Añoro el tiempo en que uno sale a pasear y encuentra botecitos de inyectables casi fosilizados. Una vez encontré una piedra que llevaba a un caracol, como si fuese el inquilino de una casita rural. Otra, una araña de plástico —sin duda una especie de Taiwan— que se habría escapado de la Tienda de Benigno. Otra, un búfalo de juguete, que estaba huyendo de un “click” de “famóbil” piel roja. La Tierra tenía tanto oculto que jugaba a sorprender a la gente que aún se dejaba sorprender por un botecito de inyectables. Yo creía que esos botes contenían genios, o que pertenecían a una tribu de enanos. Y cuando hallé una barbi bajo el fango de un río, creí que era la hija de Perséfone, que anunciaba la primavera, y era Noviembre. Los ecologistas tendrán que practicarle la cesárea a la Tierra o un lavado de estómago. Está preparando los tesoros del siglo XXI: bolsas de plástico, latas de refrescos, vías de alquitrán, y pancartas de “respeta las flores, son seres vivos”. Quién me dice a mí que unas ánforas romanas no fueron en su época a la basura porque se rompieron y hoy lucen en las estanterías de un arqueológico como nuevas. Estos ecologistas tan “reciclados”, se encadenan pero no son capaces de proyectar el futuro. No conocen al Tiempo, ni entienden el alma de la Arqueología, ni han estudiado arte, ni las obras. Aún no saben que hay un niño del 2.755 que está esperando sorprenderse con una carretera local abandonada (por donde creerá que marchan las sandalias de algunas legiones de romanos), y con una lata de gaseosa, donde alguien debió poner un genio de gas. Estos ecologistas no entienden que lo que hoy es basura, mañana será arte, lo mismo que lo que es arte hoy, hoy es basura, y mañana lo seguirá siendo. Lo que quiero decir, es que los ecologistas debiesen apoyar y entender otras clases de ecologismo. En fin, puede que yo utilice aerosoles, derroche energía, y abandone un water en la cuneta, pero hay otros que ponen un water en un museo colgándole una etiqueta millonaria, con lo que contaminan más que yo. Si preguntásemos a este water, diría que prefiere la cuneta, y es obvio: se siente igual que quien va a una “party”, con su limusín y su frac, y llega antes que nadie; ese water del museo sabe que su hermano de la cuneta, se “erosionará con los agentes naturales”, se cubrirá de “sedimentos” —en lugar de “gloria”—, y al cabo de algunos siglos, se redimirá como una valiosa pieza de la arqueología. A este water del museo le llegará el deleite temprano, y el espectador pensará: “Sólo es un water”. El otro, si tiene bastante paciencia (y todos los waters del mundo la tienen), encontrará las manos de un arqueólogo, que le levantará como a un Lázaro, y le dirá: “¡CARAY, ES UN WATER!, y acabará en un museo, donde el espectador pensase: “Es un vestigio de otra época”. El water de museo, que jamás ha olido una mierda, contemplará a su prójimo erosionado, y dirá: “¿Qué mierda hago en este mundo?” Descubre que la fórmula de la inmortalidad es cuestión de Tiempo, cuando las cosas se pusiesen feas, cuando todo oliese mal, durante el Tiempo justo, perderse de vista. La fórmula era “sobrevivir” al hombre. Sólo aquello que nos sobrevive es arte, lo demás es mierda.. La honra de este water es real y admirable: el arqueólogo lo mimará y le dará besos donde otros le dieron culetazos, y no tendrá desperdicio. (Y si no, que se lo pregunten a Marcel Duchamp que se llevó su water a una exposición “artística”, o ¿era una “deposición” artística?).