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Textos del cuervo por Marcos Taracido

TdC es un diario de lecturas, un viaje semanal por la cultura. Marcos Taracido es editor de Libro de notas. Escribió también las columnas El entomólogo, Jácaras y mogigangas y Leve historia del mundo [Libro en papel y pdf]. Ha publicado también el cómic Tratado del miedo. La cita es los jueves.

Metamorfosis de la ficción

¿Y si la ficción, en su formato escrito, se estuviera desliendo poco a poco, con la lentitud de una roca golpeada por el viento?

Pensemos que la lectura de ficción como fenómeno de masas es algo muy reciente, de poco más de un siglo, y va directamente relacionado con la alfabetización masiva de la población y el acceso mayoritario a la educación reglada. Antes, la lectura era actividad exclusiva de una minoría culta, y si bajamos hasta los primeros tiempos de la era Gutenberg el prestigio de la lectura se aplicaba casi con exclusividad a lo que hoy entenderíamos por ensayo, mientras que la ficción era minusvalorada como un producto para iletrados, consumo de la plebe, herencia directa todavía de la oralidad, puesto que en la Edad Media y el alto Renacimiento el concepto de ficción era extremadamente confuso y las obras que hoy asignamos al apartado de ficción mantenían en aquella época una sólida unión con géneros de vida cotidiana, y los Cantares, los romances, los mesteres de Clerecía y Juglaría era recibidos siempre como una parte más de la descripción —realista— de la realidad. La literatura de ficción comienza a crecer de manera proporcional al aumento del tiempo de ocio de las clases letradas (nobleza en el Renacimiento), burguesía primero en el siglo XIX y plebe después, a medida que esta clase iba engrosando las filas de la clase media.

No parece que el tiempo de ocio vaya a disminuir; ni siquiera que esté en su cénit; sin embargo, se han multiplicado sus posibilidades: si la lectura era uno de los pocos pasatiempos solitarios de nuestros antepasados cultos, hoy la oferta es sinnúmero. Pero sobre todo: la ficción nos llega por cauces variados, y casi todos ellos exigen un esfuerzo intelectual mucho menor que el de la lectura. Y quizás carezca de importancia, pero estos nuevos cauces para la ficción, si bien permiten su consumo solitario, tienen todos ellos un importante componente de acto social: los videojuegos cada vez más permiten la conexión con jugadores de todo el mundo, e incluso un medio tan frío con el televisivo, no sólo reune a la familia o el grupo, sino que su propio prestigio lo convierte en un espectáculo mediático que es noticia por sí mismo (índices de audiencia, componente fático de las conversaciones, periodismo metatelevisivo…). Un remedo (una vuelta en cierto modo) de las lecturas en grupo y al ocio casi exclusivamente social (misa, teatro, espectáculos juglarescos, justas bélicas y literarias…) de la era pre-Gutenberg.

Son, creo, los juegos digitales, los que de mejor modo suplen la ficción lectora. Estando todavía en una fase de desarrollo (pensemos las pocas décadas de vida que tienen en comparación con los siglos de la ficción escrita), ofrecen la fábula, la imaginación, la trama impostada que suple la realidad por avatares, pero además nos permite mover esos avatares: no sólo leer a don Quijote, sino serlo, tomar sus decisiones y cometer sus errores.

Así que quizás sean demasiadas posibilidades para la ficción como para seguir optando por escoger un libro.

Marcos Taracido | 22 de julio de 2010

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