TdC es un diario de lecturas, un viaje semanal por la cultura. Marcos Taracido es editor de Libro de notas. Escribió también las columnas El entomólogo, Jácaras y mogigangas y Leve historia del mundo [Libro en papel y pdf]. Ha publicado también el cómic Tratado del miedo. La cita es los jueves.
La novela es y ha sido siempre un género de señoritos. Nació, en su versión moderna (ya hubo novela en Roma y Grecia, también exclusivamente un privilegio) cuando la bonanza económica trajo consigo cierta estabilidad a la convulsa Europa medieval y creó el ocio para los nobles que hasta ese momento habían tenido que ocupar su tiempo en la guerra y sus aledaños. Fue ese ocio el que lanzó a la nobleza a la cultura y a producir y consumir literatura; la imprenta supuso el impulso definitivo para el género, pues posibilitaba la interfaz perfecta para la lectura individual de extensas historias, y fue veloz entonces la metamofósis del género hacia la novela moderna. Escritores como Cervantes, luchando toda su vida por sobrevivir económicamente de su trabajo, siempre fueron la excepción, rebosando el Parnaso de clérigos y nobles obesos de tiempo libre. Y sus lectores guardaban más o menos el mismo perfil, suficientemente ociosos como para leer novelas de trescientas o cuatrocientas páginas y tramas y estructuras mucho más complejas que las epopeyas medievales o la narrativa renacentista. La Revolución Industrial creó lectores como piezas metalúrgicas e inició una época de democratización de la lectura al tiempo que subían los índices de alfabetismo hasta darle la vuelta, ya en el siglo XX, a los porcentajes que cinco siglos atrás rondaban el 90% de incapaces de descifrar la forma escrita de los signos lingüísticos, pero mayoritariamente esos nuevos lectores se acercaban a las versiones modernas de cantares, romances y prosa sentimental y caballeresca: la novela popular, en su versión literaria y, más adelante, televisiva: la novela seguía siendo cosa de señoritos, aunque estos fuesen más numerosos que antaño.
Hoy tenemos indicios de que se está volviendo en parte a un contexto socio-cultural de nueva oralidad, lo que en parte devuelve la cultura a los ciudadanos; pero además, los señoritos son —somos, supongo— legión, pero el ocio y la ficción están cubiertos de tan variadas formas que ya la lectura de novelas no tiene el sentido originario de tapar los agujeros del tiempo y dotar de identidad a la clase a la que iba dirigida (nobleza primero, burguesía después). Yo no sé si la lectura tal y como la conocemos se desmorona, pero, ¿tendrá sentido la escritura de novelas? ¿Necesitarán las generaciones que nos sucedan esos complejos sucedáneos de la vida? ¿Surgirán en el cerebro de alguien esas tramas pobladas de personajes y obsesiones y mapas paralelos al lado de acá? Y si surgen, ¿tendrán la necesidad de contarlos?