Raúl Pérez Cobo es poeta y articulista. Edita la bitácora inculatorias. Colorado post se dejó de actualizar en abril de 2006.
Todos los animales necesitan un destino, o un trabajo: no se van a tirar el día en la selva a verlas venir, a esperar que se les caiga una manzana gravitatoria o a darle un bocadito hambriento al que está junto a ellos. Es así como se han inventado los circos. La función de los circos no es otra que regularizar la situación de los animales en la ciudad, en las ciudades por las que pasan, en las ciudades en las que viven. Los mejores empleos para un animal están en los circos.
También los animales que pretenden redimirse de sus crímenes se enrolan en un circo para controlar sus costumbres asesinas: son los depredadores —aunque tal vez su verdadera intención sea camuflarse bajo la piel de cordero del arrepentimiento—, son los arrepentidos que tienen tras de sí sangre y las huellas de asuntos sucios. “Alguna vez ese tigre ha comido a un hombre; y le ha gustado tanto su carne, que es capaz de pasar hambre acechando días enteros a un cazador, para saltar sobre él y devorarlo, roncando de satisfacción. En todos los lugares donde se sabe que hay un tigre cebado, el terror se apodera de las gentes, porque la terrible fiera abandona entonces el bosque y sus guaridas para rondar cerca del hombre. En los pueblitos aislados dentro de la selva, durante el día mismo, los hoombres no se atreven a internarse mucho en el monte. Y cuando comienza a oscurecer, cierran todos, trancando bien las puertas”.
Pues este tigre ingresó voluntariamente en un circo y este circo vino a la ciudad. La ciudad le gustó tanto que decidió quedarse. Todo el mundo admiraba la piel del tigre. Era un tigre de Siberia, blanco como la estepa de donde provenía. Todo el mundo admiraba su elegancia, la elegancia de la muerte, la elegancia con que podía matar. Con el tiempo decidieron dejarle salir de su jaula, cuando el circo se marchó, y se le podía ver paseándose tranquilamente por las calles de la ciudad. Por buen comportamiento la ciudad había concedido una pensión vitalicia de quince kilos de verduras diárias. Este plan dietético había sido ideado por los sicólogos veterinarios que habían dado su visto bueno a la incorporación del tigre a la sociedad, en un intento porque olvidara sus hábitos cárnicos.
Pero los cazadores humanos también necesitarían una institución que les protegiese de sus instintos. Ellos consideraban una ofensa a su gremio que un asesino como aquel pudiera libremente cruzarse con ellos y darles los buenos días “como si aquello fuera natural”. “Aquella idea no desterró de su corazón toda noción de clemencia y de perdón, sino que la transformó en arte infernal, convirtiéndolas en aguijones que le estimulaban más aún, cambiando el agua en sangre…” Y la idea se convirtió en un proyectil que esperaba ser disparado. Entonces decidieron enseñar al tigre cómo se manejaba una escopeta, un arma de fuego. Y el tigre aprendió.
2005-02-03 13:20 Brillante, simplemente.
Gracias.