La fotografía no ha muerto, sólo ha cambiado de formato. Sus valores y normas tampoco han desaparecido, sino que se han actualizado y nos obligan a mirar el mundo de otra manera. En Profundidad de Campo, cada día 23 repasaremos su evolución en un intento por demostrar que las dudas que origina son similares tanto cuando hablamos de megapíxeles y Photoshop como cuando hablamos de daguerrotipos y granos de plata, y explicaremos cómo interpretar un arte y oficio que, a su vez, interpreta el mundo para nosotros.
“Uno no sabe si es fotógrafo o no hasta que no se ha enfrentado a varios carretes de fotos inservibles pensando que iban a merecer la pena”. Esta frase me la dedicó un profesor al enseñarle mis resultados en un ejercicio diseñado para sacarnos a hacer fotos en un contexto y un tiempo límite determinados, y ver lo que podíamos sacar de allí. Yo había tirado varios carretes sobre la sevillana Feria de Abril y había quedado realmente satisfecho con los resultados, tanto que me había permitido hacer una edición “fija” y llevar además algunas imágenes más como posible apoyo. En menos de veinte minutos toda esa selección de imágenes se vino abajo.
El propósito del ejercicio tenía su truco, claro. Una semana no da para elaborar un trabajo serio sobre la Feria de Abril, pero la idea nos quedó clara a todos los que presentamos una selección de fotos: la mayor virtud de un fotógrafo, quizás la más necesaria para llevar a cabo su trabajo, es la paciencia.
Paciencia no es tanto saber esperar el tiempo que haga falta para hacer una determinada foto como entender que todo un día de trabajo puede haber sido inútil porque de cien fotos tiradas sólo una pasa el corte. De hecho, paciencia es algo más que saber sobrellevar noventa y nueve fotos inútiles: es tener también la constancia de repasar ese trabajo inservible y entender a qué hay que apuntar la próxima vez. Es aprender más de lo fallado que de lo conseguido, porque una foto exitosa es irrepetible. Sólo queda evolucionar a partir de ahí.
En los Juegos Olímpicos de Londres circuló una curiosa noticia acerca de un fotógrafo llamado David Burnett que, junto con el equipo habitual que utilizaba para cubrir esos eventos, había llevado una Graflex Speed Graphic, una cámara que data de mediados del siglo XX y cuyo uso requiere un ritmo y una mentalidad basados en ser consciente de que el porcentaje de fotos inservibles va a ser astronómicamente desigual al de fotos útiles. En una entrevista que le hizo el New York Times al respecto lo dejaba bastante claro: al cabo de varias docenas de fallos, uno sabía más o menos a qué atenerse y qué hacer para conseguir una foto válida. Era sólo cuestión de paciencia.
Para conseguir esa paciencia, sin embargo, hace falta algo más que un don natural para no acabar tirándolo todo a la basura a las primeras de cambio. Hace falta un conocimiento de tu herramienta (la cámara) para saber qué puede y qué no puede hacer (o mejor dicho: hasta dónde se puede llegar con ella); es necesario un cierto contexto (no sólo hacer fotos a lo loco, que a veces también resulta: es más bien una idea clave de lo que quieres hacer y sus posibles ramificaciones); y sobre todo, hace falta tener muy claro que sólo empezaremos a ver una línea de resultados después de muchas fotos. Muchas, muchas, muchas fotos. No me atrevería a dar una cifra, pero hay que estar preparados para el mazazo que supone enviar todo un volumen de trabajo (días, semanas de tirar carretes quizá) al limbo de los archivos, quizás para ser rescatado en alguna revisión.
Tomemos por ejemplo la hoja de contactos, de la que ya se habló aquí en su día: en aquella columna pusimos como ejemplo un carrete de doce fotos de las que sólo una pasó el corte necesario para que Diane Arbus la considerara óptima. A primera vista no parece tan duro, pero uno de los mayores problemas que encontrarán si van a un curso de fotografía basado en la edición o en la elaboración de un proyecto fotográfico es la incapacidad de algunos fotógrafos de dejar atrás ciertas fotos. No porque sean más o menos buenas o porque funcionen más o menos en la idea del proyecto, sino porque a veces es muy difícil asumir que de cincuenta o cien fotos (ahora en digital todo esto parece una minucia, pero no lo es en absoluto) no hay ni una que realmente deba entrar en nuestro trabajo. Porque hay que ser exigente. Y para ser exigente hace falta ser paciente.
Hace un par de meses también hablé de las bodas, del arduo proceso que implicaba trabajar en ellas y sí, de la paciencia necesaria. Porque de mil doscientas fotos de boda hay que hacer una selección justita, digamos unas trescientas fotos, y de ahí hay que sacar un número aún más escueto (digamos cuarenta) para elaborar un álbum. ¿Qué hace falta para eso? Paciencia. No la paciencia de ir hacia delante y hacia atrás revisando el millar de fotos hasta dar con la tecla (que también) sino la paciencia de decir “estas veinte fotos que hice no valen un duro, pásemos página y a ver qué tal estas otras veinte”: la paciencia de saber elegir las fotos y de saber además que en el proceso hay que deshacerse de muchas, más de las que inicialmente te imaginas.
Volvamos a la frase que me lanzó mi profesor cuando le presenté las fotos de la Feria de Abril. El enfrentamiento al que se refería realmente no era al del fotógrafo con sus fotos. Eso, llegado cierto punto, es sencillo. Lo duro es enfrentarse con uno mismo hasta poder decir “esto que has hecho no vale pero no es importante: hay que seguir intentándolo”. La paciencia a la que se refería mi profesor no es hacia algo externo, ni hacia la cámara, ni hacia el proyecto que acometes, ni hacia las fotos que tienes al final del día. Es una paciencia consigo mismo. Uno no sabe ser fotógrafo hasta que no es paciente consigo mismo.
(Con esta columna, son ya veintiseis meses en los que les dejo mis impresiones acerca de la fotografía. Temo haber llegado a un punto en el que todo lo que tenga que decir redundará sobre lo mismo, así que con esta columna doy por terminada mi etapa en Libro de Notas. Me gustaría agradecerles a todos ustedes el haber leído, disfrutado y comentado mis impresiones acerca de este enrevesado mundillo, y a Marcos Taracido y Alberto Haj-Saleh la confianza y, cómo no, la paciencia, que me han dado todo este tiempo. Un saludo y, de nuevo, muchas gracias.)
2012-08-24 12:39
Ha sido un gustazo leerte, de verdad. Mil gracias por todo, y enhorabuena por tu trabajo.
2012-08-24 15:04
Simplemete agradecer tu generosidad por compartir con todos estos artículos. Te echaré de menos. Un saludo