Raúl Pérez Cobo es poeta y articulista. Edita la bitácora inculatorias. Colorado post se dejó de actualizar en abril de 2006.
Cuando un hombre toma un sombrero sobre su cabeza podría decirse que todos sus pensamientos construyen una casa bajo él. Puede que ese hombre piense mejor a partir de ahora, pues el sombrero evita que sus ideas huyan volando como los pájaros huyen de sus alas al ver que han perdido los pocos dedos que tenían.
Según algunos estudios científicos, si un hombre desea tener los pies calientes ha de colocarse enseguida un sombrero, no sobre los pies, sino sobre la cabeza, pues así calentará la sangre que ha de bajar hasta sus pies helados.
Seguramente, también es un buen remedio contra el olvido. Conocí a un hombre que usaba un sombrero sólo aquél día en que debiese hacer algo importante que no convenía olvidar. La presión del sombrero sobre su cabeza le recordaba constantemente una cita ineludible, y cuando al llegar a su oficina dejaba el sombrero en la percha, la preocupación constante de no olvidarlo allí le hacía recordar una y otra vez el mismo asunto.
Pero supongamos que no es el hombre el que lleva al sombrero, sino que es el sombrero el que saca a pasear al hombre.
Puede que al principio de su vida, un sombrero acoja nuestras ideas en su hueco oscuro y llegue a convertirse en un buen amigo de ellas: las arropará en invierno, y evitará que se mojen, que “se conviertan en papel mojado”, las protegerá del viento para que no se confundan, como las hojas secas en otoño. Pero algún día ese sombrero mirará a las ideas que le habitan, como criaturas perezosas, y creerá que nuestras ideas son SUS ideas. Y lo creerá con tanta fuerza, que al final esas ideas acabarán creyéndolo también, pues los sombreros son oradores prodigiosos: dicen que muchos silencios son más expresivos que un discurso; los sombreros son grandes silenciosos, y hemos de admitir que su silencio es bastante convincente.
Así pues, ese hombre del sombrero estará perdido: se le habrán acabado las ideas. Y cuando tema haber perdido algo que antes sentía dentro de sí, su sombrero le hará llegar desde su vacío una de sus ideas para que el hombre siga engañado. Este hombre dirá entonces: “Ha sido una buena idea comprarme este sombrero”. Y esa es la idea de su sombrero. Muchos sombreros piensan por los hombres. Por este motivo, hay que tener mucho cuidado en la elección de un sombrero: a todos nos ponen uno, pero cada cual lo doma – o se deja domar por él – como puede.
Siempre que se habla de sombreros, conviene recordar el pasaje de “El Principito” en que se discutía sobre la verdad de un dibujo infantil que representaba a una boa digiriendo a un elefante. Puede ser que no fuese una boa. Puede ser que no fuese un elefante. Pero lo que sí era, a ciencia cierta, es un sombrero devorando a un elefante. Y si un sombrero es capaz de tragarse a un elefante, entonces también es capaz de tragarse a una boa; lo cual querrá decir que el sombrero, no sólo podría haber devorado al elefante, sino que también devoró a la boa que digería al elefante. Esto es peor: con sombreros como ése por el mundo, qué elefante se atreve a ir por la selva. Y qué boa, díganme. Para un elefante, morir en el estómago de una boa puede ser algo penoso, pero morir dentro de dos estómagos – el de la serpiente, y el del sombrero – romperá todas las reglas del decoro natural. Este elefante, sin duda, se morirá de vergüenza.
Y qué me dicen de la astronomía. ¿No han advertido que nuestra galaxia se parece alarmantemente a un bombín? ¿Que los platillos volantes parecen pamelas? ¿Que los agujeros negros son un sombrero hacia arriba, y que los anillos de Saturno dibujan la forma de un sombrero? ¿Qué pasará con toda nuestra filosofía si de repente descubrimos que a Dios le gustaban los sombreros, y que hizo el mundo “a imagen y semejanza” de su sombrero? ¿Qué pasará si descubrimos que Dios ERA su sombrero?
Algunos “nos hemos quitado el sombrero” ante los que nos enseñaron la capacidad manipuladora de los sombreros, y jamás nos lo hemos vuelto a poner. Otros, que siguen con su sombrero calado hasta las orejas, me miran y se ríen pensando que debo tener los pies muy fríos. O que mis ideas van volando como un enjambre de avispas sobre mí. Tal vez tengan su parte de razón. En cualquier caso, las avispas sólo atacan al que las provoca, y yo me cuido mucho de no provocar a mis propias ideas porque soy más consciente que nadie de su veneno.
2004-12-25 13:03 No me quito el sombrero verdadero, pero si metafóricamente. No me lo quito porque No hay cielo sin pulgas y se me escapan las chinches y las pulgas, necesito picores que provoquen ideas o venenos: En pequeñas dosis, en terapeúticas dosis, en homeopáticas disoluciones para durar y poder seguir leyendo sus textos (o degustando un veneno curativo).
2004-12-25 18:45 ¿Acaso puede existir algo mejor que ser devorado por un sombrero que piensa por nosostros?
¿Acaso preferimos ser devorados por nuestros propios pensamientos, eso sí, con la absoluta certeza de que son nuestros?
Personalmente, prefiero sentir mis pies y cesar un rato de sentir mis ideas.
2004-12-26 04:24 y si dios fuera mujer y usase pamela? segun gelman, segun benedetti.