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Asombros y paralajes por Alfredo Herrera Patiño

Alfredo Herrera Patiño dirige la editorial mexicana Verdehalago y escribe con asiduidad la bitácora Erratas eminentes. Asombros y paralajes intentará dar salida a los muchos asombros en los que vive desde las diversas perspectivas y lugares donde le suceden. Se publica los miércoles.

El comercio con las palabras

El comercio con las palabras es como el de las enfermedades, mejora a los mejores y empeora a los peores. Escribir bien no significa, en modo alguno, ser buena persona. Tampoco mala, es cierto. Pero la poesía, si nos atenemos a esa forma mayor de la escritura, debe mejorar, piensan algunos, a quien la practica. Pero, en verdad, en la mayor parte de las civilizaciones ser poeta es lo más cercano a una condena, un destino, un llamado: una maldición, pues. Nuestra época, empero, padece poetas a quienes puede explicárseles vocacionalmente: no es llamado ni condena, es conveniencia.

A lo mejor, como quieren los neurofisiólogos, los poetas no sean sino una subclase de quienes padecen (¿padecemos?) malformaciones cerebrales. Que ciertas estructuras neuronales no les funcionan como a los demás mortales y, por ello, atisban, ven, oyen, imaginan o sienten relaciones impensadas entre sentidos inconexos. Y, por ello, son elegidos, pero no salvos. La mejor imagen del poeta sigue siendo, para mí, la dada por Cortázar en Carta a una señorita de París. Inopinada, sorpresivamente, el poeta vomita uno de sus engendros (un conejito). A partir de ese momento su vida cambia y debe plantearse qué hacer, con él y con el conejito. Si en verdad la poesía no proviene sino de una malformación congénita o de un defecto genético (lo que ahora llaman capacidades diferentes) significa que no hay nada por hacer, se nace poeta o no, como se nace o no epiléptico o sinestésico o dibujante. Y así como las glorias del baloncesto nunca serán para los chaparros, hay muchos para quien todo su amor por la poesía siempre estará muy mal correspondido. Pero no adelantemos vísperas, no es que quienes padezcan un don mínimo para tal o cual actividad no deban practicarla. Todo lo contrario. Escribir es un acto mágico y por demás gratificante, escribir permite mostrarse, pues es imposible esconderse detrás de las palabras, permite vernos, calibrarnos, catarnos. Como dibujarnos en autorretrato. Pero esos rituales, tan perdidos ahora, no significan ser poetas o artistas, como jugar en algún parque no significa aspirar a jugar profesionalmente.

Porque escribir sin remedio es una carga, y de esa carga pocas veces se sale bien librado. El gozo de la escritura radica en terminar, sólo en ese momento luminoso en que lo escrito ha dejado de ser problema. Pero la diferencia entre quien no tiene más remedio que escribir, el poeta, por seguir con nuestro ejemplo, y quien sólo desea reconocimiento, es enorme. Quizá de las peores y menos atendidas consecuencias de las tecnologías es la facilidad con la que se edita en estos días. Antes, al menos, los costos de hacer libros eran enormes. Pero desde la aparición de la imprenta hasta nuestros días cada vez es más barato y, hemos conseguido, enhoramala, editar millones de poemas prescindibles. Un impuesto, tal vez, desalentaría a los desalentables, a quienes escribir y publicar no es urgencia ni condena, sólo anécdota, la cual, huelga decir, nunca es cantada de manera buena. Por ello, decía, como las enfermedades, mejora a los mejores y empeora a los peores.

Alfredo Herrera Patiño | 12 de abril de 2006

Comentarios

  1. Marcos
    2006-04-13 00:41

    Primero, me doy la enhorabuena como lector por tu llegada a ldn. Segundo, una no sé si disención (¿existe esta palabra?): pareces decir que ganaría el parnaso si sólo se publicase a los poetas por imposición y no a los poetas por conveniencia: sin embargo, me temo que no será y habrá sido en pocas ocasiones que poetas de conveniencia han escrito poemas imborrables y a decenas, poemas que jamás podrán llegar a escribir los otros, los congénitos. Creo.

    Saludos.

  2. Alfredo Herrera Patiño
    2006-04-13 09:04

    Mi dardos, Marcos, y agradezco tu enhorabuena, iban dirigidos tan sólo a la idea de profesión. Ya Oliverio Girondo dijo, hacia los inicios de la décado de los veinte en el siglo pasado, que se publica un 1075% más de lo necesario (cito de memoria, los guarismos pueden fallar en consonancia con las neuronas). Como hacer profesión de culpable y cobrar de acuerdo a la carga.

    ¿Y usted a qué se dedica? Soy el chivo expiatorio de la región alicantina, por decir algo. Así me suenan los poetas a tiempo completo.

    La poesía es la más acabada expresión de la cultura, pero no es ni moldeable ni transmisible. El encanto de una ciudad, por poner un ejemplo, depende de tantas cosas que es imposible lograrlo por decreto.

    La jardinería, en China, fue por muchos siglos un arte y sólo después de muchos años de aprendizaje se le permitía al aprendiz intervenir en las tierras de alguien pues, si se piensa un momento, tenían razón para tales miedos, el error de un jardinero puede tardar más de cien años en enmendarse.

    Digo, tan sólo, que el poeta maneja un material más delicado que el jardinero, sólo eso. Y por eso mismo festejo el disenso.

    Un abrazo.

  3. Marcos
    2006-04-13 09:30

    Disenso, disenso, esa era la palabra; o disentimiento, me dice el DRAE, ese organismo que sí está gestionado por poetas profesionales. En cualquier caso creo que la palabra ya sobra porque estamos de acuerdo.

    Saludos.


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