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Profundidad de campo por Adrian Daine

La fotografía no ha muerto, sólo ha cambiado de formato. Sus valores y normas tampoco han desaparecido, sino que se han actualizado y nos obligan a mirar el mundo de otra manera. En Profundidad de Campo, cada día 23 repasaremos su evolución en un intento por demostrar que las dudas que origina son similares tanto cuando hablamos de megapíxeles y Photoshop como cuando hablamos de daguerrotipos y granos de plata, y explicaremos cómo interpretar un arte y oficio que, a su vez, interpreta el mundo para nosotros.

Apuntes sobre el retrato (II)

Dijo Richard Avedon que de lo que se trata en un retrato es de responder como fotógrafo a la manera en que el retratado posa ante la cámara. El retrato es, pues, la relación entre como uno quiere ser visto y como lo ve el que toma el retrato. Estas dos intenciones se enfrentan y dan lugar a una imagen que, según Avedon, es independiente de ambos, fotógrafo y modelo. Ambos podrán identificar los códigos que cada uno buscaba mostrar en la imagen, pero esta no los necesita.

Al finalizar la primera parte de estos apuntes sobre el retrato, nos preguntábamos si se podía captar a la persona en sí misma, si las complejidades del retrato permitían la representación de identidad que se le supone por definición. Según las palabras de Avedon, esa autonomía de que goza la imagen final lo hace un poco difícil: si el retratado dispone cómo le gustaría ser visto, y el fotógrafo filtra esa disposición, ¿qué queda de la identidad?

En De la Fotografía (La Marca Editora, 2010) su autor Gabriel Bauret habla sobre la posibilidad de intuir la “persona verdadera” en los retratos de Nadar a las grandes personalidades decimonónicas, y lo atribuye a un concepto del retrato muy relacionado con la técnica de entonces, que requería una pose muy prolongada debido a la sensibilidad de las placas. El sujeto, por tanto, se veía obligado a adoptar una pose relajada que le permitiera aguantar la toma fotográfica sin que la imagen resultante acabara movida o borrosa. Esta “persona verdadera” se veía reflejada sobre todo en el rostro, ya que el resto de la imagen se prestaba más a una pose determinada.

Bauret, hablando sobre la evolución del retrato, termina diferenciando dos tipos de retratos: uno social y otro de carácter. El primero fue practicado por fotógrafos del estilo de Cartier-Bresson, más interesados en “no alterar el ambiente de intimidad” que hay sobre sus sujetos que en imprimir una visión personal sobre ellos, acercándose al retrato de carácter que parece defender Avedon. Esto no quiere decir que el retrato de carácter evite la búsqueda o la interpretación de esos rasgos de identidad, sino más bien hallarlos de otra manera, una más relacionada con la experiencia del fotógrafo. Un claro ejemplo de esto es su libro In the American West, un encargo del Museo Amon Carter, en Texas, para documentar la región. Avedon decide fotografiar a sus sujetos con un fondo blanco y mediante una luz lo más neutra posible (ayudándose principalmente de sábanas) para aislarlos del entorno y provocar que el estudio del retrato sea únicamente a través del sujeto fotografiado y el entorno no tuviera nada que ver. Esta descontextualización causaría polémica y le originaría críticas bastante adversas, pero el espíritu del retrato está tan presente como en la fotografía que hizo Cartier-Bresson a los Curie.

avedon

Según Gerry Badger en su libro The Pleasures Of Good Photographs (Aperture), el retratista tiene sobre sí mismo la gran responsabilidad de inmortalizar al sujeto con justicia. Ante el retrato fotográfico, el espectador no se comporta igual que ante el retrato pictórico, tomando más el papel de voyeur que de espectador propiamente dicho. Sabemos que una pintura es el resultado de muchas horas de trabajo, de poses eternas, mientras que un retrato fotográfico, hoy, es el resultado de apretar un botón, y al apretarlo capturamos un momento y una situación, posada o no, que para muchos definirá a la persona retratada (de ahí que Bauret defendiera la presencia de la “persona verdadera” en los retratos de Nadar, mucho más cercanos en procedimiento a la pintura). Esta responsabilidad es la que toma Avedon en sus fotos del oeste americano, al aislarlos y hacerlos posar como si de uno de sus reportajes de moda se tratara. La representación está ahí, pero no es tan indisoluble ni definitoria del sujeto al separarlo de su entorno.

Lo que para muchos está claro es que tanto en el retrato social como en el de carácter, es imposible hallar una representación fidedigna del sujeto. Susan Sontag, en el imprescindible ensayo Sobre la fotografía (Debolsillo, 2008), dice del retrato que “fotografiar personas es violarlas, pues se las ve como jamás se ven a sí mismas, se las conoce como nunca pueden conocerse; transforma a las personas en objetos que pueden ser poseídos simbólicamente.” El sujeto, pues, deja de serlo y se convierte en objeto a manos del fotógrafo. Piensen en todas las fotografías que hay en Facebook etiquetadas a su nombre, en cuántas han eliminado ustedes mismos la etiqueta para evitar ser vistos y reconocidos en cierta situación o simplemente porque “no se ven guapos”. Somos nosotros mismos como retratados los que incluso queriendo ofrecer naturalidad, exportamos en realidad la imagen que queremos ofrecer. Si están ustedes en una discoteca e intentan hacer una fotografía, aunque sea con su teléfono, la gente dejará de bailar y procederá a posar. Incluso si le piden a esas personas que no posen y se comporten con naturalidad, su forma de bailar o de hacer lo que estaban haciendo antes variará, no tanto por desconfianza hacia la foto (que también) como por intentar que la naturalidad mostrada sea la que ellos quieren mostrar. Podría establecerse entonces que la representación de la identidad propia del retrato es responsabilidad tanto del fotógrafo como del retratado, volviendo a lo que dijo Avedon. Y aquí podríamos entrar ya en la materia del autorretrato, pero lo dejaremos para una próxima tercera parte.

Adrian Daine | 23 de marzo de 2012

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