Libro de notas

Edición LdN
Profundidad de campo por Adrian Daine

La fotografía no ha muerto, sólo ha cambiado de formato. Sus valores y normas tampoco han desaparecido, sino que se han actualizado y nos obligan a mirar el mundo de otra manera. En Profundidad de Campo, cada día 23 repasaremos su evolución en un intento por demostrar que las dudas que origina son similares tanto cuando hablamos de megapíxeles y Photoshop como cuando hablamos de daguerrotipos y granos de plata, y explicaremos cómo interpretar un arte y oficio que, a su vez, interpreta el mundo para nosotros.

Verismos

¿Qué es una foto, así, en pocas palabras? Una foto es un trozo de papel en el que se nos muestra algo: una persona, un lugar, un suceso, un objeto. No hay mucho más. De ese trozo de papel, sin embargo, se puede extraer mucho.

Una foto nos está diciendo que Alguien estuvo Allí justo cuando ocurría Aquello. Una foto no es la abstracción de un pintor plasmada en un lienzo, sino una impresión de luz en material fotosensible, un testimonio gráfico realizado por una máquina. Una foto es verdad.

Se le podrían poner muchas pegas a este razonamiento. Para empezar, hay aspectos de la fotografía artística en los que sus ejecutores crean personas, objetos, situaciones y lugares. Chema Madoz, por ejemplo, captura la unión de varios elementos cotidianos que dan lugar a una ficción, un juego visual donde nada es lo que parece y lo cotidiano se convierte en inusual. ¿Es eso verdad, en los términos en los que hemos hablado antes? Sí y no, aunque desde aquí preferimos inclinar la balanza hacia el Sí; sigue siendo verdad: lo fotografiado existió en forma física para poder ser eso, fotografiado.

Este tipo de fotografía juega con la verdad: a menudo se ha dicho de muchos fotógrafos que no lo son, que su obra ha de enmarcarse en otras ramas del arte, y que usan la fotografía como mero accesorio de difusión. Pero no es tal cosa: sin la función testimonial de la imagen fotográfica, las creaciones de Madoz, así como las de otros, no pasarían de ser invenciones surgidas de la mente del autor en vez de documentos gráficos, pruebas irrefutables de su existencia real.

La tecnología digital ha puesto sobre el tapete la cuestión sobre la verdad en la fotografía. No es justo decir que sea la causante del debate, pero sí que ha destapado algunos matices que se creían controlados, sobre todo en materia de retoque y postproducción. La fotografía documental ha sido una de las principales afectadas en un momento en que la necesidad de una información fidedigna y rigurosa es cada vez más acuciante.

Joan Fontcuberta, fotógrafo, ensayista y autor de los libros (entre otros) El beso de Judas y La caja de Pandora, en los que aborda el tema que nos ocupa, declara en éste último que quizás la fotografía ya no pueda interpretarse en términos de verdad o mentira, sino en los de verosímil o inverosímil. Esto no parece un intento tanto de cambiar el sentido de la fotografía como de crear una distinción que encuadre mejor los objetivos y responsabilidades dentro del nuevo marco en el que se halla. Hacer fotografía documental no es hoy lo mismo que hacerla en tiempos de Capa, Erwitt, Rodger o incluso Nachtwey, por poner un ejemplo más cercano.

La fotografía ya no representa la verdad en función de sí misma. Internet, las agencias de información, los diversos medios afiliados a éstas, suponen un filtro desmesurado, una barrera que sólo el receptor de la información puede calibrar con cierta propiedad. Es por eso que certámenes como el World Press Photo y agencias como Reuters o Associated Press son cada vez más rigurosas a la hora de premiar o publicar ciertos trabajos. Ante la saturación de información, es el espectador el que decide qué ha de ser verdad o no. La prueba la tenemos en las diversas consideraciones que se tienen ante obras consagradas que se desvelan preparadas, como pueden ser las instantáneas de la Depresión hechas por Dorothea Lange o el reportaje sobre la vida en España durante la dictadura que realizó Eugene W. Smith para Harper’s Bazaar: trabajos manipulados, orquestados antes y después de apretar el obturador, destinados no a crear una opinión al margen de la realidad, sino a transmitir la visión del fotógrafo. Esos trabajos serían hoy censurados y sus autores desprovistos de legitimidad. Sin embargo, permanecen en el imaginario colectivo como ejemplos a seguir del arte fotográfico como transmisor de información.

No deja de ser paradójico que, pese a ser un proceso mecánico y químico mediante el que capturamos la luz y la impresionamos sobre un material sensible, su honestidad se encuentre siempre bajo la sospecha de manipulación. No es extraño, tampoco. Al fin y al cabo, una de las primeras fotografías juega con todo esto: Daguerre decide fotografiar el Boulevard du Temple para mostrar la vida de las calles de París. Como quiera que el daguerrotipo exigía una exposición mínima de diez minutos para captar la imagen con propiedad, lo único visible son los objetos estáticos, inamovibles. Toda persona queda reducida a la nada, o como mucho a un borrón prácticamente invisible. Daguerre no se deja vencer por las limitaciones de su propia creación y realiza de nuevo la imagen, procurándose esta vez de actores que se queden quietos el tiempo necesario para salir en ella. Así, el primer retrato de la historia de la fotografía, aunque sea sólo por una minúscula silueta, es una mentira, una ficción creada para representar una verdad que la cámara era incapaz de captar. No es de extrañar que a día de hoy siga siendo difícil delimitar la existencia o carencia de honestidad en la fotografía.

Adrian Daine | 23 de julio de 2010

Comentarios

  1. Cayetano
    2010-07-23 20:19

    Me ha gustado el artículo. La fotografía siempre nos muestra otra realidad

  2. Cayetano
    2010-07-23 20:25

    Esta vez no es aposta, algo he hecho mal. Quería añadir este enlace a un texto de Alfredo López Serrano en formato PDF: Armas de comunicación masiva. La imagen manipulada como agente histórico

  3. Buho
    2010-07-23 21:21

    LA fotografía es un mundo de artistas. Impresionante este artista “vagabundo” que se hacía sus propias máquinas de fotos de lo que encontraba por la calle.

    http://1984-w.blogspot.com/2010/03/el-robinson-de-la-fotografia-miroslav.html


Librería LdN


LdN en Twiter

Publicidad

Publicidad

Libro de Notas no se responsabiliza de las opiniones vertidas por sus colaboradores.
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons
Desarrollado con TextPattern | Suscripción XML: RSS - Atom | ISSN: 1699-8766
Diseño: Óscar Villán || Programación: Juanjo Navarro
Otros proyectos de LdN: Pequeño LdN || Artes poéticas || Retórica || Librería
Aviso legal