La fotografía no ha muerto, sólo ha cambiado de formato. Sus valores y normas tampoco han desaparecido, sino que se han actualizado y nos obligan a mirar el mundo de otra manera. En Profundidad de Campo, cada día 23 repasaremos su evolución en un intento por demostrar que las dudas que origina son similares tanto cuando hablamos de megapíxeles y Photoshop como cuando hablamos de daguerrotipos y granos de plata, y explicaremos cómo interpretar un arte y oficio que, a su vez, interpreta el mundo para nosotros.
Cuando me compré mi primera cámara réflex digital lo hice más por aprender de una maldita vez a desenvolverme con ese formato que por un verdadero afán de tener el cacharro en mis manos y probarlo. No quiero decir con esto que me gastara los mil euros que me costó aquella cámara hace ocho años por un simple “a ver qué tal”, pero sí es cierto que la pasión con que otras veces desembolso un pastón en eBay por alguna cámara de película y que justifico con un débil “esto en el fondo es una inversión” no estaba allí cuando firmé la financiación a doce meses. Quizás fuese una inversión de verdad, y no un arrebato emocional.
La verdad es que la experiencia con la cámara digital me gustó y me ayudó a elaborar una perspectiva más justa con este formato, pero me ayudó también a darme cuenta de que mi elemento favorito en aquel momento era la película, por más que a largo plazo fuese más costoso. La cámara quedó relativamente relegada a otros asuntos en los que su rapidez y versatilidad fuesen más útiles.
No fue hasta hace unos meses que volví a comprarme una réflex digital, con motivo de la boda de la que hablé el mes pasado, y lo hice un poco con el miedo de que algo tan versátil pudiese acabar compartiendo banquillo con la otra DSLR. Sin embargo, haciendo pruebas con ella, me sorprendí a mi mismo bastante cómodo, bastante convencido y desde luego mucho menos frustrado que hace ocho años.
Hace dos semanas, tras una mañana intensa grabando vídeo con la cámara para el proyecto de un amigo, me topé con este artículo, que analiza el uso de unas lentes de cámara analógica de baja calidad (una Holga, concretamente, cámara de plástico que forma parte del conglomerado lomográfico y de la que me declaro absolutamente fan por ser la que más tiene que ofrecer fuera de esa pose de la que ya hablé por aquí) en una cámara digital. Uno lee ese artículo, que arroja alguna que otra reflexión interesante entre tanto ejemplo, y puede pensar con mucha razón que menuda manera de complicarse la vida cuando lograr un efecto de toy camera en digital se puede conseguir mediante un tutorial en Photoshop, o instalando en el mismo programa un efecto que te lo solucione en un par de clicks, o qué narices, si ya tienes una cámara analógica del estilo (como es mi caso), pues te compras un carrete, lo expones y lo digitalizas.
¿Qué utilidad puede tener un objetivo de plástico adaptado para tu cámara digital de último modelo si el efecto deseado se puede conseguir con una sencilla postproducción?
La lente de plástico me permite evitar algo que me gusta muy poco de la fotografía digital, y es la necesidad de un proceso de edición más largo del que me gustaría. La película fotográfica posee sus propias cualidades y hay que saber elegir los tipos para conseguir ciertas imágenes: algunas son más sensibles a cierta intensidad de luz, otras adquieren dominantes de color, contrastes, saturaciones y ni siquiera las mismas marcas de diferentes sensibilidades reciben la luz de la misma manera (en el digital, seleccionar una ISO por encima de 100 sólo significa que estás forzando al sensor a que capte más luz). Algunas películas están diseñadas específicamente para paisajes o retratos: Fuji comercializa en Japón un modelo diseñado exclusivamente para fotografiar los almendros en flor. Tirar en analógico implica controlar de una manera más exhaustiva lo que se está fotografiando, no ya por la limitación de fotogramas que viene con la propia película, sino también por conocer qué fotos te van a salir bien cuando estás usando según qué elementos. Mi experiencia con Photoshop se reduce a ciertas correcciones de exposición y tonos de color.
En digital, sin embargo, se empieza de cero. El formato RAW (del inglés, crudo) te ofrece una imagen nítida, sin comprimir y sin variar un sólo aspecto de lo fotografiado. Aquí no hay diferencias de tonalidad según la película escogida, y aunque puedes escoger en el menú de la cámara ciertos ajustes predeterminados, lo mas recomendado siempre es hacerlo desde el ordenador, teniendo un archivo en bruto que poder toquetear todo lo que nos de la gana. La lente de plástico, en este caso, me ayuda a tener más control sobre lo que estoy fotografiando al aplicar sobre ese archivo ciertos efectos que no son píxeles alterados según si has escogido “Retrato” o “Nocturna”, sino el efecto de la luz a través de la lente. Sobre eso sí me siento capaz de trabajar cómodamente.
Puede sonar raro, pero en el fondo no es más que una versión invertida de algo que se utiliza muy a menudo con las cámaras de formato medio como Hasselblad o Bronica: estas cámaras no están formadas sólo por cuerpo y objetivo, sino que tienen también respaldos intercambiables para poder jugar con los formatos. Así, tu cámara 6×6 puede convertirse en una cámara 6×9 con sólo cambiar el respaldo. También existen respaldo para película Polaroid y, cómo no, para el formato digital. ¿Quién querría complicarse así? Pues alguien, seguramente, que querría disfrutar de la cantidad de detalle y nitidez que ofrece un negativo de formato medio sin tener que pasar por todo el proceso de digitalizarlo en condiciones para evitar pérdida de calidad en la imagen.
Hace un par de días me encontré con una vieja amiga, gran fotógrafa y mejor persona, que me contó que tenía la fotografía un poco aparcada porque carecía del tiempo que le exigía encontrar la película que a ella le gustaba, exponerla, revelarla y escanearla, y a la vez se negaba a pasarse al formato digital porque la rapidez del mismo le impedía disfrutar de lo que hacía y le rompía todos los hábitos que se había formado en su manera de hacer fotos. Era una cuestión, en definitiva, de comodidad, de manejar unas formas y unos tiempos y ajustarse a ellos para trabajar en condiciones. Porque al fin y al cabo no estamos hablando de nada más que una herramienta. Los que hacemos la fotografía somos nosotros y tendremos que hacerlo de la manera que mejor nos guste, independientemente de las facilidades o los atajos que estemos ignorando al hacerlo. Y eso, créanme, se nota en el resultado.
2012-06-23 21:32
Ayer caí por accidente en este blog y lo primero que pude hacer fue agendármelo para poder seguirlo día a día y, éste, es el primer artículo, desde ayer, que tengo la posibilidad de leer. La verdad es que me resultó muy interesante leer sobre los cambios frente a los métodos antiguos ya que, personalmente, me cuesta un poco aceptar lo nuevo. Si bien no sé de fotografía, lo considero un gran arte y, gracias a los avances tecnológicos, cualquiera desde su casa podría comenzar a tomar fotos y alterarla para lograr el efecto deseado en un par de clics. Ahora, por lo que dices, supongo que la etapa del revelado, además de tener su encanto, es determinante en la foto. Aparte, quizá sea como un pintor y un diseñador gráfico: al segundo le saldrá más prolijo y limpio; mientras que al primero, por el precio de mancharse con pintura, logra una obra más apreciable por el gran esfuerzo manual volcado allí.
Felicitaciones por el artículo, no sólo lo disfruté sino que también me enteré de un par de cosas interesantes.