La fotografía no ha muerto, sólo ha cambiado de formato. Sus valores y normas tampoco han desaparecido, sino que se han actualizado y nos obligan a mirar el mundo de otra manera. En Profundidad de Campo, cada día 23 repasaremos su evolución en un intento por demostrar que las dudas que origina son similares tanto cuando hablamos de megapíxeles y Photoshop como cuando hablamos de daguerrotipos y granos de plata, y explicaremos cómo interpretar un arte y oficio que, a su vez, interpreta el mundo para nosotros.
El 6 de junio de 1944 un joven fotógrafo se dedica a hacer fotos de lo que ocurre en una playa francesa; la playa es Omaha y lo que ocurre es que el ejército aliado acaba de desembarcar en ella para intentar arrebatársela al ejército alemán. El fotógrafo no es que pasara por ahí, sino que ha desembarcado con ellos para vivir en primerísima línea un día histórico. Con un par. Ciento seis fotos después, casi tres carretes justos, decide que ya está bien y se vuelve a un barco que lo lleva hacia Inglaterra a revelar los carretes.
Por una jugarreta del destino, después de que el fotógrafo arriesgue su vida corriendo por una playa repleta de soldados disparándose intentado que no se le moje la cámara y se vaya todo el trabajo al garete, el encargado de revelar las fotos en el laboratorio se emociona un poco y seca la película demasiado rápido, dejando inservible el material. De las ciento seis imágenes conseguidas sólo se salvan once. Borrosas, casi unos manchurrones carentes de detalle, las Once Magníficas —como se las llamará en adelante— se convierten en testimonio palpable del horror vivido en aquel histórico desembarco.
El fotógrafo es, lo habrán adivinado, Robert Capa. Esta anécdota, real como la vida misma, o al menos nunca puesta en duda, nos habla de muchas maneras sobre la fotografía, todas alrededor de dos factores: la necesidad de estar en el sitio adecuado para conseguir la fotografía y la suerte, la pura potra.
Capa habría cumplido ayer cien años y es bastante probable que los últimos sesenta, de haberlos podido vivir, se los habría pasado aguantando tonterías. Su condición de mito convierte todo lo que le rodeó en algo maleable con lo que reforzar la idea que tenemos de él. Así, podemos decir que era un juerguista que se acabó dedicando a la fotografía porque se le daba bien y de algo había que vivir en la Hungría previa a la Segunda Guerra Mundial, o podemos decir que superó su condición humilde para convertirse en el Mejor Fotógrafo De Todos Los Tiempos; asimismo, podemos decir que viajó a España a fotografiar la Guerra Civil por una cuestión de rigor como fotógrafo, como periodista: “Si la foto no es buena es porque no estás cerca”, que decía él; o podemos achacarlo a una convicción ideológica en contra del fascismo. Todo vale. Como con cualquier mito, todo es interpretable.
Lo más discutido de la figura de Robert Capa, ya lo saben, es la célebre fotografía del miliciano en Cerro Muriano. Y no se cansa nadie, ¿eh? Que si el miliciano estaba posando, que si no se puede identificar quién era en realidad, que si se la hizo su novia Gerda Taro. La foto tiene ya más de setenta años y sigue dando de qué hablar, algo en lo que no parecen caer todos los que ratifican o dudan de su veracidad. Yo, si me preguntan, no sé qué decirles. Tomar una foto es capturar una fracción de segundo en un pequeño encuadre que elimina el contexto y que posteriormente servirá para redefinirlo. Sólo en esa oración hay un eterno debate ético, profesional, artístico y, si nos ponemos finos, hasta místico. La foto es una representación exhaustiva de una muerte, es un señor que cae al recibir un tiro, es la guerra en una centésima de segundo. Por esto mismo puede ser una infamia que sea falsa, o completamente irrelevante que no lo sea. Personalmente me gusta pensar que, como en las fotos del Día D, la imagen es el resultado de una casualidad, algo tan aleatorio como que durante el tiroteo Capa se mueve bruscamente y el obturador se dispara solo al golpearse contra una piedra. Luego revela los carretes y se encuentra con el fotón. Nada sería más irónico que eso, que montar un debate sobre la supuesta honestidad de una foto que ni el fotógrafo sabe cómo salió.
En cualquier caso, de todos los textos que han aparecido sobre el cumpleaños de Capa, de todas las biografías a cinco párrafos, de todas las interpretaciones de su vida y milagros, y de todos los posicionamientos a favor o en contra del pobre miliciano, me quedo con este texto de Alberto Rojas en El Mundo, en el que el mito se enfrenta a la actualidad de las cosas, algunas que nunca cambian y otras en las que parece que no hemos aprendido nada de Robert Capa.
2013-10-23 17:22
Muchas felicidades por el artículo. Soy muy admirador del trabajo de Robert Capa.
Con vuestro permiso lo comparto en Twitter.
2013-10-25 00:49
Muy interesante, y seguir el hilo al texto de Alberto Rojas ha sido una suerte.