Raúl Pérez Cobo es poeta y articulista. Edita la bitácora inculatorias. Colorado post se dejó de actualizar en abril de 2006.
La Navidad ha perdido su espíritu desde que no ponen “Ben-Hur” en la tele, ni “Quo-Vadis”, ni “Espartaco”, ni “Los Diez Mandamientos”, ni “La historia más grande jamás contada”. Porque la Navidad era el tiempo de los romanos, y Roma sitiaba “Programación Televisiva”, como una vez sitió Judea, y “Semana Santa”.
Charlton Heston era el espíritu navideño, incluso más que Papá Noel, y los Reyes Magos. Uno encendía aquel chisme, que había sido estúpido durante trescientoscuarentaycinco días, y podía sentir el milagro de la Navidad.
¿Cómo puede uno sentir la Navidad con los telemaratones? ¿Con las galas de presentadores imbéciles que cada día del año pueblan la sobremesa? ¿Con los pezones postizos de Ana Obregón, y la sonrisa Profident de Andoni Ferreño? Si al menos se les viese comer polvorones y mazapán…
Querido Dios: los mortales también necesitamos a James Stuart, con su “Qué bello es vivir”, para determinar que en algún sitio, aunque sea solo en el celuloide, existe la Utopía. Es una cuestión filosófica.
Hay quien piensa que esta necesidad del mundo de repetir uno y otro año las superproducciones de Holywood delata una deplorable falta de Fe, pues se reconoce en el televisivo que necesita recordar la vieja historia bíblica, como si los tiempos de la catequesis no hubiesen existido nunca, para revivir el sentimiento cristiano. Douglas, Stuart y Heston, los grandes héroes de la Navidad cristiana, han superado a Jesucristo en audiencia: en Ben-Hur, incluso, nuestro “Niño-Dios”, tenía un papel secundario, y esto no parece gustar a los magnates del “merchandising” cristiano: el Papa y su corte.
Ellos piensan que estas superproducciones trivializan el asunto, como si las procesiones millonarias no hiciesen ya lo suyo por la idolatría. Y desde “La última tentación de Cristo”, aquella “última” revisión del mito cristiano, tan criticada, prohibida y excomulgada, parecen haber sellado las bocas televisivas. Habrán visto el mal en el technicolor.
La Fe se ha sentido mal-tratada, en y por el cine. Cuando Lew Wallace, el autor de la novela de Ben-Hur, se enfrentó, allá por 1890, a la primera representación de su obra en el teatro, insistió en que Jesús no fuese personificado. Probablemente, era porque temía que le robase el protagonismo a su héroe, pero lo más probable es que el mismo Lew Wallace no tuviese Fe. Parece increíble que después de todo, Ben-Hur sea reivindicado como el Dios navideño. Esto sólo demuestra que, inevitablemente para algunos, la Navidad no tiene nada que ver con el cristianismo, y que celebrar cristianamente la Navidad es como crear una para-Navidad al margen de los profanos árboles de luz, los renos y el trineo de marca americana, y los Reyes Magos, que este año esperan junto al cajero, con un convertidor en el bolsillo.