Alfredo Herrera Patiño dirige la editorial mexicana Verdehalago y escribe con asiduidad la bitácora Erratas eminentes. Asombros y paralajes intentará dar salida a los muchos asombros en los que vive desde las diversas perspectivas y lugares donde le suceden. Se publica los miércoles.
Inexorable, parece, lo inexorable mismo, como si fatum gobernara en verdad lo que nos sucede, o la providencia, o el destino o las estrellas en sus caprichosas constelaciones. No hay cultura alguna sin ese sentido de lo inexorable, del futuro escrito de alguna manera en parte alguna y cuyos signos nos esforzamos por descifrar y entender. Lejos de liberarnos de esa idea arcana, hemos elegido un nuevo futuro escrito y hemos, como sociedad, dedicado grandes esfuerzos y recursos muchos a descifrar ese código que ahora nos cifra y descifra nuestro futuro: la genética.
Buscamos a los nuevos oráculos para que nos digan si tales combinaciones misteriosas significan algo bueno o algo malo, sea en el maíz, en los marranos o en el tranquilo trigo de los panes. No digamos en los niños, a cuya genética encomendamos su futuro y a cuya buena herencia somos capaces de invertir esfuerzo y dinero. Nada más terrible que un veredicto genético, nada más horrendo.
Y ese imaginario con sus dioses mayores y menores está en cada una de las discusiones sobre los medicamentos genéticos, los alimentos transgénicos, la terapia genética, los animales modificados para investigación, el amor, la poítica y la poesía. ¿Elegir el sexo del hijo? ¿Crear cultivos sin semillas para hacer la venta de semillas un gran negocio? ¿Plantas con genes implantados de otras especies para que generen sus propios insecticidas? ¿Bacterias con genes de arácnido para crear hilo de araña producido industrialmente?
¿Alguien recuerda cuando la humilde y freudiana infancia era destino, ahora que el destino lo esculpen nuestro genes?