Raúl Pérez Cobo es poeta y articulista. Edita la bitácora inculatorias. Colorado post se dejó de actualizar en abril de 2006.
El silencio es un reclamo turístico, quién lo diría. Se han construido hoteles dentro de su lenta y resonante perspectiva, con buenas vistas al cielo, que siempre parece querer estar callado; con buenas vistas a la montaña, que aún no ha aprendido el lenguaje de los inútiles, solo el lenguaje milenario de las piedras.
Dicen que si escuchas un solo latido de otro cliente que no seas tú mismo o tu sorpresa de hallarte por primera vez en silencio, te devuelven todo lo que pagaste, y sin preguntas. Y los recepcionistas lucen una sonrisa idiota, pero callada. Te dan la bienvenida al silencio, y un mapa para que no puedas perderte donde los ruidos se pierden.
El hombre que huye del ruido se detiene por primera vez en su vida a escuchar el eco. Conoce el eco por primera vez. El eco le sorprende: es imposible que una débil voz pueda golpear a las cosas y derribar los tímpanos tantas veces con su sonido, morirse tantas veces en un espacio tan grande, como si fuese imposible morir de un solo disparo, y esa voz hubiese matado a la bala que la golpea, con una respuesta. Ese hombre escucha su voz, y siente que alguien como él está respondiendo en alguna parte del mundo. Alguien tiene una voz como la suya; ya no tiene motivos para sentirse solo. Puede que se sienta vacío, con su voz moribunda en el paisaje, pero no solo. Puede que ahora esté preparado para entender que una palabra vale lo suficiente como para tener eco, y eso le bastará para cuidar mejor su lenguaje. Incluso verá posible que exista un lugar en su interior donde las palabras resuenan con un eco aún más verdadero que en ese hotel que está pagando con su voz.
Este hombre piensa mejor en silencio, y al silencio le gusta ver los pensamientos estúpidos que tienen los hombres: algunos se horrorizan de que su voz no sea escuchada por nadie, se horrorizan de haber pagado algo que sí existe, y deciden combatir el silencio con palabras tan torpes que el eco se averguenza de repetirlas. Otros, sin embargo, llenan sus pulmones con todos las voces que les agotan, y las deja huir despavoridas, en forma de grito, y estas voces chocan con todo el paisaje, y eso es el eco. La montaña aún no se ha quejado de que estas voces la golpeen en su espalda de roca. Será porque a ella le gusta ver morir estos gritos humanos entre sus dedos de piedra, mientras los estrangula. En cualquier caso, el silencio vuelve a su casa (los oídos del hombre) como único vencedor. Piensa: “Al fin, ruído, luchas en mi terreno. Aquí puedo vencerte”. Y es el único sitio donde el silencio puede vencer.
Por esto, no es extraño que las compañías hoteleras vendan trozos de paisaje donde aún habita el silecio: “escuchar al hombre es la tarea más penosa que he tenido”, dijo una vez una oreja. Su dueño era un hombre inteligente, que había pintado el eco del paisaje y el agradable tumulto del silencio haciendo callar al mundo para que él pudiese pintarlo hermoso. Este hombre comprendió enseguida las razones de su oreja, pues siempre le pareció razonable cualquier opinión razonable con respecto al hombre. Podría decirse que se apiadó de su oreja. Le dijo: “Amiga oreja, no puedo negarme a tus razones. Has sido leal conmigo todo el tiempo. Me has permitido oír la estupidez del hombre hasta sus últimas consecuencias. No puedo decir lo mismo de mis ojos (quienes siempre pintaron un mundo con colores buenos para cualquier hombre). Por lo tanto, escucha: voy a liberarte…”. Estas últimas palabras fueron las únicas sensatas que esta oreja había escuchado en su vida. Eso fue justo antes de que Van Gogh se la cortara.