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Matando terrícolas por La Pequeña Febe

Érase una niña marciana que gustaba de salir con su nave espacial a matar terrícolas con sus amigos. Volaban en formación, atacaban por turnos, controlaban los mandos. Si uno moría, no importaba: tenía otra vida. Arrasaban ciudades, masacraban naciones, devastaban el mundo. Era un juego divertido… La niña se llamaba Febe. También le gustaba escribir. Lo hace cada día 13 en este sitio.

El octavo arte al desnudo

Desde mi luna favorita de Saturno os contemplo. Desde Febe, Febe os escribe. Compongo vuestro mundo y trazo los hilos de vuestra existencia como si fuera uno de esos falsos mitos, dioses o héroes en los que siempre habéis creído, desde Marte o Ramsés o Thor hasta el Rey Arturo o Morfeo o Superman, pasando por el Ché Guevara, Elvis Presley o Hitler.

No sabéis ver más allá. No comprendéis el paso del tiempo, el devenir de los planetas en su incansable tránsito. Sin ir más lejos, en el momento en que os escribo estas líneas, hace exactamente una vuelta de vuestra Tierra al sol que me conocisteis. Sí, mis queridos terrícolas, hace un año terrestre que estoy con vosotros, que os he desvelado muchos de vuestros secretos, que os he contado cosas que ni imaginabais estaban ahí.

Para ello, solo he tenido que emplear una cosa: el arte. Pero no uno cualquiera, sino el mayor de todos, el que los engloba a todos y realmente es la piedra angular de todas las manifestaciones artísticas en una sola. El octavo, el último, el único. Pero no estoy del todo satisfecha, porque en mi reflexión he comprendido que seguís sin entender esto, sin compartir conmigo esta apabullante verdad.

Así que, en un último intento por perdonaros ante la devastación que podría causaros con mi nave espacial en cuestión de segundos por ser tan deliberadamente ignorantes, he decidido indultaros a través de una confesión. En este mi primer aniversario de desnudarme ante vosotros, he decidido ser yo la que os haga un regalo especial. Os voy a contar qué es y cómo se hace un videojuego, tal y como lo ven mis ojos marcianos. Allá va.

Imaginad.

Imaginad una enorme explanada, una llanura virgen sin apenas vegetación, rodeada de un horizonte que llega mucho más lejos de donde alcanza la vista. Imaginad que llegan a ella de diversos puntos y por diversos caminos algunos personajes. Los hay altos, bajos, guapos, feos, todos ellos vestidos y peinados de formas muy diferentes. Algunos llevan bajo el brazo instrumentos de trabajo. La mayoría no se conocen, pero eso no importa, se saludan igualmente, con tono afectuoso y colaborativo, algo cómplice quizá.

Todos saben por qué están ahí: van a crear la mayor obra de arte jamás concebida por el ser humano de todos los tiempos.

Mirad al este. No es el sol lo que aparece. Es Pablo Picasso, acompañado de Van Gogh, Francisco de Goya, Leonardo da Vinci, Salvador Dalí y un rezagado y distraído Andy Warhol. Todos llevan lienzos, acrílicos, acuarelas, óleos, pinceles, plumillas y por supuesto lápices. Ninguna goma de borrar, eso sí. No hay tiempo para cometer fallo alguno, aunque tampoco estaría permitido aquí. Se trata de crear una obra perfecta.

Mirad al sur. Hay siempre tanto atractivo en el sur que llama al alma… Y esta vez no es menos. Es música. Es Wolfgang Amadeus Mozart sobre un piano, es George Gershwin vestido de azul, es Richard Wagner junto a una valquiria y también es Bizet acompañado de Carmen que se aparta con la mano el hada de azúcar de un risueño Tchaikovski. A la zaga carga con cientos de partituras y algunas batutas un torpe y achaparrado Johann Sebastian Bach.

Mirad al oeste. El crepúsculo nunca ocurrido ilumina los rostros de los poetas, algunos quebrantados por las lágrimas de generaciones de versos muertos, otros felices y pletóricos por la magia contenida a punto de ser liberada, por su condición exclusiva de dadores de forma, por su inentendido pero con-sentido capricho de lo que son y lo que hacen, sin importarles mucho más el resto. Ellos son Charles Baudelaire, Federico García Lorca, Francesco Petrarca, Dylan Thomas, Francisco de Quevedo y un algo cabizbajo Lord Byron. No llevan nada encima. No lo necesitan.

Mirad al norte. La estrella polar se apaga en una respetuosa reverencia ante la llegada de unos cuantos profetas, de los dirigentes de la función, los poseedores de la certeza de los engranajes del mundo, o de ese don que nadie más atesora con el que componen la creación de todas las cosas y sus reglas. Son los escritores, algunos con ordenadores personales o máquinas de escribir, otros con pliegos de papel viejo, pluma de cuervo y tinta china o aquel otro con su inseparable estilográfica y su bloc de espiral. Responden a los nombres de William Shakespeare, Antoine de Saint-Exupéry, Oscar Wilde, Homero, Miguel de Cervantes y con actitud más altiva que el resto entre tantos hombres, la dama Mary Shelley.

Y por último, mirad al centro. Está Ella. Una sola figura, insinuante, majestuosa, apetecible, atractiva, imponente, mágica, amada, odiada, deseada, conseguida, perdida, repudiada, codiciada… Para unos tiene forma de mujer, tal vez la falsa rubia Marylin Monroe o la inalcanzable Laura o la bella Érato o la dulce Gala o la bailarina Esmeralda; para otros de copa de vino o de absenta, de opiáceos de las indias o de setas de innombrables colores; para los últimos el canto de un grillo a la noche, el rumor de las olas del mar, el ajetreo de una gran ciudad en hora punta o la sacra quietud de una catedral gótica.

Para todos es la misma cosa. Su perdición, su meta, su raison d‘être, su fuente de locura e inspiración, o simplemente aquello que los hace verdaderos artistas. Es la Musa.

Estando todos los presentes necesarios, comienza la función. Sin más preludios, los escritores se sientan en el suelo, se acomodan apoyándose las espaldas unos con otros, echan un último vistazo a la Musa… y arrancan a escribir.

Como en un viejo cinematógrafo se sucede la magia de la creación artística. A medida que los escritores escriben, creando la increable historia de lo que va a pasar, los pintores pintan a razón de cincuenta fotogramas por segundo las imágenes que animarán la vida prometeica de los hijos por nacer. Pintan en el cielo, en el suelo, en el aire, en lo que tengan más a mano. Pintan animales extintos o fabulosos o sin forma definida, pintan los resultados de todas las operaciones matemáticas del mundo, pintan sueños imposibles y pintan millones de polígonos en el tiempo que dura un beso.

Como poseídos por la danza de las creaciones pintadas, en cada momento clave o en cada punto y aparte o seguido o retorno de carro de los escritores, los músicos componen. Componen frenéticamente las más bellas melodías, las más hermosas o tristes o épicas sinfonías. O rompen y desgarran el viento con el rechinar de dos espadas cruzadas, el lamento de un dragón herido o el impacto de un cañón láser en medio del espacio infinito. Dirigen orquestas invisibles y reinventan instrumentos y sonidos para que éstos y la música envuelvan toda la escena decorándola de fusas y semifusas al son del baile frenético de la musa que, excitada, se contonea en el centro de todo.

En medio de tanto caos, llega el orden inestructurado de los poetas. Ellos son los que clasifican, nominan, declaran y asignan la poliforma de los objetos, de las cosas, la hereditaria razón o locura o pasión (para ellos es lo mismo) con la que enlazan toda esta explosión artística. La dividen en estrofas y trocean con sus tropos y sus métodos, le confieren atributos prohibidos, privados, secretos. Con cada verso (la mayoría de ellos no rima, pero eso es indiferente) recopilan, recompilan, ensamblan y construyen este universo orgiástico y demente que se hace llamar el Octavo Arte, con la ayuda de los otros tres grupos… y la Musa, esa amante promiscua.

Y al final de un ciclo de juego eterno, terminan. Están tod@s agotados. Han creado. Han creído. Han convertido una llanura desolada en paletas de un millón de colores, en canciones de un millón de muestras por segundo, en millones de líneas de un código que solo ellos pueden entender e interpretar, en un texto antediluviano más viejo que cualquier criatura viva y que describe todos y cada uno de los sueños del ser humano. En poesía.

Éste es el resultado. La mayor obra de arte de todos los tiempos. Y yace en el suelo de un páramo, reflejando los mil destellos del sol y la luna, en forma de disco compacto.

Simplemente. Imaginadlo.

Mientras lo hacéis, Febe seguirá observándoos. Y escribiéndoos. Os agradezco este año de leerme, esperando que el próximo sigáis igualmente ahí, si no decido arrasaros antes. Aunque eso depende de vosotros y de cómo os portéis. Puede que me hayáis notado este mes más sensible o nostálgica o melancólica de lo acostumbrado. No os hagáis ilusiones. Es solo que el paso de los planetas y sus vueltas completas alrededor del sol me traen algunos recuerdos y me ponen así.

Son cosas de chicas… marcianas. Nunca lo entenderíais.


“El arte va más allá de lo que uno puede controlar, es un estado de desesperación, un milagro que nunca se repite.”
Barceló, Miquel

“Sólo la poesía sobrevivirá a todo el resto de las ciencias y de las artes.”
Hegel, Georg Wilhelm Friedrich

La Pequeña Febe | 13 de septiembre de 2008

Comentarios

  1. Kutt Katrea
    2008-09-16 05:16

    Desde que hallé este sitio, es la primera vez que me toca “leerte”.
    ¡Y vaya impresión que me has dado!
    La descripción que has dado del Octavo Arte es la más perfecta y bella que haya conocido al respecto. Aún considerándome un Artista del Octavo Arte, nunca habría podido definirlo de mejor manera (quizá porque en mi caso estoy más cerca de lo “técnico”).
    Saludos y esperare con ansia al siguiente día trece.

    “[Jugar un VideoJuego]…es como viajar a un Universo Alterno donde vuelves a nacer, a crecer, a viajar por el mundo (o la galaxia, ¡o el universo!), a encontrar amigos y luchar a su lado contra el más terrible enemigo por el bien de la humanidad (y el resto de las criaturas vivientes), sin salir de tu casa y sin tener que perderte la cena.”

  2. La Pequeña Febe
    2008-09-16 10:31

    Mi querido terricolita…

    Ya contaba con ello. Como bien digo, soy consciente de que vosotros no sabéis ver el arte como yo lo veo. Vosotros solo veis mainloops, dobles buffers, modelos 3D, samples, framerates, sprites, threads, clases, objetos, métodos, atributos y demás tecnicismos.

    Créeme, yo también conozco esos términos vuestros. No hay más que releer el párrafo de los poetas y las alusiones constantes a la programación. Pero yo lo expongo como la poesía en movimiento que es y serán esas líneas de código, esos versos inexistentes precompilados.

    Gracias por tu comentario. Me he sentido muy halagada. Me encanta que me elogiéis :)

  3. Paco
    2008-09-19 02:46

    Justamente iba a comentarle a Febe que menospreciaba a los programadores, pero claro, para un marciano es fácil. Los marcianos, como bien los retrató Ray Bradbury, son seres poéticos, atemporales, semietéreos.

    Pero todo arte tiene asociada una técnica, y en el caso del octavo es especialmente dura, por ejemplo está el asunto de los threads, ¿eh, Febe? No sé por qué presiento que te han dado algún problema y por eso prefieres obviar la parte técnica: los marcianos también tenéis vuestros puntos flacos, intuyo.

    En cuanto a lo de comparar poesía con programación, estoy bastante de acuerdo, se ve que has leído a los clásicos…

  4. Kutt Katrea
    2008-09-22 07:29

    No es que no pueda ver el Arte de forma… bueno, artística. Al contrario, desde que me metí a esto del Desarrollo fue justamente porque no me conformaba sólo con pasear por esas obras de arte que otros hacian. Quería hacer las mías propias, quería experimentar el gusto y la emoción de crear una obra tan compleja como lo es un juego de video.
    Y así como Cipher en Matrix que, al leer el código su mente lo interpretaba al instante como “rubia”, “pelirroja” o “morena”, cuando escribo código ya no veo ciclos condicionales, o referencias a instancias de clases. Veo a los personajes moverse, extraer su espada y atacar al enemigo, veo el castillo construirse en un instante y emerger de él todos los personajes non-jugables que harán de tu viaje un océano de acertijos y “quests”.
    Un tipo de poesía extraña, que tiene su belleza en la precisión y perfección de su escritura (para prevenir errores, “bugs”, incongruencias y trampas).

  5. La Pequeña Febe
    2008-09-22 21:56

    Por alusiones.

    Paco, sí es cierto que en ocasiones el tejido del macrocosmos y el microcosmos se entrelazan en los hilos que no pueden ser vistos ni controlados del todo. Es entonces cuando es mejor fingir sordera (ese excluirse mutuamente unos y otros), bloquearse a la espera de ser despertado y buscar el críptico poema allá donde sólo parece haber inanición vital.

    Kutt, sé lo que quieres decir. El placer de crear algo que pueda suscitar emociones no es comparable a nada. Quizá esa sea la causa (que no la finalidad) del arte, el propio efectismo a través de lo virtualmente inasible. Créeme que sigo también ese juego. Parece que todavía queda algún terrícola que lo entiende.


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