedicados precisamente a esta secuencia.” Por ejemplo, cuando uno oye el grito angustiado de un niño, “la aflicción que siente impulsa la necesidad de ayudar” (Goleman, 2006).

En los seres humanos, las neuronas espejo se encuentran en la corteza frontal inferior, cerca del área de Broca, la región del lenguaje. Esto inclina a sugerir que el lenguaje humano evolucionó a partir de un sistema de comprensión y realización de gestos implementado en las neuronas espejo. Las neuronas espejo tienen ciertamente la capacidad de proporcionar un mecanismo para comprender la acción, aprender por imitación, y la simulación imitativa del comportamiento de los demás.

Es posible —como en toda realidad humana— que haya incluso bases o fundamentos biológicos, marcadas propensiones hacia la maldad o la estupidez. Sin embargo, el ser humano no es sólo una criatura biológica. La cultura y la educación le proporcionan esa segunda y más profunda naturaleza que reinterpreta la primera. Por ello resulta fundamental fomentar interacciones educativas que lleven al niño, desde sus primeros momentos, a ponerse en el lugar del otro, a desarrollar con normalidad su capacidad de empatía. Todas las variantes de buenas propuestas pedagógicas tienen estos principios, intuitivamente muy presentes.

En estas dinámicas, la lectura, en la medida en que también se ejerce desde la zona cerebral más importante para el desarrollo de las neuronas-espejo, es la práctica más adecuada para incrementar nuestra inteligencia racional y emocional; nuestra inteligencia estructural y nuestra inteligencia ejecutiva.

Porque leer supone aceptar un pacto comunicativo por el que me pongo en el lugar del otro, en el lugar que el creador del discurso ha promovido y al que me invita. Por eso la lectura dilata nuestro horizonte comprensivo, nuestro horizonte interpretativo, los límites de nuestro lenguaje y los límites de nuestro mundo.

Leer, como tantas veces he repetido, nos lleva a ser mujeres con las obras de Marguerite Duras, aunque hayamos nacido varones; a sentir el fervor de la fe con el Cántico espiritual de Juan de la Cruz, aunque seamos ateos o agnósticos; a experimentar la atracción homosexual con los Poemas para un cuerpo de Luis Cernuda, aunque seamos heterosexuales… O podríamos poner ejemplos de los casos complementarios. En cualquiera de ellos, el proceso de la lectura —que desde luego no exige que estemos de acuerdo con lo que leemos— requiere una gran apertura mental.

La lectura permite esta suspensión temporal de nuestras coordenadas personales. No las anula. Y en el fondo juzgamos cada obra por un complejo conjunto de afinidades y desacuerdos. Pero saber leer es prestar nuestra memoria, nuestro entendimiento, nuestra voluntad, nuestra imaginación y fantasía al texto que se nos ofrece y que hemos de re-crear en nuestra mente. Y tras la lectura volvemos enriquecidos a nuestra vida cotidiana; sabemos que se puede pensar y sentir de manera distinta a la manera de pensar y sentir propia; somos capaces de entristecernos con la desgracia ajena o de alegrarnos con la fortuna de otros. Hacemos nuestra esa experiencia, como en el cine y otras expresiones artísticas y comunicacionales. Sólo que la lectura es siempre activa, requiere un mayor concurso de la integridad que somos, para la recreación del significado y el sentido. Y por ello potencia nuestra alteridad, nuestra otredad, nuestra capacidad de empatía. Para evitar que, individual o colectivamente seamos malvados o seamos estúpidos.

Manuel Ángel Vázquez Medel | 26 de febrero de 2011

Comentarios

  1. Eduardo
    2011-02-26 12:08

    En el país de los estúpidos, el malvado es rey.

  2. Edu
    2011-03-01 19:28

    Totalmente de acuerdo con el caracter simplista y reduccionista del esquema propuesto por Cipolla y, en mi opinion, la segunda ley básica tampoco es muy acertada; el impulso que mueve a una persona a cometer tal o cual acción, estúpida o no, siempre está en correlación con multitud de caracteríticas de dicha persona. Si no, estaríamos hablando de simplificar muchisimo ese ente que llamamos personalidad.
    Por otro lado me inclino más a pensar en la importancia de la educación, creación de una ley moral en la psique del individuo, como factor determinante en la posibilidad de ser o no un estúpido. Es cierto que las neuronas espejo, los circuitos encefálicos que has mencionado, la teoria de la mente o capacidad de “mentalizar” ( atribuir y predecir estados mentales en los demás), se han relacionado estrechamente con la capacidad de empatía, pero, desde mi punto de vista, poseer un déficit o una alteración en dichas bases biológicas causaría algo cualitativamente distinto a lo que estamos hablando; crearía un autista( en todo su abanico de posibilidades o manifestaciones, espectro autista que lo llaman, casi nada).
    No me convence la idea de crear un continuum con un extremo autista, otro “normal” e ir colocando estúpidos por medio. Mas bien lo veo como extremo autista- extremo “normal” y, dentro de ésta “normalidad”, la estupidez humana.
    Los estúpidos, los malvados, muchos politicos…SI conservan su capacidad de empatizar, pero los resultados que sacan al aplicar ésta capacidad no se ven reforzados por una ley moral, ganando así el impulso (o razón) personal a actuar de una determinada manera, sin importarle demasiado( o nada, o no lo suficiente) las consecuencias que esas acciones tendrán en los demás.
    Vamos, que somos así, el ser humano es y será siempre estúpido, malvado, altruista, generoso, solidario, perverso…solo podemos “matizar” estas características propias de la especie con armas como la educación(con todo lo que esta palabrota engloba).
    Totalmente de acuerdo con tu opinión sobre la lectura que, al fin y al cabo, es una forma más de educación. Pero no se me ocurre otra que necesite más “esfuerzo empático” que ésta.
    Muy interesante el artículo, para terminar.
    Un abrazo.


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